Lo que queda del día (1993) o lo que queda de una novela en el lenguaje audiovisual

La historia de un mayordomo que en el presente de 1956 viaja para visitar a su ex ama de llaves en un encuentro que deviene en desencanto. Es natural la disolución definitiva de una relación romántica que nunca fue, una historia de amor imposible. Para ello, los recursos del lenguaje cinematográfico despliegan su belleza para mostrar una y otra vez las fuerzas en choque.
Los flashbacks ocupan la centralidad del relato en tanto el pasado de la época dorada de la alta sociedad inglesa aparece llena de rituales acartonados y pomposos. Luego, resulta vital entender cada argumento entre Stevens, el mayordomo por herencia y Kenton, su flamante ama de llaves.
La dirección de fotografía se destaca por el detalle tanto en los interiores recargados como en exteriores rodeados de verde donde se yergue la mansión dirigida por el señor Stevens. La primera imagen de Kenton es un truco de montaje y edición prometedor. Desde el comienzo la obra produce la empatía con ese mundo del servicio inglés.
Mientras el presente de la historia se diluye en un escenario más despojado acorde a la época, el pasado está lleno de esplendor y gestos de orgullo en el personaje principal. Las primeras escenas de ese presente denotan añoranza representada en el recurso de mirar por el ojo de buey de la puerta que conduce a los pasillos estrechos donde Stevens rememora el andar elegante de la señorita Kenton el cual se disfumina lentamente.
El relato se apoya en la relación entre ambos sirvientes de la mansión típicamente inglesa de exceso de dorados recargada de detalles de puro lujo con paredes empapeladas de verdiceleste. La luz acompaña la atmósfera de misterio. Lámparas de apoyo construyen efecto del claroscuro para denotar la dualidad en la que se debaten protagonista y antagonista.

¿Sería posible concretar esta historia de amor en esa clase social organizada del servicio doméstico de la aristocracia inglesa? No estamos seguros.
Las miradas y los gestos muestran las ataduras que impiden la realización personal. La dureza, el estilo rígido del lord refuerza la imposibilidad.
La señorita Kenton consigue, en un matrimonio sin amor, realizarse como madre y sale del molde predeterminado para ella. El espectador sabe de su partida por su misma voz que narra en off.
Stevens dedicará su vida, como lo hizo su padre, a complacer las necesidades de su amo de ocasión. Sigue aún viejas reglas. Una escena en primerísimo plano muestra la mano del viejo Stevens detectando una tostada quemada la cual mete sigiloso en su bolsillo. Sus gestos son velados, su mirada apunta más al suelo, su cabeza se inclina hacia un costado quizás para mostrar su posición de invisibilidad en el castillo, las miradas de amo y sirviente no deben encontrarse de frente.

El Stevens del pasado y del presente no ríe, apenas sonríe en forma impostada. Siempre engominado escudriña las necesidades de la mansión.
Los planos enfatizan cada diálogo y desacuerdo entre los dos personajes contradictorios, ya sea en planos generales o primeros planos. Ambos se enfrentan en cada escenario.
Un giro narrativo se da en el momento en que Kenton aparece en una postura de derrota respecto a Stevens fuera de plano. Abundan escenas con planos en picado y contrapicado para lograr el efecto de mostrar qué se impone en cada batalla, si la pasion de ella o la ajustada compostura de él. Stevens reprimirá sus deseos, elige siempre el deber. Grandilocuentes escenas de reuniones y cenas muestran su excesiva eficiencia.

Finalmente, observamos que en la caracterización del personaje de Stevens no hay cambios, solo el paso de los años y una decisión al final. Al contrario, la señora Kenton aparece con una caracterización más fresca, aggiornada a la época. Con todo, en esta cinta se destacan los recursos del lenguaje audiovisual que, sin dudas, completan los espacios descriptivos de la novela. Los colores en la cuidada fotografía aparecen más vivos en lo que dura el recuerdo, en cambio, “los restos del día” son poco más oscuros para representar un presente de frustración o conformidad.
Los lectores de la novela de Kazuo Ishiguro de seguro disfrutarán de la cuidada puesta en escena y la banda musical orquestal que da la sensación de rutina, un halo de suspenso para los movimientos de los personajes en el sector de la servidumbre de la mansión.
En conclusión, lo visual, lo sonoro, el montaje cierra una historia común, aquella que ocurre debajo de la alfombra de la aristocracia inglesa.
Disponible en Netflix.



