Adolescencia

I

La N roja ha pasado por varias etapas. Desde alquilarse a Werner Herzog y a Errol Morris, a financiar proyectos de David Fincher como Mindhunter, buscar su propia pieza de propiedad intelectual “legacy” —generalmente de ciencia ficción, como Altered Carbon, The OA o Perdidos en el espacio—, explotar hasta el hartazgo el fenómeno del documental true crime, hasta abrazar el blockbuster carísimo, como en los casos de El ejército de los muertos (Zack Snyder – 2021), Rebel Moon (Zack Snyder – 2023) o la reciente Estado eléctrico (Hermanos Russo – 2025).

Una de las cosas que ocurrió en este devenir es que, poco a poco, el mayor estudio productor de películas y series del mundo ha desaparecido de la discusión pública. Esto no quiere decir que no tenga audiencia, sino que lo que produce no mueve la aguja. Es visto por gente que ya está en el sistema y no atrae espectadores nuevos. No se lo considera una pieza artística, sino que se consume como comida rápida.

Para cambiar la marea hay dos caminos: se requiere un fenómeno de la talla de Juego de Tronos o Stranger Things, o tocar un tema álgido, actual, y que ponga a una parte de la población en estado de alerta. Deben ser películas o series que traspasen el umbral; de las que se hable en el streaming, en la radio, en los medios digitales y en los tradicionales.

El tema que rompe el techo de cristal suele ser uno que ya está lo bastante discutido como para que una parte de la población lo venga masticando hace años, pero que llega a su ápice con la serie o la película. Cuando la abuela dice “incel” es un indicio del submarino que emerge. Se produce el efecto “te sigo desde Cemento” en los demás. Esta discusión está entre nosotros desde hace años. Más de una década. Está atravesada por las elecciones de Trump (I), Bolsonaro y Milei, y los términos “machosfera”, “cyberbullying”, etc. El joven blanco frustrado sexualmente es el paciente cero del resurgimiento de la derecha fascista, a caballo de la revancha contra el wokismo y, de paso, de todas las chicas que no se acostaron con él.

En este contexto aparece la miniserie Adolescencia. Pero cuidado, se parece más a un pago por servicios prestados que a un cambio de rumbo legítimo de Netflix. Jack Thorne, su showrunner, es el perpetrador de las películas de Enola Holmes, vehículo para explotar la popularidad de Millie Bobby Brown. Bienvenido sea que el bueno de Jack, acompañado por el actor Stephen Graham, se haya acordado de los motivos por los que se dedicó a esto.

II

Hola, acá Mariano, en primera persona. Quien me viene leyendo habrá notado que soy bastante insistente con el policial en general, y hago hincapié en el policial inglés en particular. Hace unos años se viene dando un patrón: el policial que trata sobre el mundo adolescente. Estos relatos tienen factores comunes. Usualmente, las adolescentes son víctimas de sus congéneres. La investigación, en un punto, se encuentra desorientada. No es la policía (ni la justicia, ni el periodismo) quien no entiende, sino que es, en general, el mundo adulto. Hubo una desconexión generacional, tal vez tan importante como la que ocurrió en la década del sesenta. Algo pasó y perdimos a las generaciones digitales. Se suele señalar como principio del fin a la peregrina idea que tuvo la sociedad de consumo de poner una computadora en manos de todo el mundo y que sirva, antes que nada, para sacarse fotos, hacer videos, esperar los likes y comentar. Un juego que premia el ego, apuntado directamente a la cabeza de los adolescentes. Y es seguro que eso fue potenciado por la pandemia. Pero el fenómeno ya estaba ahí; solo se aceleró.

Los policiales que hablan de esto son numerosos y provienen de todo el mundo. Desde Mare of Easttown, Defending Jacob, Sharp Objects, La forêt y Under the Bridge, por nombrar unos pocos, tienen en común un factor: el horror más profundo es ser adolescente en estos tiempos.

III

Adolescencia comienza al revés que todos los policiales, en especial los ingleses. Al despuntar el día, los detectives Bascombe (Ashley Walters) y Misha Frank (Faye Marsay), acompañados por la policía armada, irrumpen violentamente en la casa de la familia Miller para detener a Jamie (Owen Cooper), sorprendiendo a su padre Eddie (Stephen Graham), su madre Manda (Christine Tremarco) y su hermana Lisa (Amelie Pease). En la familia, nadie tiene ni la mínima idea de lo que ocurre.

El relato se contará en 4 episodios, cada uno rodado en plano secuencia. He leído sesudas y erradas explicaciones de este concepto. Básicamente, la diferencia entre una toma larga y un plano secuencia es que este último no solo no tiene cortes aparentes, sino que posee una estructura dramática completa, contada de punta a punta.

Jamie es llevado a la comisaría y, aquí, para beneplácito del editor de esta publicación, el doctor Vallarelli, parece contarse el procedimiento de manera realista y correcta. No solo la consabida lectura de derechos, sino cada paso burocrático. Lo único criticable es que, justamente por la propia estructura del plano secuencia, todo ocurre demasiado rápido, incluso para la pulcritud de la burocracia inglesa.

En solo 60 minutos vamos desde la irrupción en la casa, la detención, el traslado, el procesamiento, el llamado al abogado, el examen médico, el interrogatorio y el esclarecimiento. Entiendo que la estructura de plano secuencia se fuerza en el primer capítulo, y tiene más sentido en el segundo y el tercero.

No creo que vayan a leer este artículo sin ver la miniserie. Si es así, sirvan estas líneas para frenar la lectura, ya que habrá spoilers.

Prosigamos: Jamie mató a una compañera de la escuela. La apuñaló repetidas veces en un estacionamiento. Está todo filmado. No existe la mínima duda. Es un chico inteligente. Un adolescente común. No tiene antecedentes violentos. Su papá tiene una empresa de plomería. Su mamá también trabaja. La familia es normal. No fue abusado. No lo reventaron a golpes. La sorpresa de su padre es absoluta. Jamie está en negación, que es su refugio frente a la vergüenza. No puede enfrentar a su padre.

IV

El primer episodio establece sin lugar a duda la culpabilidad de Jamie. El espectador entiende que esta serie no es un misterio, sino un drama. Pero hay un engaño, porque la pesquisa es el vehículo del segundo episodio, en el que los detectives buscan el arma homicida en la escuela a la que asistían Jamie y la víctima. Esta búsqueda es, en sí misma, un vehículo utilitario para contar otra cosa: el mundo secreto de los adolescentes.

La escuela, representada en la señorita Fenumore (Jo Hartley), profesora que oficia de guía de los agentes, es un fiel reflejo de las sospechas de todos los miembros de la comunidad educativa. No tenemos ni la menor idea de cómo afrontar lo que está ocurriendo. Todo en este episodio sirve como ejemplo. La idea de la escuela como corral, donde se deja a los chicos mientras los adultos viven su vida. El desprecio por cualquier tipo de autoridad, motorizado en parte por la propia incapacidad de los adultos de imponerla, y los episodios de bullying descarados, que se perpetúan a través de los teléfonos y la desidia de quienes deben evitarlos.

Pero lo que descubre Bascombe, a través de su hijo, es que no encontraba el motivo del asesinato porque no sabía leer el lenguaje secreto de los adolescentes, que no solo son los significados de los emojis, sino también los conceptos surgidos de la “regla del 80/20” y la llamada “machosfera”. Esto solo está esbozado en la serie. Pero cabe agregar aquí que detrás de estos conceptos hay foros de internet e influencers populares —por ejemplo, Agustín Laje— y que individuos radicalizados realizaron atentados, particularmente Scott Beierle en EE.UU. y Jake Davison en el Reino Unido, clasificados como terrorismo misógino. Aquí mismo, en nuestro país, hubo un atentado contra una pareja de mujeres a las que prendieron fuego en una pensión en Barracas en mayo de 2024. Los discursos de odio engendran violencia.

El tercer episodio, tal vez el mejor de toda la serie, es en parte sesión de terapia y en parte tiene un mecanismo de interrogatorio policial. Pasaron siete meses y Jamie está en un instituto correccional esperando juicio. Lo están evaluando distintos psicólogos. Presenciamos la quinta y última entrevista que lleva adelante Erin (Briony Ariston). En términos sencillos, la profesional debe dar su opinión sobre la capacidad de Jamie de entender sus actos. La entrevista, funcionando como una obra de teatro, nos pasea por todas las emociones, pero dos sobresalen: miedo y lástima. Jamie es, efectivamente, capaz de entender, pero además tiene brotes violentos. Al mismo tiempo, nos da lástima, justamente porque entiende, está herido, tiene vergüenza y solo busca que lo quieran. La serie no lo exonera. No es un alegato en contra de bajar la edad de imputabilidad. Es más, es probable que sea todo lo contrario. Pero es capaz de transmitir toda la tragedia que significa la pérdida de la segunda vida, que es la del propio Jamie, desesperado por un gesto de aprobación de alguien.

V

El capítulo final es una coda. Estamos a un mes del juicio. Es el cumpleaños de Eddie, el papá de Jamie. A punto de desayunar en su casa, descubre que vandalizaron su camioneta. Escribieron con aerosol “pidófilo” (sic). Lo que presenciamos es un verdadero tour de force autoral y actoral entre Eddie y Manda.

Eddie trata de limpiar la inscripción; luego arrastra a su familia hasta el Easy local. Allí descubre que el mal que se llevó a su hijo es endémico, cuando un empleado del local le expresa su simpatía y solidaridad.

A la vuelta, en una de las mejores escenas de 2025, se quiebra con su mujer preguntándose la única pregunta válida que puede hacerse un padre ante el abismo: ¿pudimos haber hecho algo? La respuesta de Manda es categórica: “Es necesario que aceptemos que sí”. El problema es ¿qué hacer? La hija mayor es responsable, empática y respetuosa. Eddie jamás les levantó la mano a sus hijos. Ambos fueron criados en el mismo ambiente. ¿Qué debimos haber hecho? ¿Qué podemos hacer?

La ficción, en cambio, no debe hacer nada. A veces plantea preguntas. A veces esboza respuestas. En este caso, la visión que nos da del horror del ecosistema adolescente en este mundo que se regocija con la crueldad es desoladora. Los líderes occidentales propiciaron los discursos de odio, empoderaron a sus ideólogos y perpetradores, y hasta se volvió a popularizar el saludo nazi. Todo frente a nuestra impavidez. Estamos anestesiados, en parte por Netflix, lo que resulta paradójico.

Estamos perdiendo generaciones. No arreglamos las escuelas. No mejoramos la carrera y formación de docentes, ni mucho menos su sueldo, pero ponemos celulares en las manos de todos y facilitamos el acceso a redes que son totalmente perjudiciales para la formación de la personalidad y el carácter. Estamos jodidos, amigos, y lo sabemos todos.

Como en Adolescencia, no hay mensaje esperanzador al final del camino. Si no podemos repudiar en masa a seres nefastos como Nicolás Márquez, ni sacarles los celulares a 20 adolescentes encerrados en un aula, más vale que vayamos derecho a cabecear el próximo meteorito.