Hojas de otoño: breve encuentro proletario

Al parecer la prosperidad escandinava que intentan vendernos no es tal, o al menos eso se puede deducir después de haber seguido durante años la filmografía del director finlandés Aki Kaurismaki. En sus películas siempre encontramos personajes de clase obrera que viven al día y van boyando de empleo en empleo sin ninguna expectativa más que la de sobrevivir. Desde la protagonista de La chica de la fábrica de fósforos (1990), que harta de la cárcel en la que se transforman su trabajo y su familia decide envenenar a sus padres, hasta esos empleados del restaurante de El otro lado de la esperanza (2017) que hacen todo lo posible para aggiornarse según las tendencias de consumo y, como era de esperar, fallan en el intento. El trabajo siempre está presente como un conflicto y es el puntapié inicial en el desarrollo de esa narrativa tan única y particular del director.

Hojas de otoño, recién estrenada en nuestro país después haber pasado por el festival de Cannes y el de Mar del Plata, no es la excepción. Acá encontramos a Ansa (Alma Pöysti), una cajera de supermercado explotada con turnos eternos que termina despedida por robarse un sándwich vencido después de ser delatada por un empleado de seguridad. “Solo recibo órdenes”, le dice. Es ahí donde conoce en una noche de karaoke a Holappa (Jussi Vatanen), un empleado de construcción alcohólico que apenas puede consigo mismo. Podría decirse que el relato se reduce a esto, chico conoce chica, pero en el cine de Kaurismaki abundan los detalles más mínimos, desde los planos a los personajes, que hacen que estas vidas diminutas terminen transformándose en historias extraordinarias.

El director siempre tiene a disposición los clichés de dos géneros que utiliza a la perfección, el melodrama, la comedia, y en este caso también el musical. Trabaja los puntos de cada uno en función del otro para avanzar con su estilo inconfundible, esa comedia absurda de personajes melancólicos que están muertos de tristeza porque el pasado no les dio nada y el futuro les promete muy poco, un tipo de tono que de nuestro lado del mundo tuvo una influencia muy clara en películas como Los guantes mágicos, de Martín Rejtman o Whisky, de los uruguayos Juan Rebella y Pablo Stoll.

Una primera cita en un cine hace que Ansa y a Holappa tengan un primer acercamiento, van a ver una película de zombis y a la salida comentan algo que podría salir de la boca del mismo director: se murieron de risa. Esto dicho frente a la cartelera anacrónica que anuncia la proyección de El desprecio, de Godard y también de Breve encuentro, de David Lean, melodrama fundamental que dialoga con Hojas de otoño, la historia de dos personajes que se cruzan una estación de trenes, pero no están destinados por más que todo indique que sí. Acá un número de teléfono traspapelado y el gusto por el alcohol de Holappa van a hacer que los protagonistas se alejen y que Ansa decida llenar el vacío con un perro que rescata de ser sacrificado. Hacia el final ocurre una tragedia que homenajea a An Affair to Remember, otra película de amor trágico.

Las películas de Kaurismaki podrían ser mudas (hay una que de hecho lo es, Juha, de 1999). Lo importante está en esas expresiones, en el andar de los personajes y los espacios que recorren. El director tiene una maestría para usar pocos diálogos y que sean perfectos para ajustarse a la acción, como cuando le preguntan a Holappa por qué toma tanto, “porque estoy deprimido”, contesta, “¿y por qué estás deprimido?”, “porque tomo demasiado”. Un círculo que se repite en la forma de relacionarse de Ansa y Holappa, los encuentros y los desencuentros, los silencios interrumpidos por una radio que anuncia noticias de la guerra de Ucrania en una Finlandia que es frontera con Rusia. “Estoy harta de la guerra”, grita Ansa en el único momento en el que pierde el control, y es que si el fin del mundo está cerca, hay que agradecer que Kaurismaki todavía tenga ganas de seguir filmando.