Reseña: Se presume inocente

Argumentos iniciales

Estaba más cantado que “Muchachos…”. Los thrillers, películas industriales de costo medio que alimentaron las salas y los videoclubes a finales de la década del ochenta y a inicios de la del noventa, se iban a reinventar como series y miniseries. Ya hemos tocado el tema. Los grandes estudios declinaron financiar películas que no sean tanques o franquicias. Esto significa menos películas (y más caras) por año. A su vez, las compañías de streaming, ávidas de material para renovar permanentemente su oferta a un público cada vez más selectivo y dividido, saben que el thriller siempre contó con el favor de los espectadores.

Pero como las cosas no son lineales, también cabe aclarar: el thriller legal, una de las derivas del policial más caras al público norteamericano, ha estado desde siempre activo en ambas pantallas. En la TV,  como seriales, con el caso de la semana o el caso de la temporada. Ejemplos exitosos de esto son La ley y el orden (Law and Order – Dick Wolf – múltiples series y temporadas desde 1990 hasta la actualidad), Damages (Glenn Kessler – Todd Kessler – 2007 – 5 temporadas) y tantísimos otros, más livianos y llevaderos, mixturados con la comedia o con el drama, y a los que no pienso nombrar para no poner paréntesis y toda la data.

El cine, en cambio, allá lejos y hace tiempo, se reservaba la adaptación de los grandes best sellers de John Grisham, de Michael Connelly, o los guiones de David Mamet, Aaron Sorkin o Eric Roth, y hasta adaptaciones de casos reales, que se publicaron como artículos periodísticos, novelados o guionados. Pero ahora todo cambió.

Hagámoslo de nuevo. Hagámoslo peor

Las compañías de streaming, ya sea por su amplia billetera, capacidad de acuerdos, o porque sus dueños forman parte de otros paquetes accionarios, tienen una cantidad enorme de stock de propiedad intelectual, conformado por novelas, películas y series, del que pueden elegir y adaptar, ampliar, hacer precuelas, secuelas o spin-offs. Es así como alguien en algún lugar, dijo “había un thriller legal con Harrison Ford que estaba bueno”. Y aquí empieza todo este desastre que resultó en la readaptación de Se presume inocente (Presumed Innocent – David Kelley – 2024) a miniserie.

La novela, publicada en 1987, fue un best seller instantáneo y catapultó a la fama a su autor, un abogado exfiscal de distrito llamado Scott Turow. El interés de los productores cinematográficos no tardó en llegar, y los derechos de adaptación fueron vendidos por la suma de un millón de dólares a Sydney Pollack, para luego terminar en las manos de Alan Pakula, célebre director de películas como Klute (1971), The Parallax View (1974) y Todos los hombres del presidente (All the President’s Men – 1976), entre otras.

El bueno de Alan armó un equipito modesto para filmar el thriller, y reclutó a su colaborador usual, un tal Gordon Willis como director de fotografía, a John Williams para componer la música, a Harrison Ford como protagonista, y a Brian Dennehy y Raúl Juliá como secundarios. Y entonces 34 años después, a alguien se le ocurre que puede ser una buena idea hacer de nuevo lo que hicieron estos muchachos que podrían ubicarse sin problemas entre los ¿50? mejores directores, fotógrafos, músicos, actores principales y secundarios de la historia. Y encima, no solo lo quieren hacer de nuevo, sino que lo quieren remozar. Quieren “adaptarlo” a estos tiempos. Piensan que pueden hacerlo mejor. Los ejemplos históricos de esta soberbia siempre terminan en choque de frente. Con muertos y heridos.

Una mujer asesinada

A esta altura ya se estarán preguntando de qué diablos va Se presume inocente. Hagamos un brevísimo racconto. Una asistente de fiscal de distrito en Chicago, llamada Carolyn Polhemus (Renate Reinsve) aparece asesinada en su casa. El fiscal de distrito Raymond Horgan (Bill Camp) se encuentra en la etapa final de su campaña de reelección y designa a su mejor espada, su fiscal adjunto Rusty Sabich (Jake Gyllenhaal) a cargo del caso, sin saber que Sabich era el amante de Polhemus, hecho que es conocido por Barbara (Ruth Negga), esposa de Rusty. Horgan pierde las elecciones, y es reemplazado por Nico Della Guardia (O-T Fagbenle), quien designa a su adjunto Tommy Molto (Peter Sarsgaard) a cargo de la investigación y acusan a Sabich de asesinato y encubrimiento.

En la serie, la defensa de Rusty es asumida por Raymond Horgan, el exfiscal. Rusty y Barbara tienen dos hijos adolescentes llamados Kyle y Jaden (Kingston Southwick y Chase Infiniti). El derrotero del caso no depende realmente de una bala de plata, sino de una serie de indicios. El guion se pasea por múltiples falsos plantados, que incluyen a un asesino condenado por Carolyn y Rusty, al hijo adolescente y al exmarido de Carolyn, al hijo adolescente de Rusty y al propio Tommy Molto, que estaba enamorado de Carolyn, aunque ella lo despreciaba. Todo es filmado y dicho con la máxima gravedad, y al mismo tiempo es ridículo. Además, se indaga sobre la psiquis de Rusty, a quien se muestra como obsesionado, violento e influido por drogas lícitas, pero drogas al fin. Por último, el jurado, incapaz de decidir más allá de la duda razonable, declara a Sabich inocente. Pero en el epílogo, Rusty enfrenta a su esposa convencido de que ella asesinó a su amante, y se revela, de la nada, que el crimen fue cometido por su hija Jaden.

Por supuesto, se puede hacer un mejor resumen, pero básicamente, esa es la trama. Y es un problema. Porque esto se hizo antes, y se hizo mejor.

Hay que ser gil

En algún momento alguien tomó dos decisiones fatales, descartando la novela y la película que la adaptó originalmente. La primera es eliminar al mejor personaje, que es el abogado que asume la defensa de Sabich, llamado Alejandro “Sandy” Stern. Un argentino, viviendo en Chicago, más vivo que el hambre, feroz oponente de Rusty en su época de fiscal. En el film de 1990, Sandy fue interpretado  por Raúl Juliá. Stern es instrumental en la trama; no es decorativo.

En la novela y en la película, vamos descubriendo que Carolyn, la asesinada, había sido amante del fiscal Horgan, e investigando sus archivos, se da cuenta de una trama de corrupción en la que termina implicado el propio juez del caso (del que también había sido amante), llamado Larren Lyttle (Paul Winfield). Carolyn era una mujer ambiciosa que usaba su belleza para escalar en la pirámide judicial.

Sandy, sin hacerlo evidente para el espectador, va tirando de esa soga, con el objetivo de que el juez se dé cuenta que la defensa sabe de esta trama y ponérselo de su lado. Además, Dan (John Spencer), el detective amigo de Rusty que investigaba el asesinato en un principio, logra robarse del depósito de evidencias el vaso con las huellas de Rusty, única prueba física que ubicaba a Sabich en el lugar de los hechos. La frutilla del postre es la desacreditación del forense Kumagai (Sab Shimono) que planifica y ejecuta Stern de manera absoluta y espectacular.

Finalmente, y con el caso desestimado por la falta de pruebas, Rusty descubre que su esposa Barbara asesinó a Carolyn Polhemus y que plantó el vaso en el lugar de los hechos para castigarlo. Es la corrupción estructural la que logra que Rusty zafe de una condena segura. Eso, y conseguir un abogado con más recursos que pelos en la cabeza.

Los cambios en la serie, todos y cada uno, son para peor. En vez de artimañas claras, tenemos siempre el mismo recurso: provocar al testigo para que explote y quede mal parado a los ojos del jurado. Lo que en la película es una demolición de uno por uno de los elementos de prueba contra Sabich, en la serie es una reiteración del mismo recurso. Cada vez que alguien se sienta a declarar, y a pesar de haber sido entrenado para “no entrar como un caballo”, todos y cada uno de los que comparecen meten la pata, incluso Rusty.

El énfasis en la serie, en la cual se nos representa a Rusty obsesionado al punto de acechar (stalkear) a Carolyn no se encuentra fundamentado en la estructura. Los breves flashbacks no dan cuenta de las razones y tampoco se fundamenta en cuestiones de la psiquis del personaje, no por falta de intención sino por falla en la escritura.

La idea de sanitizar la imagen de Polhemus, que podemos estipular tiene que ver con el clima de época, y la noción de que su ambición era algo que de alguna manera la demonizaba y podía justificar su asesinato a los ojos del espectador, en realidad empobrece el drama. Polhemus era un mejor personaje por su ambición y su capacidad de manipulación de hombres poderosos. Encima, que su asesinato se ponga en manos de una mujer, en todos los casos, hace que no haya justificación posible para los cambios.

David E. Kelley, el showrunner de la serie (producida por Warner para Apple TV), es probablemente el guionista activo que más sabe de thrillers judiciales en el medio estadounidense. Creó y/o escribió series icónicas como L.A. LAW (1986 – 6 temporadas), The Practice (1996 – 8 temporadas), Ally McBeal (1997 – 5 temporadas), Boston Legal (2004 – 5 temporadas), Goliath (2016 – 4 temporadas) Big Little Lies (2017 – 2 temporadas), The Undoing (2020 – miniserie), y muchísimas más. La única justificación que se puede esbozar para recomendar esta serie es “ver para creer” cómo alguien puede toparse con oro y en un pase de magia alquímica inversa no para de experimentar hasta convertirlo en plomo.