Bad Lieutenant (Abel Ferrara, 1982)

¿Puede una película que tiene solo dos disparos en su hora y media de duración ser un neo noir denso y oscuro? Sí, puede. Y si esos disparos ocurren en la última escena de la película y para colmo fuera de cuadro, ¿puede tratarse de un policial sucio y ultraviolento? Sí, puede. Pero si además esos dos únicos disparos consecutivos fuera de cuadro en la última escena no los realiza el protagonista, sino que los ejecuta alguien que nunca llegamos a ver porque lo hace desde dentro de un coche que tapa al otro coche, que es el objetivo, ¿puede ese film ser un neo noir denso, oscuro, sucio y ultraviolento? Solo si el director se llama Abel Ferrara y la película es Bad Lieutenant (1992). Y puede porque Ferrara retrata un descenso al infierno urbano y una noche del alma tan espesa que solo podía culminar así: con un coche detenido frente al –ahora demolido– casino Trump Plaza en New Jersey, con una fotografía gigante de Evander Holyfield –“¡son los noventa, baby!”, grita por todos lados ese plano–, otro auto que se acerca y “¡bam! ¡bam!”, listo, es todo. El director no precisa mostrarnos nada porque no necesitamos ver nada más. Todo fue construido con anterioridad, de forma recursiva, en secuencias iterativas, noche tras noche mientras vemos al teniente (Harvey Keitel) mimetizarse con una ciudad oscura –literal y metafóricamente–, sucia –literal y metafóricamente– y violenta.

La trama de Bad Lieutenant no podría ser más simple: un teniente tiene que encontrar a una pandilla que violó a una monja dentro de una iglesia. El problema es que el teniente es terriblemente corrupto y adicto a las drogas duras, entonces no hay pesquisa. Debería haberla, pero no la hay. Al final el teniente da con los perpetradores del aberrante crimen de pura casualidad, resuelve el caso de carambola y lo cierra de manera totalmente ilegal e injusta, aunque él entiende que de esa forma redime todos sus pecados. ¿Y entonces? Si hay crimen, pero no hay pesquisa, ¿qué hay? A cambio de una investigación, tenemos muchas peripecias turbias: compra y venta de drogas y mucho consumo, robo de dinero, detenciones ilegales, pajas asquerosas que incluyen un extraño abuso a una adolescente, más consumo de drogas y encuentros con Jesús dentro de una iglesia. Lo sagrado, lo profano y lo corrupto se cruzan en el camino místico del teniente en su búsqueda de una redención sucia. No hay pesquisa, pero a cambio hay un descenso a los infiernos, un verdadero tour de force –y yo sé que esta definición está un poco gastada y se convirtió en un cliché, pero acá no tengo ninguna duda, no hay mejor forma para definir el viaje del protagonista– tanto del personaje como de Harvey Keitel, que lleva su actuación al extremo y deja el corazón para poder interpretar a este personaje patético, horrible, de manera sublime. Se nota que Ferrara odia a su personaje y quiere que los espectadores también lo odiemos. Acaso Keitel también lo haya odiado. Ambos, desde sus roles, hacen todo lo posible para que no empaticemos nunca con el teniente. Digamos que ya de por sí no es muy difícil odiar a un policía, y mucho menos a un policía corrupto. Pero Ferrara y Keitel transforman al teniente en un ser repulsivo, sin ninguna posibilidad de redención. Ahí está la escena de la paja frente a las chicas en el auto que borra cualquier resquicio de duda que pueda tener el espectador. El teniente no es un hombre maldito al que la vida le jugó varias malas pasadas, que lo golpeó y lo transformó en esa porquería de persona, más bien es un señor que, teniendo familia, trabajo, una casa y auto, eligió esa vida de mierda.

Bad Lieutenant es una película incómoda. Incómoda para el espectador, para la crítica, y seguramente para los actores. Es una película incómoda desde lo narrativo y desde lo formal. Es realismo sucio con influencias de la violencia del eurocrime, es cine de guerrilla al estilo John Cassavetes, ajeno al guion de hierro y lleno de improvisación: planos casi siempre cerrados, con mucho movimiento interno y suciedad, en escenarios oscuros, cámara en mano y actuaciones al límite. Alfred Hitchcock alguna vez dijo: “Algunos films son trozos de vida, los míos son trozos de pastel”. Bad Lieutenant es un trozo de vida apestosa o de pastel rancio, dirigido por un ítalo-irlandés nacido y criado en el Bronx neoyorquino que fue adicto a las drogas durante 40 años, con un guion escrito por una adicta que murió de un paro cardíaco por sobredosis de cocaína –Zöe Lund, quien además de haber protagonizado Ms. 45 (1981), la segunda película de Ferrara, un film rape and revenge en el que encarna a una chica violada que busca venganza vestida de monja, comparte una escena depresiva e inolvidable con Harvey Keitel en Bad Lieutenant–, basado en un hecho real ocurrido en Harlem Hispano en 1982. Es una película, repito, incómoda, en la que asistimos a la destrucción de un personaje en busca de una redención que sabemos que nunca va a conseguir, y nos alegramos por ello, porque el director y el actor principal nos enseñaron a odiarlo, a no tenerle piedad, a sentir lástima por él. Pero lástima de la fea. Mierda, hay que conseguir eso con un personaje. Cuánta saña, pero qué bien narrado y construido todo. La dupla Ferrara-Keitel es de lo mejor que nos regaló el cine negro.

Bad Lieutenant es un film de culto protagonizado por un personaje roto, un policía que es adicto a las apuestas y a las drogas duras, que tiene una familia idílica a la que casi no ve porque prefiere a las prostitutas y los dealers, que llora como un niño desesperado ante una teofanía; que no gasta una sola bala en toda la película y que nos enseña que se puede dirigir una obra maestra, un neo noir oscuro, denso, sucio y ultraviolento, con solo dos disparos fuera de cuadro en la última escena.

REVISTA 24 CUADROS #40 FINAL, INMINENTE SALIDA.