Cerrar los ojos para volver a verlo: sobre Víctor Erice

En el marco de la organización del especial nro. 40, “Pequeña obra maestra”, con el que la Revista 24 Cuadros pone punto final a la modalidad de emisión periódica de ejemplares especiales en formato PDF, voy a permitirme desarrollar una nota en la que quiero compartir con todes ustedes algunas reflexiones, como una manera de sumarme a la celebración del inicio del año 16 de nuestra publicación y a los cambios que se vienen con el objetivo de alcanzar nuevos logros.

En estas circunstancias, teniendo en cuenta que la propuesta convocante para la participación en este especial funciona como una generosa invitación a les redactores para que escriban, desde su más libre subjetividad, una nota en la que compartan, con todes les compañeres y lectores pensamientos, opiniones, reflexiones e información significativa sobre aquel director o directora, o sobre aquella o aquellas películas, que consideran sobresalientes, en algún o muchos sentidos, pero que a su criterio, por alguna razón, no tiene, en estos días, el suficiente reconocimiento de acuerdo con los méritos que les reconocen.

Me ha resultado una proposición atractiva y les puedo asegurar que, después de tantos años de ver cine, hay en el baúl de mis recuerdos muchas experiencias destacables que se han perdido de vista por parte del gran público espectador. De todos estos tesoros desvanecidos, se me viene a la mente el gran director Víctor Erice.

Nacido en Carranza (Vizcaya), País Vasco, hace 82 años, Erice ha sido uno de los directores de cine de España más apreciados, pero lo ha sido más que nada por parte de cinéfilos y críticos, mas no sucede de manera significativa con el gran público que, sobre todo en estos tiempos, lo ignora, lo ha olvidado o, directamente, lo desconoce. 

Su recorrido ha sido particular e interesante y su producción cinematográfica reducida, pero peculiar. 

Comenzó estudiando Ciencias Políticas y Derecho para luego, siendo todavía un joven veinteañero, derivar sus estudios a la Escuela de Cine de Madrid en 1961. Allí rodó sus primeros cortos y, al tiempo que cursaba, comenzó a realizar trabajos de crítica cinematográfica, actividad a la que luego se dedicaría con intensidad junto a la docencia. En aquellos años, el joven Víctor, ejerció la crítica para diversas publicaciones y esto le permitió acceder a un mayor contacto con diversas personas y personajes del gremio. 

En esos años sesenta, en los que Erice comenzaba a forjarse un sendero propio en el universo de la cinematografía, gobernaba España el régimen franquista del Generalísimo Francisco Franco, que con su impronta, sus políticas y su censura, limitó en gran medida los márgenes de creatividad en el sentido social, cultural e intelectual, e incluso en un sentido físico. Sin embargo, advertido del poder manipulador del séptimo arte, y de la rentabilidad que podría significar el fomento de una corriente mejor perfilada con el régimen y con ciertos valores que deseaba impulsar y promover, desde las esferas oficiales se intentó incentivar, a través de ayudas económicas, la creatividad de una nueva generación de jóvenes cineastas salidos de la remozada Escuela Oficial de Cinematografía. 

Como resultado de este estímulo, aparecieron una serie de artistas, entre los cuales creemos justo destacar al productor Elías Querejeta y al director Carlos Saura, dos figuras trascendentes que cimentaron el resurgimiento del alicaído cine español, demasiado disciplinado y chato en los inicios del régimen post República, y este crecimiento permitió consolidar su reconocimiento, a partir de que comenzaran a asignarles premiaciones fuera de los límites de la península.

Fue en aquel contexto social, político y cultural, cuando en el año 1969, bajo la producción de Elías Querejeta, un joven Víctor Erice participó, junto con otros noveles realizadores, como lo eran José Luis Egea y Claudio Guerín (ninguno mayor de 30 años), en un largometraje colectivo titulado Los desafíos. Se trató de una producción española que los reunió con el propósito de innovar en un momento demasiado previsible, políticamente correcto y chato del cine español, acotado bajo los influjos del franquismo, con sus controles y censura. 

A pesar de ese contexto condicionante, este film se atrevió a explorar algunos temas un tanto osados para la época y pudo llevarse a cabo a través del uso de una estructura fragmentada, que como un puzle armado con tres mediometrajes, en apariencia inconexos, sembró las bases de lo que, con el tiempo, devino en una progresiva apertura que fue rompiendo el corset que imponía el Régimen con el objetivo de limitar y oprimir sus movimientos y sus formas, a un molde tolerable a su cultura de concepción autoritaria.

En esa incipiente osadía se trataron temáticas relacionadas con desamores entre padres e hijos, esposos, compañeros de viaje. Tres historias con distintas maneras de expresar cómo una situación normal puede terminar desembocando en un estallido de violencia, y esta apariencia de normalidad es posible que haya sido la cuestión que despistó a los encargados de la censura de la época; o tal vez, los agarró cansados de los efectos de su propia mediocridad. De cualquier manera, para no tensar la cuerda, más allá de lo conveniente, las historias que contaban estaban protagonizadas por expatriados estadounidenses residentes en la impoluta España de los sueños húmedos nacionalistas.

Años después, en 1973, Erice estrenó su primer largometraje, El espíritu de la colmena, que le permitió su primer éxito reconocido y lo instaló como un considerable cineasta. En cuanto a sus otros dos colegas que compartieron el primer filme, el destino no fue promisorio, ya que Claudio Guerín, si bien consiguió su éxito con La casa de las palomas (1972), no pudo terminar su siguiente película, La campana del infierno, porque le llegó la muerte en un accidente en el set, mientras que José Luis Egea, por su lado, no volvió a dirigir.

Volviendo a Erice y su primer largo, hay quienes se atreven a afirmar que aquel filme se trató de una de las expresiones cinematográficas españolas más bellas y poéticas. Me sumo a esta opinión.

La película se inicia en “un lugar de la meseta castellana hacia 1940”, donde proyectan Frankenstein, el film de James Whale (1933), ante un grupo de pobladores, entre los cuales hay niñes que están fascinados con la fantástica historia que están viendo en la pantalla.

Entre las chicas se distingue Ana, una niña pequeña, conmovida por ese ser monstruoso creado por la ciencia a través de manos humanas, un nuevo ser que por su naturaleza es discriminado, menospreciado y perseguido, un personaje al que desea conocer.

El espíritu de la colmena, la película que nos relata esta historia, está escrita en un lenguaje audiovisual escrupuloso que casi que prescinde de las palabras para construir su discurso. Además, maniobra con el tiempo a voluntad y toma posición desde la evocación, avanzando por senderos poéticos coloreados con luz y manchados de sombras.

Su narración nos revela una crónica de sucesos históricos, representados por expresiones plásticas que se encuadran en sentimientos propios de una inocente mirada infantil, con referencias espacio-temporales y la utilización de metáforas para hacer alusión al complejo y dramático escenario del trauma de una guerra fratricida que dejó fragmentado el espíritu de un pueblo con una tradición asociada al sufrimiento colectivo. En este marco, el uso frecuente de planos frontales parece proponer una toma de distancia que haga posible el acto de reflexión al momento de la percepción, que el autor cree necesario.

Profundizando el análisis de este primer largo de Erice se destaca el uso alternativo de diferentes miradas sobre el acervo sociocultural y político heredado. Esto se plantea en la forma en la que el padre elabora su memoria y su experiencia, en cómo lo hace la madre, en cómo eso impacta sobre la sensibilidad y las expectativas de Ana y en cómo afecta el carácter y el comportamiento de su hermanita Isabel, con el valor agregado de combinar, en esas miradas, tanto las perspectivas de los adultos, como las interpretaciones de las niñas. 

Más adelante, en 1983 Erice estrenó El sur, su segundo filme. Este largo del vizcaíno está basado en la novela homónima de la escritora Adelaida García Morales, su pareja, y protagonizado por Omero Antonutti y una jovencísima Icíar Bollaín. Ha sido una película muy bien considerada por la crítica y premiada en Cannes. En lo personal tengo que confesar que, hasta el momento, es mi preferida, estimando su escueta pero importante obra cinematográfica. Presenta el curioso dato de que su rodaje tuvo que ser interrumpido por problemas de financiación y, de todas formas, se presentó un montaje de lo que se alcanzó a rodar como una película independiente al mencionado festival internacional que lo premió. En esas peculiares circunstancias, la buena acogida del filme y varios desencuentros entre Erice y el productor, Elías Querejeta, terminaron anulando por completo la filmación de la segunda parte para dejar la película como finalizada en la versión que conocemos.

En el argumento, Agustín Arenas, un hombre de origen sureño, médico y zahorí, y expreso político, vive con Julia, su mujer, maestra represaliada tras la Guerra Civil, y Estrella, la hija de ambos, en el norte de la península. Es otoño y la casa en la que viven lleva el nombre de la Gaviota. 

La niña siente una especie de fascinación por su padre y, por ello, no deja de observarlo de manera permanente. Sin embargo, hay cosas de su padre que no alcanza a comprender y esto estimula todavía más su interés.

La llegada del sur de la vieja y venerable Milagros, junto a la abuela de Estrella, para estar presentes en el día de su comunión, comienza a revelarle a la niña algunos de los secretos que guarda su padre. Entre ellos los graves problemas de relación que él mismo tuvo con su padre, el abuelo de Estrella. Entre los principales motivos está la política.

Un día Estrella descubre, en el despacho de su padre, unos dibujos con el nombre de una mujer: Irene Ríos. En breve averigua que esa mujer es una actriz al ver el cartel de una película que se proyecta en un cine de la ciudad. 

A continuación, encuentra la moto de su padre que está en un bar cercano escribiendo una carta destinada a un antiguo amor. 

Días después, rechazado por la mujer a la que escribió, Agustín reacciona desapareciendo de su casa y Estrella empieza a sospechar de la conducta de su progenitor y a perder la admiración que le tiene. 

El tiempo pasa, Estrella se transforma en una señorita, y en una ocasión se anima a hablarle a su padre de Irene. Agustín mantiene reservas sobre su pasado vinculado a la actriz y Estrella se retira dejándolo solo.

Esa noche, Agustín vuelve a irse de la casa y por un detalle muy personal entre ella y él, Estrella descubre que esta vez la desaparición será para siempre. 

Tras el suicidio de su padre, la joven Estrella enferma y para salir del trance decide viajar al sur para ver, con sus propios ojos, aquello de lo que su padre eligió alejarse por propia voluntad.

Si El espíritu de la colmena mantiene el rango de la más hermosa película hispana del siglo XX, es en gran parte porque Elías Querejeta (su productor) impidió que, diez años más tarde, El sur se desarrollará en su totalidad, de acuerdo con el proyecto del autor, porque de haber sido así, con seguridad, este filme de 1983 se hubiera ganado para sí esa excelsa calificación.

De todas formas, ambos largometrajes comparten lo siguiente: la infancia como un universo de constelaciones sensoriales donde todo parece ser posible y la idea de que hay cierta sabiduría en la niñez que se suele vehiculizar a través de la belleza, virtudes que se pierden cuando se crece y por ello se fortalece la autoconciencia. 

Parece una especie de declaración de principios estética, que Erice asume como propia y le permite apartarse de un cine anclado solamente en lo narrativo y lógico, aplicando una mirada ampliada, en favor de un cine más sensorial en el que las emociones y las imágenes, más que los datos y las acciones, definan el sentido del relato.

Casi una década más adelante, en 1992, Erice estrenó El sol del membrillo, su tercer largometraje. En esa oportunidad, filmó una película no muy fácil de clasificar (considerada en ocasiones como documental). Un filme que nos habla acerca del proceso de creación de una obra pictórica por parte del artista manchego Antonio López, además de proponer una reflexión sobre el arte. Para ello, Erice y López trabajan desde lo metafórico la cuestión del paso del tiempo y la propia existencia del hombre.

Luego de estos tres largometrajes, Erice trabajó en varios proyectos cinematográficos que, por desgracia, no llegaron a fructificar. De estos proyectos truncos se destaca el acontecido en 1999, cuando estuvo a punto de dirigir la adaptación cinematográfica de la novela de Juan Marsé, El embrujo de Shanghai, pero, otra vez, diferencias con el productor, en este caso Andrés Vicente Gómez, cancelaron el rodaje dos meses antes de su comienzo. Como consecuencia de esta cancelación, el relato escrito por Erice se terminó publicando como un libro titulado La promesa de Shanghai.

También hizo algunos cortometrajes, entre los que se destaca Alumbramiento, como parte de una antología fílmica denominada Ten Minutes Older, un proyecto producido como homenaje al cortometraje homónimo de 1978, dirigido por Herz Frank. El productor Nicolas McClintock concibió esta antología como una ofrenda a aquel corto, lo que produjo que varios cineastas de todo el mundo reflexionaran sobre su concepción del tiempo. Para ello, se establecieron las siguientes normas: las películas debían durar diez minutos y en ellas tenía que aparecer un reloj al menos una vez. Directores como Víctor Erice, Aki Kaurismäki, Spike Lee, Bernardo Bertolucci o Jean-Luc Godard fueron algunos de los encargados de la creación de estas pequeñas piezas, entre las que es notable el filme del director vasco.

Ahora estamos en 2023, y si bien vale la pena brindarle un elogio y una recomendación para ver sus películas, ante las nuevas generaciones, con el objetivo de mantener en vigencia su condición de autor cinematográfico de valía, como hemos visto en el resumen precedente, es cierto que pasaron muchos años sin que supiéramos de él, sin que nos llegara algún material novedoso o alguna información que lo diera a conocer entre les jóvenes y que, al mismo tiempo, nos ratificara que el tipo sigue vigente.

En este sentido, por suerte, nos hemos enterado de que, en la actualidad, con 82 pirulos, Don Víctor está preparando una nueva película titulada Cerrar los ojos, un relato audiovisual que tiene que ver con algunos de sus temas habituales: la memoria y las especulaciones acerca de las cosas que no se dicen, y las personas queridas que guardan secretos, probablemente tristes. 

Se sabe que los personajes principales, a cargo de Manolo Solo y José Coronado, son un viejo director y un actor que alguna vez desapareció a orillas del mar, y que durante años fue dado por muerto. También, que el reparto lo completan María León, Soledad Villamil, Ana Torrent, Petra Martínez, Juan Margallo y otros artistas de más mérito que fama. 

Un reparto tan extenso, con una figura de renombre popular como Coronado, más el aporte de once firmas fuertes y organismos de cine y televisión, situaciones que ponen en evidencia el interés que ha provocado su regreso. Entre los aportantes se destacan la española Tandem Films, de socios peninsulares y argentinos, y la argentina Pampa Films. A esto se suma la participación de dos colaboradores de lujo, el guionista Michel Gaztambide, conocido por Vacas, y el músico porteño Federico Jusid (hijo del director Juan José Jusid y la actriz Luisina Brando).

Un último dato importante sobre la nueva película es que se desarrolla, en buena medida, en el Museo del Prado de Madrid, un lugar que Erice frecuenta desde siempre, porque, según afirma: “el cine se relaciona con la pintura y no tanto con la palabra”. Un hecho que corona un discurso coherente que Don Víctor ha mantenido durante su producción cinematográfica de escasa cuantía, pero de notable profundidad dramática y alto compromiso creativo.

REVISTA 24 CUADROS #40 FINAL, INMINENTE SALIDA.