Flow: Todos juntos

Cualquiera que haya visto una película de animación, a esta altura, sabrá que lo más común es que los animales hablen. No sólo eso, sino que además estén representados de forma antropomórfica. Un recurso utilizado, por lo general, para motivar una identificación con el que mira.
Por eso el primer rasgo llamativo de Flow es el más evidente: sus personajes son animales que no hablan. Tampoco tienen rasgos de carácter que puedan asimilarse a una persona. En Flow, los personajes no son otra cosa que eso mismo que encarnan: animales. Hay un sentido disruptivo ahí, como si el director Gints Zilbalodis buscase quebrar con ese lugar común. No es que se coloque en una posición de superioridad con respecto al cine de animación de animales parlantes, sino que busca otra vía posible. De ahí que Flow tenga la gran virtud de ser una película inusual en su género por el simple hecho de no utilizar el recurso al que uno está más acostumbrado en este cine.

Si uno lo piensa un poco, el hecho de hacer que los animales de Flow no hablen se relaciona con el universo en que transcurre: un mundo postapocalíptico en el que todo ha quedado reducido a escenarios de la naturaleza, y en el que, al ya no haber seres humanos, también se ha perdido la palabra.
La falta de diálogos y de explicaciones sobre cómo ocurrió este aparente fin del mundo lleva a otro aspecto fascinante de Flow, que es el gusto por el sonido. En gran parte, la sonoridad anuncia un peligro inminente, algo que les permite a los personajes saber que tienen que moverse o alejarse para evitar sufrir daños. Algo que se nota desde el comienzo, cuando el gato sabe que una estampida (y una inundación) se le vienen encima al escuchar los pasos acelerados de los ciervos. Pero ante la falta de diálogo, este recurso es clave también por las vocalizaciones de los animales, que hace que apenas baste el sonido de uno de ellos para entender su carácter y lo que está sintiendo.
El diseño animado de todos estos personajes resulta bastante realista en su trazo, alejado de toda caricatura, pero a la vez los escenarios naturales animados (que en algún momento revelan algún diseño no tan logrado, hay que decirlo también), la mencionada ausencia de diálogos y alguna que otra escena onírica dotan a las imágenes de un aire por fuera de lo ordinario; de ahí que Flow tenga la hermosa y virtuosa paradoja de ser una película que se percibe realista y a la vez fantástica.

La cuestión de que Flow esté protagonizada por animales, que la historia sea relativamente sencilla, al menos en términos de lo que sería la trama (ya que en verdad ocurren cosas constantemente, los tiempos muertos son escasos) y que lo que se cuenta de fondo sea la necesidad de estos animales de trabajar juntos pese a sus diferencias, ha llevado a creer, como escuché por ahí, que la película funciona como una fábula. En lo personal me cuesta verlo de esa forma. Más bien, creo que Flow es algo tan sencillo y efectivo como una película bien narrada donde un grupo de animales muy distintos entre sí intenta salvarse de un diluvio arriba de un barco. No hay ninguna pista que nos diga qué ocurrió con la humanidad (apenas una estatua de un hombre, cuya cabeza y mano son alcanzadas por el agua; y la cabaña abandonada donde residía el gato). Tampoco hay, como en las fábulas, la necesidad de hacer de estos animales alegorías de una cualidad humana. Los animales acá se rigen por su, valga la redundancia, naturaleza animal. Pero, además, Zilbalodis hace que sus criaturas no se reduzcan a un rasgo único, sino que tengan actitudes que las vuelven más complejas. El felino protagonista comienza pensando, en apariencia, sólo en sí mismo y en su supervivencia (de hecho, es, junto con el carpincho, el único animal de su especie que aparece), como vemos cuando se niega a salir de su cabaña luego de ser seguido por el labrador, y a medida que avanza la película se vuelve más consciente de su lugar de convivencia entre las demás especies. Es, además, sumamente ágil y atento ante la posibilidad del peligro (ver cómo corre con rapidez a su cabaña una vez que se da cuenta de que el agua empezó a subir); pero también, como pasa con los gatos, se distrae de manera inmediata ante lo que le parece llamativo, al igual que en ese hermoso momento cuando trata de “cazar” el reflejo de un espejo en el bote, o cuando rasguña la cola del lémur sólo porque la ve colgando y balanceándose. El lémur está fascinado con su canasta de baratijas y parece inofensivo, pero cuando el pájaro con el que comparte bote tira uno de sus objetos al agua, el único gesto de agresividad del lémur termina por hacer que la embarcación pierda el control y se estanque. El pájaro blanco pertenece a una especie que, en apariencia, debería mostrarse agresiva, pero, en un gesto de altruismo o de lástima, libera al gato al cual atrapó y lo suelta sobre el bote; sólo para ser castigado por el líder de su especie más tarde. El perro labrador se debate constantemente entre la fidelidad a su especie, que no duda en perseguir a cuanto animal se le cruce, y la posibilidad de estrechar lazos amistosos con otras especies. Y el carpincho, el animal más relajado del grupo, tiene la curiosidad de ser el menos activo de todos y a la vez es el que maneja el velero.

El hecho de ver a estos personajes que muchas veces sólo piensan en sí mismos y en su propia supervivencia, y que incluso son capaces de atacar o cazar a otras especies, hace de esta una película con un mayor grado de crueldad de lo que uno esperaría en una producción animada protagonizada por animales. En este sentido, la referencia quizás no sea la del cine de animación con animales parlantes de los 2000 a esta parte, sino la de películas de Disney más viejas con algún momento un poco fuerte –al menos fuerte para lo que sería una producción infantil– como Dumbo (1941), Bambi (1942) o El rey león (1994).
Sin embargo, hacia el final hay espacio para una pequeña esperanza. Es un cierre con un carácter digno del espíritu del cine de John Carpenter. En el cine del director de El enigma de otro mundo (1982), hay una idea central por la cual el mal nunca puede ser vencido por completo, pero el bien como tal siempre vuelve para hacerle frente.
El final circular de Flowanuncia una posible nueva inundación, pero de ser así el gato ya no deberá enfrentarla solo desde el principio, sino con quienes lo acompañaron en su viaje, todos juntos.



