Materialists: la metamorfosis de las romcom

Desde finales de los años 90, las romcoms eran la fórmula del éxito: enemigos a amantes, amigos a amantes, apuestas que terminan en enamoramientos, el glow-up del protagonista, el casanova conoce a la indicada, gente rica con gente pobre, etc. Básicamente, el género estaba en su cúspide creativa, donde no solo se daba un entretenimiento super divertido que te apachurraba el corazón al final de los créditos, sino que también se aprovechaba para hablar de temáticas relacionadas con los prejuicios, la autoestima y el estatus de las personas.
Ahora, en 2025, ya no queda rastro de eso que alguna vez fue ese tipo de historias. Es como una lengua muerta que la industria no está dispuesta a revivir, ya que las veces que ha sucedido, fueron intentos en vano. Como ejemplo, las mil y una películas de adolescentes de Netflix.

Doy este breve contexto porque Materialists, la segunda cinta de Celine Song se había prometido como la resurrección de las comedias románticas gracias a una campaña de marketing ¿un poco engañosa? Porque no diría que está errada la idea, pero definitivamente no es lo que la gente esperaba.
En los papeles, están los elementos necesarios para catalogarla dentro de ese marco: protagonista materialista (jeje), un triángulo amoroso entre alguien rico y alguien pobre, un comentario acerca de las citas en el siglo XXI, cinismo de toque satírico y un final feliz donde el amor triunfa. Pero en la práctica, el tono que decide su directora y guionista es el de un drama expositivo donde cada emoción y pensamiento se escupe en diálogos o monólogos que te dejan bien claro el mensaje detrás, no hay momentos de chistes (aunque sí de ironía) y hasta hay un extraño desvío hacia un thriller. Todo es disperso, empatado con poco cuidado y escrito con ínfulas de soberbia.
Cada una de esas cosas me sorprenden viniendo de Song, quien hace unos años había entendido la intimidad, cercanía y lo doloroso de no poder amar con libertad en Past Lives, lo cual parece haber sido un milagro de una sola vez. Materialists es la antítesis tanto de su primer trabajo como de las romcoms tradicionales, lo cual no es malo per se, pero sí un bajón viniendo de una creadora tan prometedora que no se encuentra a sí misma en esta historia.

Hay una intención lindísima acerca de la importancia de la conexión frente a los intereses y lo transaccional. Estamos en una época donde se hablan de términos hediondos como “hombres estoicos” y “mujeres de alto valor” que, más que incentivar hábitos saludables, terminan por aislar con una visión irreal de las relaciones y, más que nada, de las personas. Dándonos una aproximación casi distópica de las citas donde se sobrepone la oferta (y expectativas) antes que la persona. Ahora, salir con alguien, se reduce a una inversión de tiempo y dinero antes de pasar al próximo aspirante. No quiero sonar como que descubrí la última Coca-Cola del desierto, pero cuando la película decide casarse con esas inquietudes posmodernas es genial y valiosa por su discurso, tal vez se subraye de más, aunque demuestra una perspectiva original sobre los tiempos que corren hecho con empatía.
Por otro lado, siento que se atropella al querer ahondar en muchísimas cosas sin comprometerse a casi nada. En especial, con las consecuencias que se presentan en esa subtrama de la chica siendo acosada por un tipo que abusó de ella a causa del nulo filtro y conocimiento de las personas en los servicios de matchmaking, algo que desentona demasiado con el resto de la película, no aporta gran reflexión y encima se resuelve de una manera bochornosa.

Además, sus protagonistas se rehúsan a crecer debido a un guion que no sabe cómo desarrollarlos o darles un final merecido. Empiezan y terminan igual, sin replantearse sus ideales ni buscar maneras de mejorar por sí mismos. En otra situación, esto no importaría mucho, pero Materialists desea crear conversación sobre sus temas, sobre sus personajes y sobre la situación actual en torno al amor; y que la película no logre perfilar con éxito los roles de Dakota Johnson, Pedro Pascal y Chris Evans es una señal de que no son más que arquetipos que se reducen a entablar conversaciones vacías. Sin contar que, el único que parece entender su papel es Evans, quien realiza una actuación bastante justa de un bueno para nada con mucho corazón.
No quiero sonar duro, porque en absoluto pienso que sea una mala película, solo es un intento bastante disperso de una cineasta que quiso readaptar su estilo con la esperanza de acariciar el mainstream, pero el resultado ha sido extraño –por no decir decepcionante– al querer darnos una lección sobre el romance posmoderno en plena época de las apps de citas. Más moralista que incisiva, más estéril que emocional y más esnobista que normie. Y, a veces, para hablar acerca de lo triste que es la pérdida del amor y las buenas intenciones, hace falta ser todas esas cosas que esta película no es. Celine Song apenas nos deja ver ese rayito de esperanza al inicio y al final, lástima que el resto sea una amalgama de conceptos que se quedaron sin construcción alguna.



