Monstruo: hasta la verdad definitiva

Al parecer hay dos formas de nombrar a un monstruo en el idioma japonés: obake, que es un tipo de criatura espectral, casi fantasmagórica. La otra es kaibutsu, que aplica para un ser terrenal que comparte el mundo con el resto de los mortales. Ese es el título original que el director Hirokazu Koreeda eligió para su última película estrenada el año pasado en Cannes, donde ganó la Palma Queer al mejor largometraje, y que llegará en breve a cines nacionales a través de la plataforma Mubi.

Saori es una madre viuda que empieza a preocuparse por el comportamiento extraño de su hijo Minato. El chico parece atravesar una crisis, empieza a decir que su cerebro fue cambiado por el de un chancho, que es un monstruo, algo lo atormenta, ¿tendrá que ver con la reciente muerte de su padre o habrá alguna entidad sobrenatural acechándolo? El enigma parece resolverse cuando Saori descubre que hay un profesor, Mr. Hori, que maltrata física y psicológicamente a Minato en clase. Cuando va a la escuela a pedir explicaciones la situación es confusa, la directora y el resto de los docentes piden disculpas y el profesor hasta comenta que Minato es el que le hace bullying a sus compañeros. El maltrato se repite y finalmente Mr. Hori presenta su renuncia.

¿Final feliz? ¿Justicia poética? Nada de eso, porque es en ese momento cuando la película comienza a desarrollarse para que como espectadores pongamos en duda la verdad y presenciamos un cambio de punto de vista sobre el mismo hecho y la misma línea temporal. La narración centrada en Mr. Hori nos va a mostrar que el que parecía ser el villano en realidad no lo era. Aparece en escena Hoshikawa, un compañero de colegio de Minato que es maltratado de manera extrema por su padre, quien lo llama monstruo y lo castiga por no comportarse, según sus palabras, como un verdadero hombre debería.

El cine de Koreeda suele tratar sobre las distintas formas de familia y la intimidad oculta, desde Nobody Knows, de 2004, en la que unos hermanos son abandonados por su madre y deben hacerse cargo de sí mismos, hasta Shoplifters, de 2019, nominada al Óscar a mejor película extranjera y en la que se cuenta la historia de una familia que al final no es tal.

En Monster el guion de Yuji Sakamoto nos muestra la opresión de las instituciones, la escuela, los padres, el entorno y sus mandatos. En el último segmento, la pieza final que queda para poder construir esa información revelada de manera estratégica, la historia sigue a los dos niños, Minato y Hoshikawa, que construyen un refugio en un vagón de tren abandonado que está en medio del bosque. Lo decoran y juegan ocultos de la mirada de los otros, alejados de la hostilidad que los acosa día a día. Es un espacio seguro, un lugar que solo les pertenece a ellos y al que ningún adulto tiene permitido ingresar.

La música del recientemente fallecido Ryuichi Sakamoto quita cualquier tono hiperbólico a las escenas y aporta un naturalismo necesario a la hora de mostrar la intimidad de los personajes.

A pesar de la crudeza a la que Koreeda tiene acostumbrado a su público, en Monster hay esperanza. Los protagonistas se preguntan todo el tiempo sobre la reencarnación y, si la película arranca con un incendio, que es uno de los enigmas e hilos conductores de la trama, termina con una última secuencia de tormenta, Minato y Hoshikawa empapados se preguntan si murieron y reencarnaron. No están seguros, solo saben que se necesitan el uno al otro para reconocerse y poder saber que los monstruos no son ellos, son otros. La tormenta se va, el cielo se despeja y ellos corren hacia la luz, hasta un fundido en blanco.