Reseña: La sociedad de la nieve

Se estrenó La sociedad de la nieve,del español J. A. Bayona, y me pareció imposible no escribir sobre la película que tanto esperé.

Esto es personal

Cuando se estrenó Viven (Frank Marshall, 1993) en nuestro país, yo tenía apenas 11 o 12 años, pero ya había leído el libro. Recuerdo la obsesión por el tema y mis ganas de ir al cine a ver la película; pero mi mamá no me dejó aludiendo que era demasiado impresionable para alguien tan chica. Se ve que el control parental estaba más sobre lo audiovisual que sobre la lectura. Igualmente, al salir en formato VHS, la vi innumerables veces. Cada vez que alguno de los sobrevivientes aparecía en TV en algún programa, lo veía, lo grababa y lo volvía a ver. No existía YouTube, ni las redes sociales, por lo que la posibilidad de encontrar alguna charla era bastante fortuita.

Al publicarse el libro de Pablo Vierci en 2008, mi obsesión se había apaciguado, pero, acertadamente, me lo regaló un primo (en un juego del amigo invisible) para esa Navidad y el interés por la historia no solo volvió, sino que me di cuenta de que había permanecido intacto. Después de eso, fui a dos charlas de sobrevivientes en Bariloche y logré que uno de ellos me firmara el libro.

Por todo esto, siento que estoy obligada a escribir acerca de cualquier material audiovisual que se estrene sobre la historia de los uruguayos que cayeron en un avión en los Andes.

La película de Bayona está basada en el libro homónimo de Pablo Vierci, quien era compañero y amigo de los protagonistas de la historia pero que no formó parte del viaje. El libro está conformado por capítulos del relato de la historia de los 72 días en la montaña, intercalado por 16 relatos de los sobrevivientes. Cada uno contó lo que quiso, como quiso, y todo encaja a la perfección. Es un libro genuino, escrito con dolor, con amor, a corazón abierto, con el consentimiento de todos los sobrevivientes, incluso aquellos que nunca habían hablado en público sobre el tema.

Al saber que se estrenaba la película basada en el libro, temía que fuera una decepción; una película financiada por Netflix, usando recursos básicos y efectistas para generar emociones con estilo hollywoodense. Sin embargo, hoy puedo decir que es una película que está a la altura de la historia y que, como ningún otro relato, borra la línea divisoria entre los 16 hombres que volvieron y las 29 personas que murieron en la montaña.

La importancia de saber narrar

El acierto de La sociedad de la nieve de J. A. Bayona es, en especial, la elección del narrador principal. Si hay alguien que escuchó hablar sobre esta historia, tal vez reconozca los nombres de Roberto Canessa y Nando Parrado porque fueron quienes caminaron 10 días en la cordillera para que, desde Chile, pudieran rescatar al resto y porque además son quienes más han hablado en la prensa, conferencias y demás. Quizás hayan oído hablar de Carlitos Páez, hijo de Carlos Páez Vilaró, el famoso artista plástico uruguayo; pero seguramente pocas personas reconozcan el nombre de Numa Turcatti. Es él quien en la película de Bayona toma la palabra para contar una historia tantas otras veces contada. Es quien nos recuerda que hay 16 sobrevivientes porque hubo otros 29 que los ayudaron a sobrevivir.

A partir de esa primera decisión, la película cuenta la cronología de los hechos, incluyendo las microhistorias de muchos de los 45 que se habían subido al avión aquel 13 de octubre de 1972. Las caras de los actores no son conocidas, no hay un Ethan Hawke ni tampoco un Nado Parrado como único protagonista o héroe. De hecho, no hay héroes; hay muchachos de 19 a 25 años que están tratando de salir de un glaciar sabiendo que nadie los espera del otro lado porque, para el resto del mundo, ellos están muertos.

El segundo acierto es haber logrado filmar una película de calibre internacional con actores argentinos y uruguayos con acento rioplatense, demostrando que no hace falta ese falso español neutro para llegar al público masivo.

Los planos generales filmados en el lugar nos ponen en contexto y nos llevan de manera vívida con ellos allá, a ese lugar inhóspito y blanco que refleja la belleza de la naturaleza y lo poco que le importa, a la vez, que los seres humanos podamos vivir allí.

La cámara también se ocupa de hacer foco en los rostros de los protagonistas en los momentos en los que ven la muerte de frente, intercalándolos con los momentos agradables previos al viaje en los que la alegría e inconsciencia abundaban en el grupo. El accidente inicial quizás sea una de las escenas más impresionables, filmada con maestría y con una edición de sonido que se destaca durante toda la película, al igual que el alud. La segunda mitad se torna más tranquila en la acción, pero más dura a medida que las vidas se apagan y los cuerpos se transforman gracias a un impecable trabajo del diseño de arte.

Tanto la montaña como el fuselaje que alojó al grupo son otros dos protagonistas de la película. Los planos, la puesta en escena y la mezcla de sonido funcionan de manera magistral para que hablen. Mostrados, por momentos, como el alojamiento de la vida que hay allí y, por otros, retratados como la desolación absoluta y casi como un cementerio. La cámara logra transmitir una suerte de nostalgia al alejarse por última vez del lugar de los hechos. A pesar del infierno, esa escena muestra que el lugar albergó algo que será inexplicable para los de afuera.

El círculo de la vida y la muerte

La circularidad está presente en toda la película. La primera escena es un partido de rugby donde los jugadores del club se funden en un scrum, seguido por una escena en los vestuarios y duchas, algo que se replica hacia el final, donde los compañeros vuelven a compartir la ducha. Sus cuerpos y sus vidas han cambiado pero ese lugar de intimidad no se ha perdido, sino que, seguramente, se ha resignificado.

Algo similar sucede con los mensajes escritos. Hay una lista de mujeres chilenas que quieren conocer cuando lleguen a destino y también habrá una lista de sobrevivientes hacia el final. Hay un mensaje escrito pasado de mano en mano durante la misa en la Iglesia que le llega a Numa y hay un mensaje de Numa en el avión partido, que pasa de mano en mano a los compañeros sobrevivientes. Hay una carta de Nicolich a su familia, que llega desde la muerte al resto de vida que queda en Uruguay y una nota de Nando que atraviesa el río para llegar al arriero que los salvó en el valle chileno. Todo se conecta en este hilo perfectamente narrado.

La vida y la muerte se unen en este relato, se funden y mezclan sin morbo sino a través de la realidad de estar en un lugar en el que los extraños son los seres vivientes. Sin embargo, ese realismo que pide la película es también terrorífico, por la misma historia, y es allí donde el director de El orfanato utiliza elementos del terror para contar parte de ese infierno. Un realismo expresionista escuché por ahí y creo que es la forma más certera de describirla. Hay primerísimos primeros planos de las miradas aterradas, hay esqueletos vivientes, hay oscuridad, pero también luces resplandecientes que encandilan y queman, hay sonidos metálicos que suenan durante la noche y hay muertos que hablan.

Sin embargo, la historia es tan rica que permite el uso de otros recursos como el humor y la ternura, como la escena en la que hacen payadas, en aquella en la que imitan los sonidos de los pájaros o en la que se alistan para recibir el rescate. Hay vida aún entre tanta muerte alrededor. Hay vida propia porque hubo muerte ajena y vuelve a haber vida porque una parte de ellos también murió en la montaña. La película ronda constantemente sobre esta idea, la sobrevuela en círculos pero sin subrayarla.

La emoción sin heroísmos

La sociedad de la nieve emociona, sí, pero sin los efectismos ni el morbo de Hollywood. La emoción es genuina por una historia que habla de la camaradería, la unión de las fuerzas y las debilidades para salir adelante en conjunto, en un lugar tan inhóspito como la montaña. La montaña no perdona, su clima es impredecible, cambiante e inclemente, pero lo es más aún para cualquier persona que quiera sobrevivir por su cuenta o hacer prevalecer el individualismo. Pero en el relato de esta película, se destaca que “nadie se salva solo”.

Si la perspectiva hollywoodense ponía el foco en los falsos héroes individuales, Bayona lo hace sobre el grupo grande; el de los 45 que no han sido siempre nombrados y que, esta vez, tienen su lugar.

El film viene recolectando nominaciones y premios en el circuito de festivales, seguramente tenga éxito en la taquilla de salas, así como en el visionado a través de la plataforma, y sospecho que recogerá alguna estatuilla en la llamada “temporada de premios”. Sin embargo, creo que su trascendencia vendrá por el hecho de haber sido un documento avalado por la gran mayoría de las familias de los 45 protagonistas de una historia que, aún hoy, sigue generando atracción. Una historia que sucedió en el hemisferio sur y que recién 51 años después es contada a través de un libro escrito por los mismos uruguayos, hablado en su idioma original, obligando al resto del mundo a leer los subtítulos, tal como les recomendó Bong Joon-ho a los yanquis cuando recibió el Óscar por Parásitos en 2020.