Priscilla: la reina del desierto

En algún momento de la historia, Dolly Parton lanzó una de sus frases más famosas: “Cuanto más alto el pelo, más cerca de Dios” (The higher the hair, the closer to god). Algo de eso hay en Priscilla, la última película de Sofia Coppola, una transformación interna, un aprendizaje, un recorrido que se ve reflejado en el tamaño de esos peinados con laca y apliques que parecen exagerados pero que marcaban tendencia en los 60.

Basada en el libro “Elvis y yo”, de Priscilla Presley, única esposa del cantante, la película se centra en la relación del ídolo desde que la conoce cuando él tenía 24 años y ella apenas 14 y los dos vivían en una base de la fuerza aérea estadounidense en Alemania. A pesar de que ella nunca deja de ser una púber que apenas arranca el secundario, vemos desde su punto de vista lo que parece ser un cuento de hadas que de a poco muestra la hilacha.

Si bien la directora no juzga con trazo grueso la historia, de a poco vamos viendo como Elvis no es el galán soñado que toda chica querría tener a su lado, sino más bien el tóxico, un hombre adicto a las pastillas (varias para levantarse, otras cuantas para dormirse), y además un egocéntrico y manipulador que tiene a la pobre Priscilla esperando en Graceland mientras él mantiene affairs públicos con Ann Margret o Nancy Sinatra. Tampoco hay victimización, ella es una chica enamorada y a la vez sometida a un claro abuso de poder.

Es por eso por lo que la película tampoco es una biopic de Elvis desde la mirada de alguien cercano, es el retrato de una adolescente que se asoma por primera vez al mundo en circunstancias extraordinarias, una que se va de fiesta los fines de semana a Las Vegas y esconde revólveres en los vestidos, pero que todavía va a la secundaria y se tiene que encerrar a estudiar. Ahí está la mano de Sofia Coppola para asomarse al tema en el que se siente más cómoda, el de las chicas adolescentes, desde Las vírgenes suicidas a la fallida The Bling Ring. Tenemos esos planos tan identificables con su estilo como uno de Wes Anderson, la intimidad de un cuarto, los tocadiscos, la música anacrónica, las revistas, el esmalte sobre una alfombra y esa fantasía drag de vestidos, pelucas y pestañas postizas kilométricas que se van sumando al rostro de Cailee Spaeny, y acompañan la espera y el vacío existencial.

Priscilla termina siendo una de las películas más accesibles de la directora y la que mejor funciona en mucho tiempo. Si algo se le puede remarcar es que no se ve el esfuerzo, está hecha de taquito, con ojos cerrados, pero después de ese último disparate que fue On the Rocks (2020), se agradece que se haya quedado en terreno seguro y que no haya ningún diálogo inaudible en ese final tan simple y hermoso donde se resignifica el I Will Always Love You de Dolly Parton.