All of Us Strangers: es que me mata tu ausencia

“Un fantasma es un evento terrible condenado a repetirse”, dice el personaje de Federico Luppi en El espinazo del diablo. Esa repetición es en realidad una trampa de la memoria, una ilusión que vuelve una y otra vez al mismo lugar para querer alterar un hecho que va a ocurrir sin que se pueda hacer nada para evitarlo. En este sentido, un fantasma choca con su propio destino y vuelve al punto de partida una y otra vez, pero ¿qué pasaría si ese evento terrible pudiera sanarse?

Esto es lo que se pregunta el director británico Andrew Haigh en su quinta película, All of Us Strangers. El creador de Looking (esa versión gay de Girls que HBO levantó demasiado pronto) nos presenta a Adam (Andrew Scott), un guionista que vemos frente a una pantalla sin poder escribir un solo renglón. Vive solo en un edificio enorme de Londres, pasa su tiempo viendo programas viejos de Top of the Pops y mirando hacia la nada. En una primera escena lo vemos fundirse con la ciudad desde el otro lado de su ventana mientras el sol del atardecer lo pinta de naranja. Adam no está en su mejor momento, se lo puede ver en sus silencios y en esa heladera vacía que revisa para prepararse la cena. Adam es un puto triste. Un día le suena el timbre, es un vecino, Harry (Paul Mescal, el it boy por excelencia, después del hit indie Aftersun y justo antes de Gladiador 2). Le cuenta que están solos en todo el edificio y le pregunta si puede pasar, si pueden tomar algo. Adam no parece sorprendido, es como si hubiera estado todo este tiempo esperando que ese timbre sonara, pero le dice que no.

Es que Adam tiene sus razones para vivir protegido detrás de un muro que él mismo construyó. Hay una situación que lo ata y lo condena a su pasado y luego de un viaje en tren y una caminata por su antiguo barrio se cruza a su padre en una tienda (Jamie Bell). Un padre que tiene la misma edad que Adam y que murió en un accidente de tránsito cuando él era chico, un fantasma. Se saludan y lo lleva hasta la casa de su infancia en donde lo espera su madre (Claire Foy), otro fantasma.

A partir de allí todo cambia. Adam acepta juntarse con Harry. Discuten sobre si es mejor decir que uno es gay o queer, queer es más amable, pero prefieren decir gay, se besan con torpeza, Adam está oxidado, se queda sin aire, tienen sexo y duermen juntos. Las visitas a la casa de sus padres se transforman en algo cotidiano, Adam se sube al tren con la ansiedad de un adicto, no sabe cuánto tiempo tiene y le quedan temas pendientes con sus padres. Decirles que es gay, por ejemplo, cuando su madre le pregunta si está casado. “Es una vida muy solitaria”,le dice su madre y él le responde que las cosas son diferentes ahora y que si está solo no es porque sea gay. Su padre le dice que siempre lo vio medio tutti frutti y le da el primer abrazo sentido después de pedirle disculpas por no haberle preguntado por qué lloraba cuándo volvía de la escuela.

Cada visita a esa casa hace que Adam se vuelva más eufórico, que tenga más ganas de vivir. En una de las escenas más logradas va con Harry a bailar, es una secuencia de transición donde suenan los Pet Shop Boys y Blur, se intercalan escenas de ellos dos bailando y compartiendo una cotidianeidad, la de dormir juntos y hacer el desayuno, la de mirar Top of the Pops mientras cenan tirados en el sofá. ¿Es al fin ese futuro en el que Adam no creía o una proyección de algo que no existe ni va a existir? El director no lo responde y deja que el sueño de a poco se transforme en una pesadilla dolorosa porque así como esos fantasmas aparecieron de la nada también van a desaparecer.

En All of Us Strangers es muy importante la música, está anclada a ese pasado en el que Adam sigue viviendo: Erasure, Alison Moyet y The Housemartins se van intercalando en un recorrido de nostalgia infinita. La fotografía de Jamie D. Ramsay transforma la melancolía crónica de la película en una sucesión de colores y fundidos que van del éxtasis a la oscuridad.

Andrew Haigh relata una historia sin golpes bajos ni trazos gruesos que habla sobre ese y si que nos preguntamos todos, sobre el trauma de haberse quedado huérfano y también el miedo de haberse criado como gay en la peor época de los 90 derivado en una sensación de soledad eterna de la que Adam no parece poder desprenderse.

Al final sucede lo esperado, los fantasmas se chocan con su destino, se transforman en eventos terribles condenados a repetirse, pero ayudaron a que se pudieran limpiar las heridas y secarse las lágrimas, a diferencia de cualquiera de nosotros mientras suena “The Power of Love”, de Frankie Goes to Hollywood, y Adam le tararea a Harry“I’ll protect you from the hooded claw and keep the vampires from your door”.