La sustancia: la tiranía de la perfección

Una conversación entre Bruno Glas, Guido Estañaro y Adriano Duarte

Breve sinopsis:

Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una estrella que conoció la fama y la gloria en su juventud. En su madurez, mantiene su presencia gracias a un programa televisivo de ejercicios. Sin embargo, al cumplir 50, Harvey (Dennis Quaid), el gerente del canal de TV, decide levantar el programa y despedirla. Elisabeth queda desahuciada. Al poco tiempo, la estrella se entera de la existencia de un producto químico que circula de manera subterránea, llamado la sustancia. Al probarla, Elisabeth genera un alter ego más joven, que asume el nombre de Sue (Margaret Qualley). Poco a poco, entre Elisabeth y Sue se entablará un conflicto con consecuencias nefastas.

B: Empiezo por un lugar un tanto obvio: en este año que pasó, no se me ocurre una película que haya sido tan comentada como esta. La sustancia tuvo marketing por parte de MUBI, y recuerdo posters en Instagram antes de su estreno, así como comentarios y publicaciones de gente una vez que ya la había visto. Hacía mucho que una película de terror no generaba este revuelo, capaz desde Midsommar.

También hacía bastante que una película vista en el cine no me generaba tantos sentimientos encontrados. Hablaría primero de una virtud que está, justamente, en el principio de la película. Ahí vemos cómo alguien coloca la estrella de Elisabeth en el Paseo de la Fama, y la cámara adopta el punto de vista de la baldosa, desde el momento en que ella es fotografiada y alabada por la prensa, hasta la actualidad en que la gente la pisa y la friega como si fuera un suelo cualquiera. Es una escena especialmente efectiva por contar todo el derrotero de la carrera de Elisabeth en apenas un plano, que nos da a entender en apenas unos pocos minutos cómo pasó de la gloria al olvido. Es un inicio, además, que tiene la inteligencia de resignificarse al final, cuando la figura de ella ya terminó de mutar, y regresa a su estrella. Lo que se ve sobre la baldosa ya no son sus pies, sino su cara destruida, los flashes de las cámaras que se posaban sobre ella ahora no son otra cosa que una alucinación, y la admiración del público pasó a ser miedo y asco. Ahora, si uno tomara estos dos momentos, casi se podría decir que La sustancia es la historia de un personaje que se transforma, pero que a su vez no aprende nada. Hay algo interesante en esta paradoja, y es que parece ir a contrapelo de cierta idea de guion (que cualquiera que haya estudiado guion seguramente conozca) que reza que toda película es la historia de una transformación. Para que se entienda: Elisabeth se la pasa transformándose toda la película (en su versión joven, en una versión mutada de sí misma, en una versión vieja, y finalmente, en un monstruo), pero con ese último plano sabemos que su obsesión no cambió en nada, y hasta en ese final mutante siempre siguió deseando la fama y el reconocimiento. Por eso, con ese cierre cuasi circular, la narración termina obedeciendo, en alguna medida, al deseo de la protagonista: querer ser joven es volver a un lugar en el que alguna vez se estuvo.

G: Voy a retomar un par de cosas de las que dice Bruno. Primero el revuelo y el “run run” que generó. Una película que buscaba eso, estar bien considerada para los premios (los Cannes, Óscar, BAFTA, etc.) y para impresionar a un público amplio con una propuesta de “terror elevado” fuerte. Claro que eso no está mal, sino todo lo contrario, tiene muchas virtudes al apostar a esto, para traer cosas más de nicho, pero en La sustancia se está pendiente de ese efecto y se descuida en otras el film.

Siguiendo con esto, lo mejor que tiene es su propuesta estética. Desde lo visual y técnico está muy bien lograda con la fotografía, el arte, los planos bien encima. Clave para que este mundo entre distópico y de “realismo del espectáculo” logre su impacto. Incluso creo que hace que lo más grotesco no desentone, aunque después haya otros problemas. A eso se suman Demi Moore y Margaret Qualley, que están muy bien en esos roles que las llevan a darlo todo. Se terminan convirtiendo en marionetas de todo ese artilugio técnico y estético en una película que justamente habla de eso: cuerpos bellos y atractivos que viven de su propia imagen que las consume.

Mientras avanza La sustancia, entonces, te puede atrapar, fascinarte con el poder de sus imágenes, con el ritmo que maneja, pero después va cayendo en la repetición y el vacío de la historia. Los recursos buenos del principio se mantienen y se los abusa, tal como la sustancia, para un guion que se reduce a desarrollar una idea básica. Ese discurso sobre los estándares de la belleza no sale de algo trillado, lo infla. Deja un mensaje muy masticado para el público. Pero lo que podría haber indagado la directora es cómo hacer una buena película en ese sentido. No en ser superoriginal o vanguardista, aunque tenga su pretensión de ser crítica y provocativa, sino más consistente con los géneros que toma, a contar una historia, a decir algo nuevo. El famoso body horror, con todo lo gore y deforme que saca de otras películas, por ejemplo, podría usarse con más criterio. A esta altura, todos revuelven en la historia del cine, en géneros menores, pero acá es más para tirar manteca al techo. La película estaría bien tranquilamente con 20 o 30 minutos menos. Tanta producción perfecta para hablar sobre la tiranía de la perfección.

A: ¡Buenas! Perdón que llego un poco tarde a la charla. Al revuelo que causó La sustancia hoy podríamos decir que lo superó (o al menos lo reemplazó) el Nosferatu de Robert Eggers, pero bueno, eso es ya harina de otro costal.

Con respecto a La sustancia, uno de los detalles narrativos que más me gustaron fue la presentación de la sustancia misma. Creo que el misterio de su naturaleza está muy bien elaborado. Si bien resulta claro que tiene un origen de laboratorio, no se sabe mucho más que eso. Sin embargo, hay un pacto mefistofélico desde el momento en que la protagonista acepta su uso. Hay un costado diabólico en ese proceso de retorno a la juventud y a la fama que recrea el relato mítico del Fausto que vende su alma a cambio de un beneficio terrenal. Este sentido, el de la venta, se denota también en la manera en que se presentan las reglas de uso de la sustancia: las frases son cortas e imperativas como eslóganes publicitarios. Todo esto se presenta con una estética visual de impacto similar a esas frases que Nada (Roddy Piper) ve cada vez que se calza los lentes negros en They Live (John Carpenter, 1988).

Cuando el pacto se consuma, la historia asume los carriles de otro relato clásico: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Stevenson. La persona que se desdobla en dos partes que se desconocen entre sí y que compiten por imponerse la una a la otra. Elisabeth y Sue –detalle: Sue en inglés suena como una abreviatura de la palabra substance– acaban por odiarse y este hecho, al igual que en la obra literaria, tendrá sus consecuencias nefastas.

En cuanto a lo referencial, coincido con Guido en que La sustancia propone un descomunal rosario de citas. Aquí he desarrollado solo dos, pero con más cuidado uno podría elaborar comparaciones con el relato de la Cenicienta o con La metamorfosis de Kafka. En lo cinematográfico, es evidente la influencia de los Cronenberg, tanto del Brandon de Antiviral (2012) como el David de La mosca (1986). Ni hablar de esos personajes, desencajados como el de Harvey y su pandilla de ejecutivos –detalle: todos viejitos babosos– que parecen robados al venerable David Lynch de Mulholland Drive (2001), o la escena del monstruo ante la audiencia, terrible homenaje a la escena de El hombre elefante (1980) en la que John Merrick (John Hurt) le grita a la multitud que lo humilla una frase de antología: I am not an animal! I am a human being!

Sin embargo, entre todas estas alusiones, la que más me ha impactado son las escenas en las que Elisabeth decrépita se ve perseguida por la Sue juvenil. Es el exacto reverso de los célebres memento mori de las pinturas del Barroco, en las que las jóvenes doncellas eran perseguidas por ancianas con la apariencia de zombis hambrientos. En este sentido, esas imágenes me parecen una declaración del modo en que nuestros tiempos de capitalismo tardío –capitalismo que se niega a ver su propia senilidad y demencia– entienden la vejez y la inevitable decadencia del cuerpo: muere joven y deja un cadáver bonito… O te convertirás en un viejo y serás un muerto en vida.

Hace unos años vi el anterior largometraje de Coralie Fargeat, Revenge (2017). A la luz de La sustancia, su debut en el cine de larga duración gana mucho más peso y belleza en tanto homenaje al revenge exploitation de los 70. En este sentido, Coralie Fargeat se ha convertido para mí en una cineasta a la que de seguro le seguiré los pasos.

B: Sobre el tema referencias, dejando a un lado la sombra del body horror de Cronenberg y tomando una posible analogía con la literatura, creo que la más clara sería El retrato de Dorian Gray. Como ya dijo Adriano, hay un carácter fáustico en la película, que está también en la novela. La película funciona un poco como una versión moderna y mucho más deforme de la obra de Wilde. Si en aquella era la pintura de Dorian la que iba envejeciendo y se arruinaba con cada placer amoral del personaje, acá es el propio cuerpo de Elisabeth el que se deteriora.

También está claro, como ya mencionaron más arriba, que el principal problema de la película es la repetición. Todo lo que se muestra o se dice se reitera hasta el cansancio, como para que no quede duda alguna de lo que la película busca transmitir con cada hecho. Un ejemplo muy claro es la escena en que Elisabeth se reúne en el restaurante con Harvey (Dennis Quaid), el productor. Para mostrarnos lo desagradable que es este personaje, Fargeat lo muestra comiendo vorazmente unos camarones y no duda en meter montones de planos que muestran el contenido del plato, sólo para reforzar la sensación que debe causarnos. Sucede también con la cantidad de veces que se le dice a la protagonista que ella y su nueva versión deben ser una sola.

Otro aspecto que resulta tanto o más molesto que este es el hecho de que Elisabeth sea un personaje unidimensional. Por fuera de su trabajo, es poco y nada lo que conocemos de ella. Ni parejas, ni familia, ni amigos, ni intereses. Sólo su preocupación por la edad y por la pérdida de belleza. Esto se podría entender como la intención de la directora de hacer un personaje que está tan centrado y obsesionado por una cosa en particular, que todos los otros aspectos de su vida quedan desplazados. Pero también es verdad que esta caracterización termina haciendo de La sustancia una película bastante chata.

Más allá de los subrayados y de la falta de caracterización de la protagonista, creo que hay un aspecto que rescatar de La sustancia que la hace interesante. Y que tiene que ver menos con el discurso sobre la tiranía de los cánones de belleza femeninos y el envejecimiento que con la forma furiosa con que se expresa su directora. Quien ve La sustancia ve un horror que sacrifica cualquier atisbo de sutileza y de ambigüedad, pero en el trazo grueso también se ve la bronca y la indignación de un estado de cosas que a la directora le horroriza profundamente. En este sentido, la película que pensé como más cercana es ¡Huye! (2017), con la que comparte el uso de las herramientas del género para expresar a los gritos el enojo que a sus directores les produce una determinada cuestión social (el racismo disfrazado de progresismo en el film de Peele, los mandatos de belleza en esta película). En aquella película, Peele creaba un clima de tensión constante, que estallaba cuando llegaba el último acto y su protagonista atacaba a los invitados blancos que buscaban “apoderarse” de sus características físicas. En La sustancia pasa algo similar hacia el final, cuando Elisa/Sue, ya transformada en el peor monstruo posible, se presenta al estudio para conducir el programa de fin de año, y el público reacciona con ira y asco. En toda esa secuencia la película termina por volverse casi cómica en su asquerosidad, y la espectacularidad y el grotesco hacen que uno pueda olvidarse de la falta de interpretación. Si uno tomara el discurso ampuloso y básico del film desde ese lado, hay que decir que puede ser bienvenido.