Ferrari, de Michael Mann

En los últimos años se han popularizado las películas de autos. Prueba de esto son las diez entregas de Rápidos y Furiosos. Sin embargo, ya las últimas películas de esta saga dejaron mucho que desear y, aprovechando el boom de los biopics, la industria cinematográfica norteamericana ha aprovechado para hacer películas de carreras basadas en hechos reales. Ferrari, dirigida por Michael Mann (Heat, El último mohicano), entra en esta categoría.

Ya en 2019 nos habíamos fanatizado con Ford v. Ferrari, también basada en hechos reales, que sigue el desarrollo de Ford para entrar a la competencia de Le Mans ‘66 y su rivalidad con Ferrari. Esa película protagonizada por Christian Bale y Matt Damon se enfocaba en la fabricación del auto y la tensión entre los empresarios de Ford y los corredores. ¿Cómo se explica esta rivalidad? Ford es una empresa de autos, que tiene corredores. Con Ferrari nos adentramos en una industria totalmente distinta: una empresa de corredores que fabrica autos.

Protagonizada por Adam Driver en el rol de Enzo, el largometraje de Mann se centra tanto en la participación de Ferrari en las carreras (las cuales necesitan para sacar a la empresa de la quiebra) como en el drama familiar. Penélope Cruz es la encargada de interpretar a la esposa del fabricante de autos, y nos da una actuación fenomenal que encarna el duelo de perder un hijo. Cumple con el papel de mujer un poco loca, pero con la que conectamos al verla rodeada de un marido infiel y una suegra resentida. La madre de Enzo Ferrari es, tal vez, el personaje más interesante. Todas sus intervenciones nos muestran algo importante de cómo debió haber sido la infancia y adolescencia del protagonista, nos deja entrever las emociones en torno a la muerte del hermano mayor de Enzo, pero está tan desaprovechada que casi nunca la vemos interaccionar con el personaje principal. El otro personaje importante es la segunda mujer de Ferrari, “la otra”. Shailene Woodley, aunque personalmente no me suele gustar, hace bastante bien el rol de madre soltera que lidia con ser la tercera en discordia. Otro punto a favor de Woodley es que es la única que no intenta el acento italiano, mientras que Driver lo intenta y falla, y Cruz habla simplemente con su acento español.

Mientras en la esfera personal nos muestran las tensiones familiares y amorosas, la otra mitad de la película se centra en las carreras. No obstante, no estamos en 1966, y el principal rival de Ferrari no es Ford; estamos en 1957 y Ferrari debe salir de la bancarrota antes que su competidor: Maserati. La película nos prepara para la Mille Miglia (mil millas) y conocemos a Alfonso de Portago. A lo largo de la película vemos cómo Enzo empuja a sus pilotos a ganar a toda costa, y la trama –sumada a la personalidad arrogante de de Portago– llega a su punto más crítico con el famoso accidente de las Mil Millas. Aunque Alfonso es un personaje muy interesante, y bien interpretado por Gabriel Leone (quien también interpretará a Ayrton Senna en la serie de Netflix), toda la trama sobre la carrera y la empresa no se profundiza, sino que se la utiliza para mostrar el impacto en la vida personal de Enzo, donde los personajes están mucho más desarrollados.

Para cerrar, no puede faltar una mención especial para nuestro Juan Fangio, quien es presentado como uno de los conductores estrellas de Maserati, aunque lamentablemente se saltean mostrar la amistad que mantenía con Fon de Portago.

Ferrari es una buena película, y una gran biopic. Aunque los acentos de los protagonistas dejan mucho que desear, y un poco irrita al espectador escucharlos pasar por cualquier tipo de entonación, la trama y las actuaciones son atrapantes. Para terminar la comparación con Ford v. Ferrari, la película de Mann nos muestra otro tipo de empresa que –aunque no perjudica a sus propios corredores solo para tener una linda e icónica foto, como Ford– sí arriesga todo, hasta vidas humanas, para mantener el trabajo de su vida.