El niño y la garza: Si siempre estoy llegando…

No es la primera vez que se habla del retiro de este gran cineasta de la animación. En el 2013 estrenó Se levanta el viento, y aseguraba que sería su último largometraje. Y diez años después volvió con el film que nos ocupa. Es decir que Miyazaki ya pensó en retirarse dos veces, a causa de su avanzada edad, y sin embargo, no lo hizo: quizá su necesidad por contar historias personales que lo atraviesan lo llevó a volver a filmar. Hay algo extrañamente emotivo en ver a un director de edad avanzada no dejar su oficio y continuar creando por amor al cine.
Esta posibilidad de un retiro que no termina de concretarse hace que pueda emparentarse a Miyazaki con Clint Eastwood. Si bien nada tienen que ver ambos en sus preocupaciones temáticas y en sus cuestiones formales, los dos son directores veteranos, que ven con claridad que su próximo film siempre puede ser el último. Sea porque su edad los obligue a dejar el cine, o bien, porque los obligue a dejar la vida. De ahí que, en el caso de Eastwood, el tema de la vejez se haga presente en algunas de sus películas de la última década y media (Gran Torino (2008), La mula (2018), Cry Macho (2021)).

Incluso si no fuera su último trabajo, El niño y la garza no deja de ser una película con un carácter testamentario, como si el director supiera que ya no le queda mucho tiempo para despedirse. Lo curioso, sin embargo, es que está lejos de ser una obra melancólica o sombría. Más bien, lo genial del film es que en él pueden convivir, a la vez, la vitalidad y el sentido de la aventura con la conciencia del paso del tiempo, la vejez y la finitud.
La trama sigue a Mahito, un chico que debe mudarse al campo junto a su padre y su nueva novia, luego de que su madre muera en el incendio de un hospital, en el marco de la Guerra del Pacífico. Se trasladan a una finca, junto a una torre. Mahito no parece contento con la situación, y su vínculo con la mujer actual de su padre (quien, además, es la hermana de su madre) es más bien distante. Hasta que recibe la visita de la garza del título, que le advierte algo sobre Hisako, su madre…
Una de las primeras cosas que uno puede advertir es que Mahito es, de lejos, el personaje protagónico más serio en un film de Miyazaki. Mahito se distancia de la alegría enérgica de las niñas de Mi vecino Totoro, o del nerviosismo (al borde de la neurosis) de Chihiro; y más aún del carácter jocoso del ladrón Lupin en El Castillo de Cagliostro (ópera prima de Miyazaki y uno de sus films menos revisados). Mahito es alguien reservado y silencioso, que parece incómodo con la situación que está viviendo, acostumbrándose a un entorno nuevo y a una familia reconstituida. De ahí que pueda resultar hosco y hasta un tanto egoísta. Pero esta forma de ser parece ser más bien la fachada de alguien que oculta una gran tristeza, en este caso por la muerte de su madre. De hecho, no sabemos a ciencia cierta si Mahito era así antes de la tragedia. El momento del incendio, que abre la película, está filmado como si se tratara de una pesadilla, con el niño que corre hacia el hospital en medio del caos del fuego, con las figuras difusas de soldados y bomberos, y con el sonido de la alarma y de los gritos ahogados. Hay una elipsis y vemos al padre y al chico ya en el campo, con voz en off diciéndonos que han pasado 3 años desde el hecho. La cuestión de que esta voz sea la de Mahito tiene que ver precisamente con un personaje demasiado ensimismado, que parece contar esto para sí mismo, cuyo trauma sólo se hace evidente a través de sus sueños, y que, como se mostrará más adelante, llora únicamente cuando está solo. Este interior afectado del protagonista contrasta con su actitud visible más desafiante y valiente. Esto se evidencia desde el comienzo, en el mencionado incendio, cuando hace caso omiso a la advertencia de su padre de quedarse en casa, sólo para salir corriendo a buscar a su madre. Pero también se ve en la breve pelea con sus nuevos compañeros de escuela, que lo lleva luego (y sin que haya un motivo claro) a golpearse la cabeza con una roca; y en la manera en que después, en el momento en que está reposando para curarse, se escapa de su habitación para enfrentar a la misteriosa garza azul que lo estuvo acechando.

Hay otra cosa vinculada a Mahito, y que atraviesa a toda El niño y la garza, y es la cuestión autobiográfica. Mahito está moldeado en base al mismo Miyazaki, quien también perdió a su mamá en un incendio, y hacia la que tenía un profundo cariño. El director también tuvo que emigrar de la ciudad al campo en medio de la guerra, y también tuvo un padre dedicado a la fabricación de partes de aviones. Por eso, si todo el comienzo del film resulta tan terrible es en gran medida porque obedece a dolorosas experiencias personales que lo han marcado.
El otro personaje central además del chico es, por supuesto, la garza. Algún comentario que escuché sobre el film calificó a este personaje como abiertamente desagradable. Sin embargo, al igual que pasa con Mahito, es más complejo. La actitud irritante que manifiesta al comienzo resulta ser también una fachada. La garza acecha a Mahito hasta que el niño la confronta y obtiene una revelación clave sobre su madre. Más tarde, cuando el joven le dispara una flecha, veremos que en verdad el animal no es más que un traje que guarda en su interior a una suerte de grotesco hombre pájaro, y a lo largo del film pasará de ser un posible villano siniestro para convertirse en un aliado y amigo para Mahito, como también en un personaje ridículo dueño de momentos cómicos brillantes (como cuando lo vemos tratando de volar sin lograrlo, luego de que se revele su identidad). En alguna medida, la garza es, como Mahito, alguien que se muestra al exterior de una forma concreta, y que oculta en verdad una forma de ser completamente diferente. De ahí que lo veamos primero como un animal majestuoso, y luego como un señor entre gracioso y patético. La garza es, de paso, quien introduce a Mahito en un mundo sobrenatural paralelo.
Esto lleva a otro elemento básico de la película, constitutivo de Miyazaki y acaso su mayor obsesión aparte de la infancia: el universo de fantasía. En El niño y la garza, como ocurre en otros de sus films, este universo es menos un espacio alternativo y contrapuesto al mundo real, que uno que convive con este. Esto se pone en evidencia cuando Kiriko, una de las doncellas ancianas de la finca, le dice a Mahito que allí han ocurrido cosas extrañas. Se lo dice con una naturalidad desconcertante, como quien acepta con serenidad que hay hechos que escapan a lo explicable. En este universo fantástico, los seres y los objetos del mundo real son maravillosos en ambos sentidos, tanto por su carácter quimérico como por lo admirables y bellos que resultan: una garza parlante que oculta un humano en su interior; Kiriko, que en el mundo real es una abuela, es aquí una joven pescadora ágil y experta; un pelícano puede hablar y explicar con dolor por qué su especie se muere de hambre; un grupo de periquitos de colores y aspecto simpático pueden tener un reino propio y ser devoradores de humanos; una joven puede controlar el fuego, elemento que había provocado la muerte de la madre de Mahito, para ayudarlo a quemar a los periquitos que intentan matarlo; y hasta unos vendajes parecen moverse como si tuvieran vida propia. Todo lo que integra este universo, además, está sostenido por algo tan mundano como lo son unos bloques de juguete hechos de madera.

El hecho de que estos personajes y estas cosas del universo fantástico nos resulten tan sorprendentes tiene que ver con que la narración responde al punto de vista de Mahito, quien a cada paso debe aprender a moverse dentro de un lugar que le es ajeno. De todas maneras, ante esta acumulación de fantasía uno puede preguntarse por su pertinencia en el relato, y si en algún punto Miyazaki no se estará regodeando en la mera exposición de imágenes fabulosas (un peligro que acecha en el cine de dos directores también amantes de lo extravagante y lo imaginativo como son Fellini y Burton). En esta acumulación hay cierta desprolijidad, con elementos que aparecen de manera muy tardía en la película (como la roca flotante, o los mencionados bloques).
Sin embargo, Miyazaki introduce un personaje que logra dotar de cierto sentido a la fantasía, porque nos revela que ese mundo no deja de ser, precisamente, algo inventado por alguien. Estoy hablando del viejo hechicero, tío abuelo de Natsuko, y creador del universo. El hechicero, de edad avanzada, desea darle el control de este universo a Mahito, que es parte de su linaje familiar. Así como Mahito remite a Miyazaki de niño, con sus experiencias compartidas, no es difícil ver en este mago a Miyazaki viejo, como un creador de ficciones fantásticas que se sabe en la última etapa de su carrera. El encuentro de ambos es un virtuoso momento de autoconciencia, como una suerte de pasaje entre un cineasta que dice retirarse para luego de un tiempo volver a filmar. Sólo cabe esperar cuál será su próxima película. Mientras tanto, El niño y la garza es la muestra fascinante de que Miyazaki sigue siendo joven.



