Sing Sing: crimen y castigo

La grandeza está en la virtud,
no en la venganza.
La tempestad, William Shakespeare
Confieso que por lo general no miro películas, ni ficciones ni documentales, ambientadas en cárceles o que cuenten historias de presos y personas que atraviesan el encierro. Supongo —y espero— que la gran mayoría de ustedes nunca hayan tenido que ir a una cárcel. No es tampoco que sea el más experto en esto, pero, por mi trabajo, conocí varias. Para que se den una idea, las cárceles, sobre todo en países como el nuestro, son lugares donde la humanidad está reducida a su mínima expresión. Son espacios donde lo único que se puede hacer es sobrevivir. La mayoría de las cosas que suceden allí adentro podrían reducirse a tortura, malos tratos y hechos aberrantes. El problema es que esa violencia, a diferencia de lo que suelen contar los relatos de ficción, proviene en su mayoría del Estado, ya sea de forma directa o tercerizada. Los presos no son animales salvajes tirados en un chiquero; son personas, en su mayoría pobres y detenidas por crímenes que no diríamos “aberrantes” (como abuso sexual u homicidio). La violencia, entonces, proviene de la propia institución, se reproduce adentro y estimula la conducta de todos quienes están allí, tanto presos como penitenciarios. Las personas se vuelven violentas o más violentas de lo que ya eran, porque es la forma en la que el Estado les moldea la conducta.
Pero, a su vez, no es todo violencia. Si todo fuera golpes, peleas y facazos, la población penitenciaria se mataría entre sí en cuestión de meses; no habría presos. Lo más complejo de entender y difícil de explicar es que, al interior de toda esa dinámica violenta que propone el Estado, las personas no solo se las ingenian para sobrevivir, sino que además encuentran un espacio para construir una cierta cotidianidad y un mundo que logra romper un poco con esa inercia. Hay espacio para reírse, entablar afectos y relacionarse desde una profunda humanidad. Sí, claro, como también ocurría en los campos de concentración nazis o en la ESMA.

Esta ambigüedad, contradicción y tensión permanente entre un proceso de deshumanización mezclado por completo con la construcción de un mundo que es profundamente humano no creo que sea posible de ser narrado o descripto a través del arte. Lo que pasa es tan inenarrable que pienso que buscar un balance ético se vuelve muy difícil. Incluso en películas que tienen muy buenas intenciones, el acercamiento al ámbito carcelario suele estar rodeado de un aura de espectacularización o de romantización que es muy difícil de balancear; por eso, rara vez una película ambientada en este mundo logra conmoverme o dejarme una buena sensación.
Sing Sing, la segunda película de Greg Kwedar, entra dentro de ese finísimo corpus de obras que logran causarme una buena impresión y que me parece que alcanzan, casi todo el tiempo, manifestar cierto compromiso y honestidad con lo que relatan sin caer en demasiados golpes bajos, estigmatizar o romantizar lo que sucede. Quizá lo que permite que la película se destaque en el abordaje de la temática venga dado por el recorte narrativo que se hace. Sing Sing no es una película sobre “una cárcel”, sino que es sobre un programa de teatro y artes que “sucede” en la cárcel; y esto no es un detalle menor. La película está muy circunscrita en un ámbito y rara vez se sale de ese mundo.

La trama gira en torno a un programa llamado Rehabilitation Through the Arts (rehabilitación a través de las artes) que existe en la cárcel de Sing Sing en Nueva York. El film sigue a un grupo de presos que escriben, adaptan, ensayan y montan obras de teatro. En particular, se toma un caso real que es el de John «Divine G» Whitfield, interpretado por Colman Domingo, un hombre condenado por un homicidio que no cometió.
John se une al grupo de RTA, que es dirigido por voluntarios externos. Lo que se plantea allí es usar el teatro como una forma de expresar emociones, explorar identidades y aprender a comunicarse de manera efectiva, rompiendo con las dinámicas tradicionales de la vida intramuros. John ingresa y, mediante varias secuencias, vemos cómo se convierte en una suerte de faro y guía para sus compañeros. A partir de ahí, el eje del relato se centra en la preparación de una obra de teatro en particular: La tempestad, de Shakespeare. Los ensayos y la preparación de la obra funcionan como un espacio de catarsis colectiva y personal donde se expresan toda una serie de ideas vinculadas con la búsqueda de una vida mejor, la redención y la lucha contra un sistema judicial que muchas veces es muy injusto.
A lo largo de las casi dos horas que dura la película, rara vez abandonamos al grupo de teatro. No hay secuencias de violencia rimbombantes, no hay abusos; todo eso se sugiere como parte del mundo que habitan los personajes, pero no es lo central. El eje está en cómo, a través de una actividad muy concreta, estas personas logran sobrellevar de la mejor manera posible la situación en la que están, al tiempo que buscan encontrar herramientas para vivir mejor una vez que puedan dejar atrás el encierro. Sí, por supuesto, es una película emotiva, pero creo que todo eso se muestra con una profunda humanidad y sin buscar forzar un vínculo con los protagonistas. Hay personajes que cometieron crímenes graves, hay personajes que cometieron infracciones leves y hay personas que fueron seleccionadas de manera errónea por el sistema penal. Todos ellos conviven y tratan de hacer lo mejor que pueden, en el contexto en el que están. La película no quiere decir que los presos son angelitos o gente que es víctima de la sociedad, sino que lo que muestra es que existe la posibilidad de pensar una vida que no esté marcada solo por el encierro y la violencia.

El verdadero John «Divine G» Whitfield tiene una aparición y, además, le dieron crédito de guionista «por la historia» y estuvo involucrado en la producción de la película. Dentro de los intérpretes y extras hay exmiembros que participaron del programa mientras estuvieron privados de su libertad. Pero no solo son buenas intenciones; Sing Sing es una película muy bella desde la puesta en escena; está filmada en super 16mm con lentes viejos, lo que les da a la imagen y a los colores una textura muy especial; sumado a ello, el montaje, el uso del sonido y la estructura narrativa de la película la vuelven muy dinámica y permiten resaltar el gran trabajo que hace ese actorazo que es Colman Domingo.
Sing Sing está nominada a tres premios para los próximos Óscar: mejor canción original, mejor actor protagónico (Colman Domingo) y mejor guion adaptado (Clint Bentley, Greg Kwedar y el mismísimo John «Divine G» Whitfield). No tuvo un estreno muy grande en Estados Unidos, aunque la repercusión fue bastante positiva: costó solo 2 millones y recaudó hasta el momento 3. Algo interesante sobre esto es que parece que los actores conocidos firmaron contrato por el mínimo que les permite el sindicato a cambio de una eventual participación en las ganancias. Por ahora la película tiene un estreno pautado en cines argentinos para el 20 de marzo, pero, como suele ocurrir en temporada de premios, ya está disponible para ver por ahí.
Una sorpresa muy bonita, alejada de lo que suelen ser este tipo de relatos, y, también, un lindo drama para pensar y charlar sobre varias cosas. Vale muchísimo la pena.



