Reseña: Tokyo Vice

Hay algo de lucro deshonesto en nombrar a una serie Tokyo Vice (J.T. Rogers – 2022) y contratar a Michael Mann para filmar el piloto. El algoritmo se vuelve loco y de repente los titulares de las revistas generados por inteligencia artificial vinculan todo a Sonny Crocket y División Miami (Miami Vice, Michael Mann – 1984) ¿Vuelven los sacos con hombreras, arremangados hasta el codo? No. Acá tenemos fumadores empedernidos que visten trajes oscuros y ceñidos, tatuajes de cuerpo entero, sake y amputaciones de dedos.

Como con las películas de la saga Rápido y Furioso, la que sucede en Tokio no tiene un pingo que ver con la trama central. Este caso es ídem. No estamos ante una serie con policías encubiertos investigando el narcotráfico en Tokio. De hecho, el protagonista ni siquiera es policía.

Conozcamos a Jake Adelstein (Ansel Elgort), un joven norteamericano algo torpe e inocentón que, por alguna razón, decide desarrollar su carrera periodística en Tokio. Para ello, no solo aprende el idioma a la perfección, sino que se somete a las pruebas para trabajar en el Meicho Shimbun, el periódico más importante de Tokio. Estamos en 1999, internet y las fake news aún no son un peligro. Los periodistas tienen que tener fuentes y confirmaciones. La letra de molde es respetada.

Jake será el protagonista principal de esta serie que tiene varios personajes secundarios, que cada tanto se alternan en la centralidad de la trama. Para obtener sus fuentes, se le aconseja vincularse con la policía y el hampa. Para ello se conecta primero con el oficial Jin Miyamoto (Hideaki Ito) y luego con el detective Katagiri (Ken Watanabe), quienes le abrirán puertas y le darán sus primeras primicias.

En paralelo, y con frecuencia cruzándose con la línea de Jake, se nos cuenta la historia de Sato (Sho Kasamatsu), un joven sin rumbo que ingresa en el gumi Chihara-kai, el equivalente de las “familias” de la mafia o de las barras de un club, la versión argentina del hampa organizado e institucionalizado. Sato avanzará en las filas de su familia, bajo la mirada del oyabun (capo) Ishida (Shun Sugata).

La vinculación entre Jake y Sato vendrá de la mano de otra expatriada, la blonda Samantha, una norteamericana que ejerce la profesión de “copera”, como nuestra expresidenta Isabel Martínez. Para las nuevas generaciones habría que explicar qué diablos es una copera. Es una chica muy bonita que se sienta con los clientes en un bar, los seduce, acompaña durante unas horas y parece muy interesada en la conversación. Hace ojitos. Mientras tanto, el cliente paga 25 lucas la botella de Brahma. Y pide unas cuantas. Luego la noche termina, cada uno por su lado, y a otra cosa. Es una escort sin derecho a roce. Y si hay roce, bueno, es otra historia. Samantha trabaja en un bar protegido por el gumi de Sato. Los clientes son todos “tope de gama”. En Tokyo Vice se nos da a entender que las coperas en Japón son tan comunes como las baldosas flojas con agua debajo en Buenos Aires.

El antagonista de todos los mencionados es Shinzo Tozawa (Ayumi Tanida), un jefe yacuza del gumi Tozawa, rival a Chihara-kai. Tozawa es el señor oscuro. Ansía reinar por sobre todos los gumis. Su sed de poder está justificada en una necesidad de reparación infinita. Resiente sus inicios humildes, su eterna postergación frente a su esposa, proveniente de una familia pudiente y poderosa. En Japón, la posición social es determinante hasta para la portación de tu propio apellido.

Los ayudantes de Jake, en el ambiente del Meicho, son sus compañeros Jun (Takaki Uda) y Tin-Tin Kurihira (Kosuke Tanaka), este último opera como personaje cuasi comic relief, muy característico de los mangas, animes y films japoneses. Además, Jake cuenta con su jefa y mentora Eimi Maruyama (RinKo Kikuchi), periodista de raza que opera en espejo, dentro de su mundo, con el detective Katagiri. Ambos son mandos medios dedicados, que saben que el tema yacuza es peligroso, y que sus organizaciones están altamente infiltradas.

La trama se desarrolla con lentitud y detalle. Lo que parece un celo excesivo por la adaptación del libro –Tokyo Vice está basado en una historia real, escrita por el periodista Jake Adelstein– es en realidad un inteligente mecanismo para contarnos una cultura y un país al que usualmente, los espectadores occidentales, malinterpretamos.

Lo que cuenta Tokyo Vice nos permite decodificar la imagen que se creó Japón para la exportación. Hay una moto Kawasaki, pero no estamos viendo Akira (Katsuhiro Otomo – 1988). Vemos alguna luz de neón, pero esto no es la postal de Shinbashi, el equivalente a nuestro microcentro. Estamos frente a los yacuza en joguineta a los que sus tatuajes y forma de vida los enferman del hígado. Se nos da a entender que la sociedad japonesa es cerrada y racista. Se nos muestra que, como en todos lados, el poder político está en la cama con los criminales, y que, para finales de los años 90, casi toman el país por asalto. La historia está basada en la investigación real de Jake Aldelstein sobre el jefe yacuza Tadamasa Goto, miembro del gumi Yamaguchi, la organización criminal más importante de Japón, compartiendo el podio con las rivales Sumiyoshi-kai y el Inagawa-kai.

Japón es un mundo en el que el pasado está muy presente. Un país con tradiciones y ritos de su medioevo que significan algo hasta el día de hoy; particularmente, se nos muestra la vigencia de una forma de vinculación que es senpai-kohai (maestro y aprendiz o Senior y Junior, si queremos dejar afuera la idea de instrucción); esto lo interpretamos como un excesivo respeto a los mayores, que en las formas se vuelve casi reverencial. Esto, nuevamente, se representa en espejo, pero esta vez triple. Es la relación entre Ishida y Sato, entre Eimi y Jake y entre Samantha y Polina.

Este estudio, al que accedemos a través de los ojos de Jake, nos revela que el concepto yacuza es a la vez local y universal. Los localismos son ceremoniales y estéticos, pero el crimen es el de siempre. Los yacuza se resisten –un poco– a las armas de fuego, pero lo que ofrecen se consigue en La Paternal o Mataderos: prostitución, permisos para operar un negocio, protección de bandas rivales y de la policía. Todo lo que vimos y vemos en otras ficciones o en las noticias. Los yacuza operan en connivencia con las fuerzas del orden. La motivación para la policía es la corrupción. La excusa es evitar el baño de sangre. Los miembros de la yacuza forman parte de algo más grande e importante que ellos. De hecho, la relación senpai-kohai en la organización criminal es fundamental: oyabun es “padre adoptivo” y los miembros junior son kobun, que significa “hijo adoptivo”. Los jefes son reconocidos y hasta salen en las noticias y en revistas especializadas. El oyabun es un rockstar.

No nos puede resultar muy extraño en un país en el que Rafa Di Zeo repartió juguetes en la Casa Cuna.

Tokyo Vice se puede ver en Max. Fue una de las apuestas fuertes del lanzamiento del streaming que otrora fue la nave insignia de HBO, copado hoy por Discovery y Warner. La afectó la pandemia, como a tantas otras, y perdió continuidad. Lo bueno es que el arco narrativo se completó. Si no siguiese, la historia, en este punto, tiene un final satisfactorio. Un corte limpio y, sobre todo, honorable. Sayounara Dokusha.