MaXXXine: el fin y los medios

Los elogios de Martin Scorsese con la trilogía que viene a cerrar MaXXXine (Ti West, 2024) sirven como buena carta de presentación del fin perseguido por el director: “un tipo diferente de terror, relacionado con diferentes épocas del cine estadounidense”. Pero si a Scorsese le gusta decir sobre sus películas que tratan de imitar la vida, de ahí que tome muchos libros de historias reales para sus guiones, Ti West se pone con esta entrega final del lado del arte que imita al arte.
Con todo su estilo, MaXXXine quiere ser una película con personalidad propia tal como su protagonista Maxine Minx. Pearl y X, ambas del 2022,se podían disfrutar de manera autónoma como diferentes propuestas de terror, planteando dramas y matanzas con buenos ritmos y estética. En este caso, aunque la película busque medios para diferenciarse de las otras, no puede despegarse de su pasado. Este se vuelve omnipresente, tanto si hablamos de la historia previa de Maxine como de la historia del cine de la que se nutre. Entonces, a jugar con todo eso y así saldrá una película.
Como continuación directa de X, estamos en 1985, Los Ángeles, una época candente a nivel social y cultural, lo que se encarga de mostrar el film desde el comienzo con los clips de TV y toda la puesta en escena tan cuidada y ampulosa. Muchos colores, luces y looks. Desde que empieza somos espectadores del culto al pasado, un embrujo de la ficción del cine y de la realidad donde se mezcla la sórdida ciudad angelina con los estudios de Hollywood.

Repasemos. Maxine está por pegar el salto al estrellato al ser elegida para una secuela de terror de un título llamado The Puritan. Deja atrás su recorrido en el cine porno y debe bajar al llano de esta nueva realidad. Eso la lleva a sacar un lado humano desafiante para su persona avasallante. Se quiere mantener bella y fuerte como antes, justo a punto de conseguir su sueño americano, pero ya no tiene el desenfreno y locura que la caracterizaba. Mia Goth sostiene esta transformación, la gran ganadora de esta trilogía de actriz antes que de director. En ese lado vulnerable de la “asesina pero no villana”, como le indica la directora (Elizabeth Debicki) que estará a su cargo, se abren conflictos que no eran tan fuertes antes y son una novedad para este tipo de slasher.
Veamos estos puntos conflictivos que hacen al camino de la estrella y van a marcar los giros en la historia. Primero, el paso del tiempo. La pérdida de la belleza de la actriz y de cierta inocencia y frescura del cine amateur frente a la maquinaria del cine que produce cualquier fantasía a costa de explotar a su estrella. Segundo, una industria más desquiciada que ella que la corre del rol de victimaria a víctima. Se recurre a contar una película dentro de otra: Maxine perseguida por “el acosador nocturno” y toda su vida se dramatiza. Tercero, el pasado de violencia que no fue gratis. Los asesinatos cometidos pesan en su conciencia y la muerte se pone muy cerca de ella; a la par tiene detrás una pareja risueña de detectives policiales que la siguen (Bobby Cannavale y Michelle Monaghan), y otro detective privado más desfachatado en un Kevin Bacon medio Hunter Thompson. Giancarlo Esposito (Breaking Bad) es otra gran incorporación. Estos personajes nuevos rodean bien a la protagonista en esta etapa de su vida que se convierte en una comedia negra por momentos.

Para hacer funcionar todo esto se diluye el espíritu de terror de vieja escuela dentro de una propuesta posmoderna de ironía y múltiples referencias, más mediada por el gesto, el derroche de estilo, antes que el golpe justo. Así puede ganarse críticos entre fanáticos del terror, aunque el director pide más que la veamos con “ojos de videotape”. Para meternos en un film que consume épocas y tipos de cine de un modo explícito. Con cierto manoteo de los géneros, tomando algo del policial, del giallo y de secta satánica a tono con el pánico de la época y el plot de The Puritan; o para tratar a su propia heroína con distancia, en un punto crítico donde es y no es la misma, juega con las expectativas sobre este personaje. Por eso, los recursos de género que funcionaban en las precuelas acá parecen defectuosos. Ese aspecto decepciona, ofrece un producto más superficial que pierde intensidad en emociones y acciones. De todas formas, no aburre, tiene una cuota de gore y violencia sin tanto exceso, con sorpresas ingeniosas, pero se nota la ausencia de la performance de la asesina.

Vale mencionar otro artífice en este tríptico que es el director de fotografía Eliot Rockett. En cada reconstrucción temporal se reproduce su forma de cine semejante, un tipo de técnica para filmar. Este trabajo es clave junto a Ti West, también productor y editor, como marca de su filmografía. Pero ese mundo que impacta y podía explotarse como un gran espacio y tiempo imaginario para cada largo, la casa sureña en X que parece hecha como una película de los 70, o la granja y los años 50 en Pearl, no fluye del mismo modo en esta recreación ochentosa. El resultado es menos orgánico en su afán de lucirse el estilo de época y llenar de referencias. Muchas escenas parecen estar pensadas más como fotos para compartir. Ya cuando dividen la pantalla con tal de mostrar más y más, se pasan.
West usa los medios que ya conoce para llegar al (mismo) fin: hacer un cine con la historia del cine, en un tono más mordaz. ¿Algo más? Está del lado de películas como Once Upon a Time in… Hollywood (Tarantino, 2019) en su homenaje. Pero es particular ese gesto, porque se quiere identificar con un cine de explotación, más irreverente, para entregarse a las pompas y mitos del cine como esa gran industria cultural norteamericana invencible. Por otro lado, podemos decir que el director intenta ser fiel en no querer repetirse y construir un relato entre tres films que dialogan, aunque caiga en tanta artificialidad y autorreferencia al final. Lo más fuerte que se mantiene vivo es esa obsesión del sueño americano que se vuelve pesadilla, casi como un umbral necesario para hacerse más fuerte y encontrar el propio destino. Spoiler: Maxine lo atraviesa. “No quiero que esto termine nunca”, dice triunfante al final, algo que suena muy cierto, de lo más sincero que transmite esta película, la fascinación por verse dentro de esa máquina de sueños, a pesar de que esté controlada por bandas de satánicos.



