Juror #2: la sugestión del banquillo

Hace algunas semanas, vía el streaming MAX, llegó a nuestro país Juror #2, la película número 40 de Clint Eastwood. Con 94 años a sus espaldas, el director ya había hecho para sí una suerte de homenaje a su carrera y, quizá, a su retiro del mundo de la actuación en su anterior film, Cry Macho (2021), pero aquí parece demostrar que todavía puede y tiene ganas de seguir filmando.
La película, lamentablemente, fue una de las tantas víctimas del circuito actual de exhibición y distribución cinematográfica. Previo a su estreno, una polémica se suscitó en algunos portales de internet y redes sociales, ya que Warner, el estudio que apadrina la carrera de Eastwood desde mediados de la década de los 70 y que produce la mayoría de su filmografía, decidió que Juror #2 tendría lo que se llama en la jerga un «estreno técnico» (una exhibición pequeña, en pocas salas, solo para cumplir algunos acuerdos contractuales) y luego iría directo a un lanzamiento a nivel mundial mediante la plataforma de streaming MAX.

La decisión es razonable en términos de mercado, en la medida en que la mayoría de las películas que se estrenan a nivel mundial empatan costos y, con suerte, sacan alguna diferencia. A su vez, «se entiende» si uno mira que The Mule en 2018 costó 50 millones de dólares y recaudó 175, y esos números se desplomaron por completo con Richard Jewell (2019) que costó 45 millones de dólares y recaudó 44,6, y luego con Cry Macho, que, estrenada todavía durante la pandemia, costó 33 millones de dólares y recaudó 16. Ahora bien, mirando estrictamente los números y la buena recepción que tuvieron en general las películas de Eastwood, sumado a cierta promoción que podría haberse hecho por tratarse de, quizá, la última película del director, uno piensa que había espacio para que la cosa no fuera una catástrofe y que incluso el margen de pérdida no fuera tan grande. De hecho, el diario del lunes demuestra que la película pudo haber funcionado muy bien en los cines de habérsele dado otro tratamiento: con un presupuesto de 30 millones de dólares, recuperó 21 y solo se programó en menos de 50 salas en Estados Unidos.
Yendo a la película en sí, Eastwood hace algo que ya casi no hace Hollywood, y filma un drama judicial hecho y derecho con muchas reminiscencias a grandes clásicos del género como Doce hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957). La trama sigue la historia de Justin Kemp (Nicholas Hoult), un hombre de familia que se ve convocado para servir como jurado en un juicio por el asesinato de una joven en Savannah, Georgia, una ciudad costera del sur de Estados Unidos. Durante los primeros minutos de la película se le revela al espectador que Justin es un alcohólico en recuperación y que el personaje empieza a sospechar que él podría ser el verdadero responsable de la muerte de la víctima debido a un accidente de tráfico que tuvo en el pasado mientras manejaba alcoholizado. A partir de ahí, el film se centra en el dilema moral del protagonista, que se debate entre confesar su propia posible vinculación con el caso, dejar que el jurado condene al sospechoso o incidir entre sus miembros para evitar una condena injusta.

El contrapeso del protagonista aparece dado por la fiscal del caso, interpretada por Toni Collette, quien es representada como un agente de la justicia inquebrantable, que está completamente segura de que tiene el caso resuelto y de que su sospechoso, la pareja de la víctima, es quien cometió el asesinato.
Con todo esto a cuestas, Eastwood desarrolla una película en donde la importancia de la puesta en escena aparece dada por las interpretaciones, que son las que marcan el pulso del relato, centrándose en la tensión psicológica de los personajes, sus dilemas morales y el cuestionamiento del funcionamiento de la justicia y sus fallas. En ese contexto, surgen ciertos tropos habituales en las películas de juicios, focalizados en los prejuicios sociales y lo que el jurista cordobés Caferatta Nores llamaría «la sugestión del banquillo», es decir, la idea de que alguien es culpable por el solo hecho de que así se lo presenta ante la sociedad y los jueces.

A todo esto, mención aparte merece el trabajo de Nicholas Hoult, ese niño de About a Boy (Chris Weitz y Paul Weitz, 2002) y Skins, que creció y entre el año pasado y este ha participado en grandes películas. Además de Juror #2, se lo puede ver en Nosferatu (Robert Eggers, 2024), The Order (Justin Kurzel, 2024) y será Lex Luthor en Superman: Legacy (James Gunn, 2025).
Volviendo a Clint, en un mundo donde todo es ruido y donde la discusión parece ser un lujo que no podemos darnos, este nonagenario hermoso, a quien nadie podría tildar de progresista, se atreve una vez más a filmar una historia que es compleja, que camina por lugares incómodos y que permite un debate popular y mundano sobre temas universales sin ofrecerle certezas al espectador. En definitiva, Juror #2 hace lo que el gran cine de Hollywood supo hacer muy bien y parece haber olvidado: cuenta un cuentito y deja un tema de conversación para charlar comiendo una porción de pizza de parado a la salida del cine. Tal vez por eso resulte más imperdonable el pecado cometido por Warner de no darle el lanzamiento que merecía.
Sin dudas, es una de las mejores películas de 2024.



