Esa estrella era mi lujo, sobre Anora de Sean Baker

Sean Baker es uno de esos casos únicos en la industria cinematográfica contemporánea de Hollywood. Para empezar, algo que no es menor, parece amar al cine y las películas; es un usuario activo en Letterboxd donde mira y reseña películas de las más variadas y de diversas partes del mundo. Luego, ya entrando en su obra, ha creado un corpus de films que dialogan entre sí por temática y estilo, creciendo desde el desconocimiento total y la completa independencia, hasta la realización de films industriales de bajo presupuesto.
El recorrido de Baker ha sido promisorio, en ascenso y consistente. Desde Four Letter Words (2000) y Take Out (2008); pasando por la entrada a cierto cine independiente internacional, primero con Starlet (2012) y luego con Tangerine (2015); hasta llegar a los festivales de cine más grandes del mundo y los Óscar con The Florida Project (2017) y Red Rocket (2021); las películas del cineasta siempre han abordado temas marginales y personajes descartables y con mala reputación, lowlifes, como dirían los estadounidenses. Inmigrantes, personas trans, actores porno, bailarinas exóticas, prostitutas, vendedores de drogas o proxenetas son todo el universo de sujetos que aparecen con frecuencia en las tramas y en la narrativa que construye Baker, pero, a diferencia de lo que suele ocurrir en otros casos, no los retrata en un regodeo o desde un costado de zoológico, sino que, al contrario, lo que muestra es una profunda humanidad y un constante deseo de tratar de vivir mejor y lidiar con el mundo que los rodea.

Pero, aunque parezca contradictorio, en las películas de Sean Baker, los personajes no son marginales, no son escoria y no son malas personas. Son gente sencilla, por lo general amable y con sus miserias que enfrenta conflictos cotidianos y que trata de salir adelante en un mundo cada vez más hostil y despreciable. Lejos de mostrar un regocijo en la miseria, el cineasta escribe personajes que desbordan una profunda humanidad y luminosidad, que buscan ser queridos y encontrar una salida que les permita estar mejor. A su vez, no hay una proclama en eso que se muestra. Baker no intenta inmiscuirse en un submundo en particular o hacer una denuncia. Sencillamente expone lo que pasa, muestra un transcurrir en las vidas de esas personas sin la carga de la “denuncia social”. Los hechos, las situaciones y los conflictos se exponen por sí mismos en el contorno de la trama y es el espectador quien saca las conclusiones y puede pensar por qué ese mundo es como es. Otro punto para resaltar radica en que, si bien hay malos o villanos, por lo general estas personas no son terribles. Son gente que está haciendo su trabajo, a veces comete errores, pero siempre prevalece cierta calidez. Como sucede en su última película, Anora (2024), los malos de verdad son los que tienen el dinero y pueden usar a su antojo a las personas y moldear sus fantasías.
Volviendo un poco a lo que comentaba unos párrafos más arriba, las películas de Baker lo han ido posicionando y llevando obra tras obra en una senda de mayor prestigio y reconocimiento, sin abandonar jamás su estilo y su forma de escribir y filmar. Es probable que Anora sea la estocada final en una carrera destinada a convertirlo en uno de los principales cineastas de los próximos 10/15 años.

La película cuenta la vida de Ani (Mikey Madison), una joven bailarina exótica y escort de Nueva York que trabaja en un club de la ciudad. Un día, debido a que es la única del lugar que habla ruso, el dueño del club le presenta a un joven turista multimillonario, Ivan (Mark Eydelshteyn), que está pasando fin de año de fiesta en Estados Unidos. Ani e Ivan se empiezan a frecuentar en una relación que podríamos llamar de acompañante/cliente, hasta que él le propone un acuerdo para que sea su novia por una semana a cambio de 15 mil dólares. Ani acepta y los jóvenes comienzan a vivir un «romance» que termina con un casamiento en Las Vegas. Los rumores de ese casamiento en la prensa rusa motivan que los padres de Ivan lo manden a buscar a través de su custodia privada para anular el matrimonio; esta situación hace que Ivan escape. Ani se queda con los custodios quienes «la secuestran» para que los ayude a encontrar al joven y lograr disolver su unión. Ahí es cuando la película cambia radicalmente y se convierte en una suerte de thriller cómico, con persecuciones y viajes por la ciudad.
La película bordea siempre el drama y la comedia en un estilo ya característico en los films del director. No ingresamos nunca en la mente de los personajes, pero sí podemos entender cómo el principal motor de la protagonista está en la idea de que podrá ascender en la sociedad, salir del lugar de donde viene y convertirse en la estrella que ella cree que es. En algún punto, el juego está en pensar si Ani alguna vez creyó en que todo lo que estaba pasando era real, si se comió la curva o siempre supo cómo las cosas iban a terminar. Tampoco está claro que ella persiga un mundo de lujos o de dinero. A lo mejor, quiere eso porque es la única forma en la que cree que podrá encontrar el amor o el cariño. La secuencia final de la película nos da algunas pistas en ese sentido.
Mención aparte se llevan el trío de custodios rusos de Ivan integrados por Toros (Karren Karagulian, habitual colaborador de Baker), Garnik (Vache Tovmasyan) y ese gran sujeto que es Igor (Yura Borisov), personajes que cualquier otro director hubiese caricaturizado como miembros de una mafia, pero que aquí son puestos como trabajadores que tratan de sobrellevar su jornada laboral de la mejor manera posible y donde el curso de los acontecimientos los obliga a cometer ciertos actos cuestionables, pero que no son los que desean.

Con Anora, Baker termina de posicionarse a nivel mundial ganando la Palma de Oro de Cannes –ya había sido nominado a ese premio por Red Rocket–, a la vez que obtiene por primera vez 4 nominaciones para los próximos premios Óscar (mejor película, mejor guion original, mejor dirección y mejor montaje). Además, la película recibió nominaciones a mejor actriz principal (Mikey Madison) y a mejor actor de reparto (Yura Borisov). Esta, su obra más cara a la fecha, costó solo 6 millones de dólares y ya recaudó 20 a nivel mundial, lo que sin dudas da la pauta de que mientras se mantenga en esos rangos, el director podrá filmar pronto lo que tenga ganas. Apuesto a que ya le deben haber ofrecido alguna live-action de Disney como ocurrió con Barry Jenkins y Mufasa. Por ahora, Baker parece no necesitar hacer esas pavadas. Ojalá que siga así porque cada película suya es un bálsamo entre tanta cosa horrible que se estrena jueves a jueves en el circuito comercial.



