Sinners: sangre fresca

Después de mostrar su valía con la interesante y profunda Fruitvale Station (2013), el guionista y director Ryan Coogler pareció haber quedado atrapado en la vorágine del mainstream y las franquicias de Creed y Pantera Negra. Sin embargo, con Sinners sale a la cancha con una historia original que mezcla western sureño, película de monstruos, musical gótico, alegoría histórica y… le salió algo muy bueno.

“Existen leyendas de aquellos nacidos con el don de crear música tan pura que atraviesa el velo entre la vida y la muerte. Conjuran espíritus del pasado y del futuro. En la antigua Irlanda se les llamaba Filí, en tierras choctaw los llamaban guardianes del fuego, y en África Occidental se les conoce como griots. Este don puede sanar a sus comunidades, pero también atrae el mal”.

Esto es narrado en off, mientras se escucha el crepitar de una fogata e ilustraciones representan estas palabras.

En sus primeros minutos, la película hace una declaración de intenciones: un joven afroamericano, cubierto de sangre, baja de un automóvil y entra en una iglesia en plena misa. El muchacho es Sammie (Miles Caton), parece venir del mismo infierno y solo sostiene el mango de una guitarra. Estamos en Clarksdale, Mississippi, 1932.

El pastor de la comunidad se dirige al joven. Entre flashes muy rápidos, vemos la amenaza que enfrentó: un vampiro que lo tienta, quizás como un paralelismo con la religión que el hombre blanco impuso a los negros para “salvar” sus almas impuras. El pastor le pide que suelte la guitarra, esa representación del mal según sus estándares religiosos.

Tras esta introducción demoledora y cargada de simbolismos, la narración nos sitúa un día antes del suceso. Aquí, la película se divide en dos partes que bien podrían considerarse producciones independientes.

La primera parte es un drama. Al profundo delta del Mississippi llegan los hermanos gemelos Smoke y Stack –ambos interpretados por Michael B. Jordan, actor fetiche de Coogler– con un maletín lleno de dinero en efectivo para comprar un viejo aserradero y montar una cantina.

Para la gran inauguración reúnen a un grupo de personas, viejos amores y amistades para poner en marcha el emprendimiento. Entre ellos, su primo Sammie Moore, guitarrista y vocalista de blues con un inmenso talento, hijo del pastor que lo exhorta a abandonar la música y abrazar la religión para evitar caer en el “camino del mal”.

¿Quién no tuvo primos mayores a los que admirar? Claro que Sammie siente que estos son los hermanos que nunca tuvo y que, al menos uno de ellos, alienta sus aspiraciones musicales.

Mientras tanto, Smoke y Stack intentan reconciliarse con el pasado que dejaron atrás en Mississippi, especialmente en lo sentimental.

En esta primera hora predomina la estampa del delta: campos de algodón trabajados por afroamericanos, una imagen de pobreza y precariedad laboral que roza la esclavitud.

Pasada una hora, aparece lo fantástico: un vampiro perseguido por cazadores choctaw, pueblo originario de Mississippi. Remmick (Jack O’Connell) se refugia en la casa de una pareja que, casualmente, pertenece al Ku Klux Klan local. El tío de uno de ellos, líder del clan llamado “el Gran Dragón”, fue quien vendió el aserradero a los hermanos Smoke-Stack.

Al caer la noche, los choctaw se retiran y Remmick convierte a sus “protectores” en vampiros, formando así su nuevo clan. En ese momento, la música que Sammie toca en la cantina comienza a resonar y atrae a los monstruos.

En esta segunda parte, la trama se convierte en una lucha entre humanos y vampiros. No faltan los clichés: ajo para repelerlos, estacas para matarlos y el clásico “sin invitación, no hay entrada”. Estos recursos, lejos de restar, dotan de entidad a unos seres que recurren a argucias y mentiras para engañar a sus antiguos amigos y sumarlos a su clan.

Vuelvo a la música de Sammie y la atracción que ejerce sobre el líder vampiro, Remmick, porque es una escena que se destaca por muchas razones: la interpretación de Miles Caton, en su debut en la pantalla grande, con una gran voz blusera, y el despliegue técnico con travellings largos que muestran coreografías con personajes que representan espíritus de distintas épocas y etnias. En una esquina vemos percusionistas de una África precolonial, danzantes japoneses, un guitarrista futurista que claramente remite a Jimi Hendrix, raperos, etc.

La música es un personaje más y está presente en cada pulso de la trama. El compositor, el gran Ludwig Göransson (The Mandalorian, Oppenheimer), da preponderancia al blues –estamos en Mississippi, después de todo– pero también incorpora góspel, rock sureño, country y hasta funk.

Ya que hablamos de la música como un personaje, hablemos de los de carne y hueso.

El elenco está encabezado por Michael B. Jordan, quien interpreta a los hermanos Smoke y Stack. Ambos dejaron el delta siendo muy jóvenes y su vida se ha definido por la sangre: primero en la Primera Guerra Mundial y luego como gánsteres al servicio de Al Capone en Chicago.

Smoke es frío y calculador; Stack, alegre e impulsivo. Jordan logra diferenciar a ambos con claridad y eficacia.

Miles Caton, en su debut, interpreta a Sammie Moore, un talento en bruto del blues que lucha entre seguir su pasión musical u obedecer a su padre y convertirse en pastor. Si bien Sammie es el verdadero protagonista de Sinners, el excelente trabajo de Jordan y la riqueza de sus personajes terminan por disputarle ese lugar central.

El resto del elenco incluye a:

  • Annie (Wunmi Mosaku), ex pareja de Smoke, quien se encarga de la cocina de la cantina y posee conocimientos de brujería y del mundo espiritual.
  • Mary (Hailee Steinfeld), exnovia blanca de Stack, rechazada por él para evitar conflictos raciales.
  • Pearline (Jaymee Lawson), interés amoroso de Sammie y cantante de blues.
  • Cornbread (Omar Benson Miller), trabajador algodonero que se convierte en el guardián de la cantina.
  • Delta Slim (Delroy Lindo), leyenda venida a menos del blues y alcohólico.
  • Grace (Li Jun Li) y Bo Chow (Yao), comerciantes chinos que abastecen la cantina.

Y finalmente, Remmick, el vampiro interpretado por Jack O’Connell. Su vampirismo representa múltiples capas de sentido y funciona como una fuerte analogía histórica. Sabemos que es irlandés –los “negros del Reino Británico” si comparamos el rechazo y la discriminación que sufrieron–.

Remmick desea el poder de Sammie para conectar con sus ancestros espirituales y ofrece comunión y libertad… aunque en realidad impone. Su vampirismo es una metáfora de la apropiación cultural y la imposición religiosa.

Negros e irlandeses fueron oprimidos y asimilados. En la oscuridad de esa noche particular, se enfrentan justamente a esas imposiciones culturales. No es casual que, al principio, el color de piel diferencie a vivos de vampiros, y que, cuando Remmick construya una comunidad más diversa, imponga a todos cantar “Rocky Road to Dublin” (por cierto, una genialidad), canción nacionalista irlandesa sobre las dificultades de viajar a Inglaterra. Podría leerse como igualdad, pero en realidad, todos bailan como marionetas del vampiro líder.

Otra metáfora está en el blues y el famoso mito de la encrucijada con el diablo: Robert Johnson, leyenda del blues, habría vendido su alma a Satanás para alcanzar su talento supremo.

El pastor se lo recuerda constantemente a Sammie: la música lo llevará a toparse con el diablo. Le exige que ocupe su lugar en la iglesia, es decir, que no se desvíe del camino marcado por la religión impuesta.

Porque, en definitiva, Sinners trata de eso: de mostrar el verdadero rostro de Estados Unidos. Esa contradicción tan yankee que ama la música de los negros, se la apropia… pero odia a los negros que la crean.

Una película de vampiros con aire fresco, que por momentos me recordó a The Lost Boys (1987, Joel Schumacher). Y aunque la intención de Coogler fue alejarse de las franquicias, si decide crear una con esta, yo estaré esperando. Material para spin-offs hay: el pasado de Remmick, los choctaw cazadores de vampiros, las aventuras de Smoke y Stack…

Hay muchas razones para ver Sinners. Para mí, la mejor película del año. Y si lo hacen, tengan paciencia y disfruten, sobre todo si gustan del blues. A muchos les hizo ruido la escena postcréditos. No puedo ser objetivo porque… SPOILER ALERT: Buddy Guy.