Weekend: furia en la isla

El delta del Tigre, ese laberinto venoso de canales que rasguña el Río de la Plata, la Venecia de Buenos Aires. Un paisaje demasiado exótico para estar tan cerca. En el cine nacional es una locación que suele aparecer de vez en cuando, desde La trampa, de Carlos Hugo Christensen a Muchacho, con un Sandro icónico en versión conductor de lanchas colectivo que enamora a todas las pasajeras.

Weekend, segundo largo de Agustín Rolandelli después del documental Torino (2010) arranca con un plano de ese río y el movimiento que hace la lancha que lleva a una isla a la pareja interpretada por Rafael Spregelburd y Jazmín Stuart. El matrimonio se muestra cómplice, se apropian de la casa apenas llegan y cargan todavía con una pasión intacta que los lleva a arrancarse la ropa al primer acercamiento.

Hasta acá todo bien, pero esa misma noche ella, chef profesional, prepara una cena gourmet cuidando hasta el último detalle. Él, psicólogo, se viste con la mejor ropa que encuentra y destapa un vino para la ocasión y al momento de servir los platos comienza a analizarla hasta irritarla, y la comida que ella preparó no es tan apetitosa como parecía. El último fin de semana que iban a pasar juntos comienza a ser un fracaso. ¿Último? Sí, él y ella son una pareja en picada que decide intentarlo por última vez en un fin de semana en el Tigre. Las cosas no salen bien, demasiados objetos contundentes y filosos a mano, incluidas armas de fuego, convierten esa isla soñada en un campo de pulsión tanática.

Al ritmo de las cuatro estaciones de Vivaldi comienza una batalla en la que parece que ninguno de los dos puede llegar a salir vivo.

La referencia más fácil de relacionar es The War of the Roses, de Danny DeVito, pero también Finde, de Nano Garay. Acá también el deterioro de la pareja es llevado a lo literal, pero dentro de los límites de la comedia negra, género que por suerte logra mantenerse a lo largo de toda la película, sin intentar complejizar ni volver solemne esta batalla entre dos personas que se amaron tanto que llegan a odiarse y de las que no vamos a saber mucho más de lo que nos mostraron en el inicio. Además de la película de DeVito también podemos encontrar referencias a Kill Bill, en esas peleas bajo techo que funcionan como una coreografía perfecta, y hasta algo de Revolutionary Road, de Sam Mendes, en la forma en la que una insignificancia desata el caos en una relación que está al borde del precipicio.

Si bien se podría reclamar un poco más de profundidad a los personajes, sobre todo al de Stuart, la película funciona por la química entre los protagonistas y la tensión delirante que mantienen en pie las distintas situaciones de violencia que los dos van desplegando.

Si el amor es dar lo que no se tiene a quien no es, Weekend da más de lo que se puede esperar.