Esquizofrenia: sobre La trampa

Es llamativo cómo entre los estrenos recientes coincidieron dos películas similares: La trampa y Longlegs. Dos películas en las cuales la trama está centrada en un asesino serial, en las que los asesinatos están más fuera de campo antes que mostrados de forma explícita, y en las que la figura de la madre tiene un peso importante. Además, dos películas que, con toda su seriedad, no renuncian a una cuota de humor, en especial en el caso de la primera.

Sin embargo, hay una diferencia importante entre las dos. Mientras que en Longlegs la protagonista es la heroína de la historia (aun cuando el título de la película sea el nombre de su villano), La trampa (de aquí en adelante se mencionará como Trap)tiene como protagonista a un psicópata. Cooper Adams es un bombero que lleva a su hija adolescente al recital de una cantante pop estilo Dua Lipa llamada Lady Raven, y descubre que todo el estadio está rodeado por la policía y el FBI. Nos enteramos de que buscan capturar a un asesino serial apodado “el Carnicero”, que, se supone, estará allí presente. De inmediato, nos enteramos de otra cosa más: el Carnicero no es otro que Cooper.

En verdad, sería un poco injusto decir que nos enteramos de este hecho como si fuera una sorpresa. Más bien, lo que hace Shyamalan en su última película es ir sembrando detalles que nos hacen sospechar que este personaje no es lo que aparenta, hasta que por fin no quedan dudas. Es así como primero lo vemos sorprendido por la presencia policial, para luego notarlo contrariado por un video en su celular de un tipo secuestrado, para que finalmente veamos cómo empuja a una joven por unas escaleras del estadio para intentar salir de allí.

El hecho de que esta revelación ocurra durante el primer acto de la película es una novedad en el cine de Shyamalan. Si algo caracterizó siempre (entre otras cosas, hay que decirlo) a la producción de este cineasta, es la utilización de la vuelta de tuerca al final como recurso que resignifica la historia y otorga otra profundidad a lo que veníamos viendo. Piénsese, si no, en el final de Sexto sentido, con el psicólogo interpretado por Bruce Willis dándose cuenta de que está muerto, y aceptando su condición de fantasma luego de haber ayudado a Cole (Haley Joel Osment) con su particular habilidad. O en La aldea, con la revelación de que los monstruos que acechan alrededor son en verdad los ancianos del pueblo disfrazados, como una forma de controlar a su población y evitar la violencia del mundo exterior, y que el tiempo en que se hallan no es el siglo XIX sino la actualidad.

En Trap, en cambio, el director inserta un giro al comienzo de la historia, y con eso lo que pasamos a ver es a un personaje con un carácter doble. El hecho de que sepamos que el protagonista es un asesino serial no lo desliga, sin embargo, de su rol de padre y esposo, y a lo largo del film veremos a Cooper pasar varias veces de una identidad a la otra. Y ahí está la actuación de un Josh Hartnett en estado de gracia. Hartnett es capaz de mutar de un tipo sonriente y afable a un asesino frío y meticuloso con tan solo un gesto, una mirada o una postura (es notorio cómo Cooper camina con soltura y naturalidad cuando hace las veces de padre y de persona normal, y cómo se mueve con lentitud y cálculo cuando lo vemos en su faceta perturbada).

La dualidad de Cooper no es lo único doble en esta película. También la estructura narrativa está partida en dos. Trap empieza en el estadio del recital de Lady Raven, haciéndonos creer que lo que veremos será un thriller que transcurre por completo en un espacio cerrado, y que con esto se podrá tratar de crear un clima de claustrofobia. Pero más tarde, esta posibilidad se anula cuando vemos a Cooper que amenaza a la cantante para que los deje salir a él y a su hija, y de allí en más se convierte en una película de persecución, que además pasa, como no podía ser de otra manera, por dos sitios en dos momentos distintos. De la limusina de la cantante, cuando Cooper la amenaza con matar a distancia a su víctima secuestrada si ella no los saca a él y a Riley, a la casa de Cooper, donde Raven le revela a su mujer la identidad de su marido. De allí otra vez a la limusina, con Raven secuestrada por Cooper, y de vuelta a la casa, con la confrontación entre el asesino y su esposa. Y, en medio de todo esto, un protagonismo que pasa a ser doble, puesto que se disputa entre Cooper y Raven.

Pero también se puede advertir un carácter doble en el hecho de que pueda leerse a Trap como una buena o como una mala película. Uno podría señalar cómo determinadas situaciones aparecen resueltas con enorme torpeza, apenas como una excusa para permitir que la trama avance en una dirección determinada. Pasa, por ejemplo, cuando vemos que la familia escapó luego de que Cooper los encerrara en el cuarto de Riley, solamente porque él olvidó que había una ventana y un árbol cerca. Para que, a continuación, Shyamalan le haga decir a su personaje, de forma sentenciosa, que nunca había visto el cuarto desde esa perspectiva, y que nunca debe permitir que sus dos vidas se toquen. O el momento en que Cooper escapa de la limusina vistiendo ropa de civil, cuando está claro que no podría no haber sido visto por el FBI y la multitud que rodeaba el vehículo. También Trap remarca hasta el cansancio el trauma de su protagonista y adolece de un psicologismo un tanto simplificador, insertando el discurso que la perfiladora del FBI le imparte a la mujer de Cooper sobre cómo su marido es alguien peligroso que simula ser normal, cuando esto ya se decantaba solo de lo que veníamos viendo. A esto se le debe agregar, por más fugaz que sea, la presencia de un cartel de The Watchers, de Ishana Shyamalan, como elemento distractor y guiño innecesario.

Todos estos momentos fallidos aparecen, además, puntuados por un clima más bien serio y grave. Pero lo curioso es que este tono no es el que predomina en toda la película. Por el contrario, en Trap estas escenas conviven con situaciones exageradas que acercan el film, por momentos, al humor absurdo. Donde se ve más clara esta dimensión exagerada es en la presencia de dos personajes caricaturescos como el vendedor de remeras y la madre de una compañera de Riley, a los cuales Shyamalan hace actuar de forma graciosa, y a los que filma en primeros planos desde la subjetiva de Cooper, volviendo a su gestualidad y a su manera de hablar notablemente extrañas.

Y es este cambio que hace Trap de pasar de ser un film de suspenso serio a uno que está salpicado de momentos absurdos (el momento de Cooper atravesando a los policías armados de SWAT con una identificación falsa para ir a buscar un café mientras estos organizan su búsqueda es impagable) lo que hace de la última película de Shyamalan una película virtuosa. Y lo que la convierte en un objeto tan sorprendente como desconcertante. Una película en la que el director puede insertar un giro sorpresivo no hacia el final, como nos tiene acostumbrados, sino al principio; en la que todo parece transcurrir en un único espacio para luego salirse de allí hacia la mitad de la película y hacer que un personaje hasta el momento secundario (Lady Raven) tome un rol protagónico; en la que el protagonista, de paso, pueda ser interpretado por un actor otrora conocido por ser un ídolo adolescente y por sus papeles de héroe al que su director pone a hacer de un psicópata asesino, y en la que la mayor autoridad de la ley está representada por una abuelita de contextura menuda y aspecto inofensivo. Una película en la cual, además, se puede amagar con un final en que el mal es vencido solo para mostrarnos, segundos después, que en verdad se salió con la suya.

A Trap se la vinculó, con justa razón, con Psicosis, con justa razón, puesto que en ambos casos se trata de películas donde se nos invita a seguir y a simpatizar con un psicópata que por momentos puede mostrarse como una persona funcional, que además posee un vínculo tortuoso con su madre, y que terminan con un primer plano de la cara perturbada de su protagonista como expresión de un mal que no por encerrado haya podido redimirse. Sin embargo, creo que una película con la cual Trap posee más de un punto de contacto es otra, y una mucho menos prestigiosa: Criaturas salvajes, de John McNaughton. En aquella gran película todavía un tanto subvalorada, el director no creía poco atinado mezclar el cine negro, la película erótica soft y berreta, el thriller judicial y el cine adolescente, en una trama repleta de vueltas y lindante con la comedia negra. Al igual que ocurría en aquella, acá Shyamalan, sin llegar a la mezcla de géneros, parece no tener problemas en hacer una película de género que rompe tanto sus propias convenciones como las de su director, y que, con su tono extraño, que más de una vez descoloca incluso cuando falle, se vuelve muy divertida.

Quizás sea este mismo carácter desconcertante y sus múltiples vueltas lo que hicieron que Trap tuviera una recepción tan negativa por una parte de la crítica y de la cinefilia. Pero que el cine de Shyamalan sea mal visto no es, a esta altura, ningún giro inesperado.