Soft & Quiet: tarta de frutilla decorada con esvástica

El misterioso olvido de Blumhouse
Soft & Quiet (2022), primer largometraje de Beth de Araújo, tiene cierto halo de película maldita. Si bien circuló por festivales recogiendo comentarios positivos, cuesta bastante toparse con ella. En castellano se estrenó a principios de este año como El club del odio y bajo este título se la puede hallar en algunos repositorios en línea. Lo interesante del caso es que la célebre Blumhouse oficia de productora.
Si tenemos en cuenta que esta casa es una de las más renombradas dentro del terror mainstream, llama mucho la atención que no salieran a respaldar con su aparato publicitario a este filme. Al respecto, tengo algunas conjeturas que explicarían esta omisión. Primero, Soft & Quiet es incómoda. Segundo, Soft & Quiet es una salvajada. Tercero, Soft & Quiet escupe verdades que a buena parte del público pochoclero no le gusta que le enrostren.

Tarta de frutilla decorada con esvástica
Soft & Quiet cuenta la jornada de Emily (Stefanie Estes), maestra de primaria que, a la salida de la escuela, se reúne con sus amigas en la sala de la parroquia en un club al que bautizaron Daughters of Arian Unity (Hijas de la unidad aria).
Mientras comen una tarta de frutilla decorada con una esvástica, comparten sus frustraciones. Consideran que el esfuerzo que realizan es enorme, pero que a cambio no reciben la recompensa que merecen. Atribuyen esta frustración a una idea que ellas llaman “multiculturalismo”, el cual, según su perspectiva, consiste en conceder privilegios y ventajas a los inmigrantes. Ellas se reconocen como WASP women (mujeres blancas anglosajonas y protestantes) que se sienten desplazadas por una sociedad que favorece a otras comunidades que no fundaron la patria estadounidense en 1776, sino que la tomaron por asalto como hordas de invasores. Según alegan estas señoras, no buscan generar violencia, sino devolver el “sentido común” a una sociedad “que ha perdido el rumbo”. Ellas se consideran el arma secreta de ese cambio. Gracias a su carácter femenino (no feminista) y maternal (preparado para dar a luz WASP kids sanos y robustos), pueden suavizar estas ideas y hacerlas digeribles a la sociedad. Tal como se cocina una rica tarta de frutilla decorada con una esvástica.

Hasta aquí, no pasa de ser una tertulia fascista. Sin embargo, cuando el pastor de la parroquia oye de qué hablan, las invita amablemente a largarse. El club no tiene más remedio que reunirse en la casa de Emily. Deciden antes pasar por el autoservicio a comprar unos vinitos y alguna que otra picada. Allí se cruzan con dos hermanas (Melissa Paulo and Cissy Ly) a las que las chicas del club deciden humillar porque consideran que no son lo suficientemente WASP para comprar en ese local. A partir de ese instante, el discurso de violencia pasa al acto. Y las chicas del club parece que no hallan límite para su crueldad.
La mirada cómplice
La jornada de Soft & Quiet se cuenta mediante un largo plano secuencia que se grabó en cuatro etapas, pero que en la historia se muestran como una unidad sin cortes. Este recurso le otorga a Soft & Quiet una crudeza de documental. El aumento de la violencia va progresivamente de lo lingüístico a lo psicológico, y desde allí se catapulta a lo físico a la velocidad de un chicotazo. De este modo, quienes vemos el filme dejamos de ser testigos para convertirnos de golpe en cómplices impotentes de un acto de ferocidad. Queremos que paren, pero las chicas del club no se detienen. En este aspecto, la crudeza de Beth de Araújo recuerda la mirada descarnada que Michael Haneke despliega en muchas de sus obras. De hecho, Soft & Quiet se erige como una potente heredera de Funny Games (1997 y 2007).

Nada de suaves ni calladitos
Soft & Quiet es una película que, quizá hoy más que nunca, no debería dejar de verse. Aunque parezca paradójico, el discurso de odio se disemina con demasiada (y muy sospechosa) facilidad. En Jujuy comenzamos a ver escenas que parecen obscenos remakes del Proceso. En España, un amigo escritor me escribe que está buscando dónde mudarse porque ciertos buenos vecinos decidieron que es “rojo, maricón, indígena”, y que eso resulta motivo suficiente para que le orinen la entrada de la casa, le rayen el auto y le detonen el buzón. En una entrevista para Forbes, la actriz Stefanie Estes (quien encarna a Emily, la maestra de primaria) señaló lo siguiente: Espero que quienes vean este filme y que quizá abrigan una idea peligrosa, en vez de cultivarla, se la cuestionen… Espero que esta película anime a las personas a enfrentar las ideas de odio que alimentan en sí mismas o que surgen entre quienes les rodean… Los pensamientos y las ideas pesan. Los pensamientos y las palabras de odio pesan mucho más. La retórica de la violencia puede convertirse en violencia manifiesta en un abrir y cerrar de ojos.



