Sala de profesores: ¿qué puede pasar en la escuela?

Ni bien empieza Sala de profesores (Ilker Catak, 2023) se introduce in medias res la tensión, ya con la banda de sonido, un mínimo diálogo y el rostro grave de la joven profesora que encarna Leonie Benesch (La cinta blanca, The Crown). Un clima dominante en los 100 minutos que dura. La cámara, en este sentido, no va a dejar de seguir a esta protagonista de cerca y de lejos, volviéndose clave así la construcción del espacio. La escuela, casi un laberinto, un lugar de muchos pasillos, salas y personas bajo la obligación de estar allí, que anhelaría ser un panóptico con zoom para su mejor funcionamiento, pero quizás la moral o los límites de la tecnopolítica impiden ese ojo absoluto.
Eso es lo que hace Carla Nowak, una docente suplente, y desata el conflicto: introducir la cámara en un espacio privado como la sala de profesores. Allí se condensan también dilemas y sospechas que van a hacer crecer la trama e invitar a la reflexión, entrando en lugares más incómodos que comunes de la educación, tan sensibles a un espectador estándar como a otro más exigente. Esto la vuelve una candidata atractiva para representar a Alemania frente a los Óscar, aunque la tenga difícil.

Una buena película que atrapa desde el primer momento a través de un hecho y contexto posible de un robo en una escuela que va tocando las diferentes teclas del sistema educativo de una potencia europea, pero no deja de ser una ficción bien montada, sobrecargada de drama, que sale del retrato más verosímil para jugar con un poco de absurdo y paranoia. En esa dimensión se lucen muy bien las actuaciones. En el centro, la profesora Nowak, a quien se le pone todo en contra, va a chocar con los diferentes actores de esta comunidad educativa: alumnos, colegas y padres caracterizados justos para el tono de la película. Ella no podría estar mejor interpretada por esta actriz: todo el tiempo llevando la intensidad y a la vez conteniéndola, queriendo conservar la razón y sus ideales, al borde del colapso, tropezando con inocencia y convicción en un mundo de confusión. Con esta perspectiva lograda por el director, uno podría creer encontrarse a esta docente en la vida real y compadecerse por la pesadilla en la que se convierte su labor.

Al tomar un montón de supuestos y realidades educativas para este film, hay un eco con una producción alemana similar, en cuanto a la crítica y temática, como La ola (Gansel, 2008). Esta quería mostrar un experimento fascista y aquí Catak, alemán de orígenes turcos, parece ofrecer más bien una prueba de tensión dramática escolar, un thriller social incruento; que busca problemas por su efecto más que un relato conciso, sorprendiendo la forma en que escala el conflicto y deja líneas argumentales o discursos a medio armar; por ejemplo, sobre el racismo o un lado policial del hecho que queda dando vuelta y, al final, da un cierre insuficiente.
Aparecen ciertos deseos sociales de control allí donde no hay disciplina, ni sentido colectivo, y una frágil tolerancia del otro, que pueden sostener la idea de la escuela como una “caja de resonancia” de la sociedad. No obstante, puede servir también la metáfora que trae uno de los padres en la escena de reunión, justamente, de padres quejosos, para recriminarle a la profesora que su materia es una “caja negra”. Si la película se mueve por la posibilidad de esclarecer una verdad, no pretende avanzar más que dejando la sensación de duda. No se sabe bien lo que pasó, hay mucho para repensar y cambiar en este sistema, en las personas, pero no es fácil, donde cada uno se guía por lo que cree –o le conviene– de acuerdo con su propia idoneidad. A pesar de todo lo incierto, la escuela debe seguir adelante.



