Reseña: Algo viejo, algo nuevo, algo prestado

Las películas que navegan en la docuficción o el found footage logran a veces un encanto particular para sacarles verdad a las imágenes. Esa fuerza de atracción está presente en Algo viejo, algo nuevo y algo prestado (2024). La última película de Hernán Rosselli está basada en el gran trabajo del director en la edición y montaje con grabaciones caseras que entran en una trama tan densa como la realidad. Mientras el archivo se ensambla con el rodaje, hay una mirada que une y construye un relato sensible de gánsteres, una especie de costumbrismo conurbano y retrato de época, guiado por roles femeninos preponderantes.
Maribel Felpeto, actriz homónima, le acercó al director material que tenía de su familia, principalmente grabado por su padre Hugo Felpeto, y empezaron a cranear la vida y entorno de una familia que levanta quiniela clandestina en la zona sur del AMBA. Lo que primero conecta de este submundo es la cercanía: puede formar parte cualquier hijo de vecino. Se lo muestra desde escenas cotidianas hasta algunos sobresaltos y vicios del oficio. Spoiler: un tiro en un boliche, un auto que prenden fuego, estupefacientes que se comparten.

Rosselli domina a la perfección el estilo realista que ya exhibía en su ópera prima Mauro (2014), con espacios tomados muy en crudo, personajes con algunos arrebatos o divagues que parecen no actuar, un lento desarrollo e intriga. Vuelve a buscar una historia de sociedades al margen del sistema, personas a las que no les queda otra y no les cuesta mucho hacer esto, por necesidad o karma de vivir al sur. Entre una ficción de buena investigación y estos viejos videos de familia, el director no hace más que hurgar en una memoria colectiva reproduciendo muchos códigos y claves de costumbres argentinas. En ese círculo cerrado que genera relaciones estrechas e ilícitas, la película se abre a una historia muy actual donde el rebusque y el delito pueden convivir en la porosidad del sistema legal.
Como novela familiar fragmentada, un clan más cercano a los Sopranos que Don Corleone, cautiva con su atmósfera suburbana y emotiva, en el pasaje de una generación a la otra a través del negocio de la quiniela y su ocaso que coincide con la muerte del “patriarca”. Esto le da un tono melancólico a la película al centrarse en la perspectiva de la hija (Alejandra Cánepa) que sufre la pérdida del padre. El lado documental la tiene a ella como narradora del pasado que va indagando con los videos; llega al presente su principal conflicto de búsqueda de la verdad al interior de su familia con algo oculto de su padre; y por último, una forma de escapar de ese mundo sucio que el poder político está cortando y ya acecha a los Felpeto.

La película no necesita una gran construcción dramática ni “deseante” para imponerse. No se vende la gran vida, aventuras o poder de una mafia, sino su asentamiento en el tiempo y la cultura local hasta su desaparición natural. “Entre el estado y la mafia, me quedo con la mafia”, decía el presidente Milei. ¿De qué mafia hablaba? Con la fantasía que se hace muy popular, desde arriba hacia abajo de la sociedad, de hacer negocios por fuera de la ley para tener éxito, el film nos da un relato fiel de esa decadencia, de un fin de época. ¿Puede haber resonancia en la trama política más reciente donde se tocan figuras del juego clandestino o predominan otras lógicas de apuestas? Saquen sus propias conclusiones sin dejar de ir a ver esta gran película, sobre algo más que una pequeña mafia del conurbano. En el MALBA los sábados de enero y febrero.



