Reseña: Cónclave

La música de cámara es aquella compuesta para un número reducido de instrumentos. Durante el Renacimiento, era interpretada en los salones de la aristocracia. La orquesta de cámara es pequeña, pensada para ejecutar una partitura en un espacio reducido. Los músicos se miran a la cara. Suelen tener menos de 10 integrantes.

El cine, hace un tiempo, por razones productivas y presupuestarias, le dio más preponderancia al “cine de cámara”. Pocos personajes, espacios confinados y línea temporal acotada. No me refiero a películas teatrales como ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols – 1966), sino a películas que en otros momentos hubieran sido gigantescas y optan por un tono menor. Un buen ejemplo es Greyhound: en la mira del enemigo (Aaron Schneider – 2020), en la que Tom Hanks es el capitán de un acorazado de la Marina de Estados Unidos, acechado por los U-boats en la Segunda Guerra Mundial. La película está contada casi exclusivamente desde el puesto de mando del capitán.

La otra película famosa sobre un cónclave es Las sandalias del pescador (Michael Anderson – 1968). Basada en el bestseller de Morris West, fue una superproducción estrenada en 70mm, con un elenco inmenso, que incluía a Anthony Quinn, John Gielgud, Lawrence Olivier, Vittorio de Sica, Oskar Werner y Leo McKern. Como suele suceder en las películas con cónclaves en su trama, el Papa elegido es el que menos chances tenía al inicio del proceso. Pero en este caso, Cirilo, tal es el nombre que adopta el nuevo Papa, al final del segundo acto de la película, debe ponerse al frente de negociaciones para detener una guerra entre China y la URSS.

Como las notas al pie son incómodas en una página web, le voy a dedicar un párrafo al bueno de Morris. La novela Las sandalias de pescador, publicada en 1963, anticipa la llegada de un Papa de Europa del Este, criado bajo el dominio de la URSS, tal como ocurrió años después con el polaco Karol Wojtyla, conocido como Juan Pablo II. Pero no se le acabó la suerte a West con esa predicción, ya que en 1998 publica la novela Eminencia, en la que cuenta la elección de un Papa proveniente de cierto país en el culo sur del mundo.

Cónclave (Edward Berger – 2024) sería “Las crocs del influencer”. Una nueva visión sobre este proceso, que es nada menos que una de las pocas ceremonias milenarias y palaciegas que tenemos en Occidente, por fuera de los ritos de las monarquías parlamentarias del viejo continente. De hecho, desde el siglo XII se encuentran vigentes las reglas fundamentales de la elección: solo votan los cardenales y se precisan dos tercios de los votos para acceder al trono de san Pedro. Pero vamos a la película, que bastante les costó hacerla.

El Papa ha muerto. El cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) es llamado a los aposentos privados en la residencia Santa Marta, donde la cúpula de la Iglesia católica se encuentra junto al cuerpo. Allí lo esperan el cardenal Tremblay (John Lithgow), el cardenal Bellini (Stanley Tucci), el cardenal Adeyemi (Lucian Msamati) y el arzobispo Wozniak (Jacek Koman), entre otras decenas de miembros de la jerarquía eclesiástica. Cabe recordar en este punto que la Iglesia católica es una organización piramidal cerrada y jerárquica y que justo por debajo del Papa y por encima de los 1500 millones de feligreses se encuentran los cardenales, llamados también príncipes de la Iglesia. Los cardenales gobiernan diócesis, presiden los organismos de la curia romana y administran el Vaticano.

Temprano en la trama entendemos que hay algo raro con el cardenal Tremblay. Fue la última audiencia oficial del Papa antes de morir de un infarto en su cama. El último que lo vio antes de morir, sin embargo, fue el arzobispo Wozniak, aficionado al trago y con algo para contarle al cardenal Lawrence. En la película no se explica absolutamente nada, pero ya que estamos, cabe decirlo: Lawrence es el decano del Colegio Cardenalicio, el primus inter pares entre los cardenales, y la autoridad máxima a cargo del Cónclave. Trewlaney es el Camarlengo, una suerte de tesorero, responsable de los bienes y propiedades de la curia romana; por eso es el que declara “Sede Vacante”, rompe el sello del anillo y lacra la puerta de los aposentos privados. Bellini es un colaborador estrecho del Papa fallecido, miembro del Dicasterio –lo que sería el gabinete de la curia romana– lo mismo que Adeyemi, proveniente de Nigeria.

Las intrigas palaciegas se empiezan a dar desde el primer momento, y solo se incrementan con la llegada del cardenal Tedesco (Sergio Castellitto), representante del ala reaccionaria, que quiere abolir toda reforma que se haya realizado desde el Concilio Vaticano Segundo, lo que por ejemplo volvería a las misas en latín. Cabe destacar el guiño autoral: Tedesco en italiano quiere decir “alemán”. El cardenal más reaccionario de los últimos tiempos fue Ratzinger, luego Benedicto XVI, primer Papa en 500 años nacido en Alemania, que consideraba la “Teología de la Liberación”, nacida del Concilio Vaticano II, un movimiento subversivo. No hace falta preguntarse demasiado qué piensa sobre las mujeres y los gays de la feligresía. Su caballito de batalla era que la Iglesia había adoptado un relativismo moral que la estaba llevando a la ruina.

El ala liberal de la Iglesia está representada por Aldo Bellini, candidato de la continuidad de los colaboradores del Papa, incluido Lawrence. Aboga por una iglesia moderna y abierta. Sería lo más parecido a Bergoglio a.k.a Pope Francis, el reformador más eficaz que ha visto la iglesia moderna, lo que a los que miramos de afuera nos parece poco, pero adentro es una especie de Che Guevara.

El cardenal Lawrence, el protagonista indiscutido, manifiesta su apoyo a Bellini, pero Edward Berger, el director de la película, hace un ejercicio de focalización interesante, y no accedemos a la interioridad del personaje, que dice tener una intención, y obra en maneras que nos hacen dudar de ella.

A punto de empezar el cónclave, aparece un desconocido, el misterioso cardenal Benítez, un mexicano nombrado por el fallecido Papa a cargo de la diócesis de Afganistán, con pasado en el Congo. Un hombre que ha visto el horror de cerca, y cuyo nombramiento se mantuvo en secreto para proteger su vida en territorio hostil. 

Detrás del thriller, de la intriga palaciega, de la psiquis de estos personajes, ya de por sí inexplicables para muchos, hay un relato sobre la actualidad política del mundo. Tenemos la división izquierda y derecha; los corruptos, los arribistas y los políticos. Y mirando a todos, desde el costado, pero estando adentro, está la hermana Agnes (Isabella Rossellini), el ama de llaves de Santa Marta, que sabe más de lo que dice, y lo que no sabe lo intuye.

Berger se aproxima a este relato y toca todas las notas efectivas. Tenemos un misterio, que enmascara a otro aún más sorprendente; un subtexto político relevante, que además conlleva otro, que es milenario: el papel de las mujeres en la Iglesia, uno de los últimos ámbitos inexpugnables para el género femenino. Además, propone a su elenco una interpretación basada en un principio notable: los cardenales papables son como viudas del Papa muerto. No hay espacio para las mujeres aquí, porque la femineidad, entendido como delicadeza, sutileza y gestualidad, ha sido usurpada por los príncipes de la Iglesia.

La ejecución estética es también interesante. Sin abusar de una iluminación dramática, el gran logro está en la composición de los planos, que se acerca a la divinitud formal; la elección de los planos generales medios, en los que entorno y personajes están en equilibrio, no solo es acertada, sino que convierte a esta película en una obra visualmente memorable. Esto representa un logro excepcional, tratándose de una película de cámara, como se escribió antes.

Cónclave termina teniendo relevancia por la frágil salud del Papa Francisco, hoy por hoy internado con neumonía, pero no solo por eso, sino también por este revival en Occidente de cierta espiritualidad conservadora que, ante la falta de un compás moral más sólido, ha llevado a la progresía a volcarse hacia la religión organizada tradicional. Ojalá que esta película excelente no sea recordada solo por ser la preferida de las juventudes morenistas.