Los ilusos #63: tiempo de morir

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien.

Esta columna pasó de mensual a quincenal, de quincenal a mensual y ahora de mensual a anual. Ya casi que en cualquier momento va a terminar siendo un especial como los de Lavecchia. Un poco está bien, va de la mano con nuestra marca y sello editorial: no hay plan ni reglas. Solo sucede, pero cuando sucede, tratamos de que suceda.

El asunto es que les tengo que ser sincero: hace varios meses que vengo escribiendo una suerte de balance y memoria de lo que viene pasando entre el financiamiento, el manejo del instituto y ciertas respuestas del sector a las políticas de este gobierno… Y la verdad es que no le encuentro demasiada motivación o sentido a todo esto.

Entonces, lo de hoy termina siendo una especie de reflexión apurada y mal escrita en vísperas de una movilización que ocurrirá mañana —o, mejor dicho, hoy— de cara a la noticia del cierre y liquidación de CINE.AR, la plataforma insignia de difusión de nuestro cine nacional.

Pero bien, estas palabras no son sobre eso. O sí, pero en realidad no. Digamos que es sobre nosotros. Sobre CINE.AR ya escribimos bastante y hasta fue el vértice del número 37, allá por el todavía pandémico 2021. Pasaron cuatro años de eso y, aunque la vida de ustedes y la mía quizá haya cambiado mucho desde entonces, todas esas discusiones siguen vigentes, porque, bueno, ya saben: es un poco siempre la misma discusión.

Como decía: esto no es sobre eso. O sí, pero en realidad desde otra perspectiva. Esto es para pensar qué estamos haciendo, en qué estadio de la discusión estamos y si, en realidad, no es tiempo de otra cosa.

Pues bien, dejemos de lo críptico de lado: la pregunta que me hago es si es compatible exigirle republicanismo al autoritarismo. Si es posible denunciar a los nazis en una ventanilla y pedirles plata por la otra. En definitiva, si se pueden dejar los pies en el plato o si, en realidad, no es tiempo de pegarle una patada al plato.

Hace casi un año, a propósito de Contra Campo —ahora Fuera de Campo— escribía sobre lo que estaba pasando con nuestro cine nacional, sobre la gestión del INCAA y, en parte, sobre cuál había sido nuestra responsabilidad en llegar hasta donde llegamos. En ese entonces, parte de la discusión era, por ejemplo, si Contra Campo debía ser un contrafestival o, en realidad, un espacio nuevo de conversación o visibilización de la situación. Si había o no que vaciar el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Mi opinión en aquel momento era que me parecía bien inaugurar debates, sentarnos a pensar y entender qué era lo que estábamos haciendo y, también, por qué se pudo hacer tan rápido lo que se hizo. Creo, y sigo creyendo, que gran parte de la responsabilidad es nuestra. Y cuando digo nuestra me y nos incluyo, pero por sobre todas las cosas hago mención a las asociaciones profesionales, en especial a las que nuclean a los directores y a los productores.

Continúo pensando que el gran problema es que nuestra cinematografía se consolidó como un cine boutique. Hecho por pocos y pensado para pocos. La importancia de las películas está dada por si quedan en los festivales más importantes del mundo y por el valor que le dan quienes ven esas películas. Y esa es justamente una de las razones cruciales por las que se lo pueden llevar puesto: no nos preocupamos de que le importe a nadie.

Y también presiento que la discusión no avanzó en nada. El modelo que propone este gobierno salvaje, bestial y cruel solo encuentra del lado de la comunidad cinematográfica un pedido de políticas de fomento. Pareciera entonces que esto se resuelve si ejecutan el presupuesto, si ponen la plata para el subsidio, si largan los concursos y si no cierran CINE.AR.

Vuelvo entonces sobre las preguntas: ¿Se les puede exigir a los nazis que sean republicanos?, ¿se le puede pedir plata a Himmler o a Goebbels sin ser cómplice del régimen? Surgen entonces dos nociones que no pueden coexistir al mismo tiempo: o la categorización que se hace de este gobierno como autoritario y neofascista está sobredimensionada —lo cual sería una banalización impropia de la terminología y un error de responsabilidad histórica garrafal —, o seguimos queriendo jugar un juego que ya no se puede jugar.

Dejando la hipérbole y la provocación de lado, lo que con sinceridad quiero decir es que no me parece razonable ondear una bandera de Palestina en una marcha o denunciar el genocidio y al mismo tiempo pedirle plata a Milei.

A lo mejor, que este gobierno no financie una sola película en cuatro años debería ser un dato que nos enorgullezca y no que nos humille. Porque el hecho de que el INCAA, manejado por este Estado, no financie películas, no significa que las películas no se puedan filmar igual. Por ahí, quién dice, más allá de visibilizar lo atroz del cierre de CINE.AR, lo que tenemos que hacer es subir todas nuestras películas a internet y dárselas gratis a la gente. Quizá sea el tiempo de pensar que no hay industria posible ahora. Que el cine ya no es un trabajo en un Estado gobernado por personas que apoyan un régimen genocida, y que nuestra respuesta a eso debería ser seguir haciendo nuestras películas, en total independencia o con otros fondos, mientras encontramos una profesión transitoria que nos ponga un plato de comida arriba de la mesa. Capaz haya que aceptar que esto por un tiempo ya no es un trabajo, que nos tenemos que prestar los equipos entre nosotros, que tenemos que ir a los rodajes a darnos una mano, y que las películas se tienen que hacer, pero no con la ayuda de ellos.

Creo entonces que ahora es el tiempo de hacer todo lo que antes no: no hay que conformar comités, no hay que participar de los concursos, no hay que dejar que el instituto funcione. Hay que vaciarlo. Hay que boicotear Mar del Plata: no tiene que haber una sola película argentina que quiera formar parte del festival. Quizá la responsabilidad histórica que nos exigen estos años sea la de dejar morir al INCAA y a la ley de cine que conocemos, y que eso no implique que se muera nuestro cine nacional.

Se me ocurre que hay que hacer otra cosa, cualquiera, pero que no podemos pretender espantarnos de lo que pasa mientras hacemos la fila para cobrar el cheque.