The Gorge: pura diversión antipochoclera

Entre los pocos estrenos que vi hasta ahora, The Gorge (2025) —disponible en la plataforma de streaming Apple TV+— ha logrado dejarme una feliz impresión. No es para menos. Al mando de la producción está Scott Derrickson, un cineasta que tiene sus buenos años de ejercicio en películas para pasar el rato, pero que en esa lista incluye joyas como Sinister (2012) y The Black Phone (2021).

The Gorge no llega a la altura de aquellas piezas de terror. En este aspecto, conviene recordar que la genialidad es escasa. Incluso los maestros como Scorsese o Carpenter tienen películas olvidables. Por lo tanto, componer una obra es siempre una apuesta de riesgo que, aunque sea fallida, suele fundar escuela.

En este aspecto, The Gorge no aspira a enseñar nada, pero sí aprende la lección de las buenas películas de puro entretenimiento. Tiene a dos personajes con carisma y buena química: Levi Kane (Miles Teller) y Drasa (Anya Taylor-Joy). Ambos son francotiradores a quienes se les encarga la misión de custodiar un misterioso abismo. Uno y otro hacen guardia desde torres apostadas a orillas opuestas. A pesar de la distancia, Kane y Drasa encuentran la manera de comunicarse mediante carteles. Buena parte de la película se dedica a apuntalar esta relación. En ese intercambio hay incluso espacio para homenajear el papel de Teller en Whiplash (Damien Chazelle, 2014) y el de Taylor-Joy en The Queen’s Gambit (Scott Frank y Allan Scott, 2020).

Cuando la relación se consolida, y los espectadores sentimos ya simpatía por los protagonistas (incluso a pesar de que ellos son asesinos), se desata el conflicto y la acción entonces adquiere notas fantásticas. Kane y Drasa se sumergen en el abismo y descubren un territorio que, sin reserva, rinde devoción a la cañada de los insectos en el King Kong (2005) de Peter Jackson y el área X de Annihilation (Alex Garland, 2018)

No todo en la vida se trata de analizar la carga filosófica o disruptiva de las películas. De vez en cuando también es solo cuestión de entretenerse. El problema quizá es que, en los últimos tiempos, el cine llamado de entretenimiento consiste más en mascar pochoclo que prestar atención a lo que ocurre en la pantalla.

Hace veinte o veinticinco años, uno aún podía encontrar entre los tanques comerciales películas que no aspiraban a enriquecer a ningún ejecutivo ni transformar la existencia de ningún espectador. Eran películas decentes, bien hechas, que podían ser cursis o contar situaciones descabelladas, pero que no aspiraban a otra cosa que a entretener. Y lo hacían bien, con muy buen arte y sin mayores pretensiones.

Uno no se las tomaba demasiado en serio, pero de seguro terminaba más ligero, más despreocupado. Había pasado el rato y hasta se quedaba con un recuerdo divertido, que incluso daba ganas de compartir con sus amistades.

The Gorge no me ha cambiado la vida, pero me hizo rememorar aquellos viejos buenos tiempos en los que entretener no era un pecado ni, mucho menos, un imperativo. Lo cual, hay que reconocerlo, en los días extraños que nos tocan vivir no es poca ganancia.