No hay salida: sobre Trainspotting (1996) de Danny Boyle

Renton (Ewan McGregor) es un joven escocés que apenas ha llegado a la adultez y que pasa sus días realizando pequeños hurtos para poder inyectarse heroína con sus amigos en la casa de un dealer. “¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”, dice Renton al final del monólogo inicial del film. Y es así como transcurre su camino, en forma de monólogo. El punto de vista absoluto que se le confiere al personaje de McGregor es una decisión inteligente, puesta al servicio de la narración, ya que abre un camino de subjetividad posible a los hechos que se suceden en la película, y a la forma que el director tiene de mostrarlos. Si Renton escapa de la policía, como en la escena inicial, el montaje se adapta a ello y los planos duran escasos segundos; si Renton está bajo los efectos de la heroína y ve su vida de forma distinta, el encuadre se vuelve más corto o la duración del plano se alarga; si Renton sufre abstinencia y la desesperación se apodera de su forma de ver las cosas, el lente que Danny Boyle, el director de la película, opta por usar es un gran angular, que deforma la imagen y les brinda proporciones irreales a los objetos en cuadro. Así, lo que hace Boyle es adaptar la puesta en escena al punto de vista, y volver dinámica una historia que, en manos de otro guionista o director, podría tornarse soporífera y moralista debido a lo tabú de su contenido.

En Trainspotting el uso de la heroína no solo lleva a la ruina a sus personajes, sino que también es lo que más placer les brinda; esto se traduce en secuencias de un entretenimiento visual y sonoro absoluto para el espectador. Por ejemplo, la secuencia del boliche nocturno, en la que se suceden varias subtramas en un mismo lugar y se van ramificando progresivamente hasta culminar en un clímax en el que todos los personajes, que hace instantes estaban en una fiesta, tienen sexo en lugares diferentes.

Es interesante, entonces, pensar el último plano de Trainspotting, en el que Renton –personaje protagonista, que durante toda la película está literalmente en foco– se va de plano mientras este se desenfoca. Renton deja atrás todo lo que era su vida hasta ese momento para escaparse, para contradecir todo lo que pensaba al comienzo de la película. Deja su ciudad, traiciona a sus amigos, se libera de la heroína, pero no deja de vivir en ese sistema que le dio la espalda durante todo el metraje. Con cierta ironía, el monólogo inicial se repite durante el final, pero con el sentido invertido; el protagonista ya no elige la heroína y desprecia al consumismo, sino que ahora quiere vivir en sociedad, tener hijos, una casa y una televisión grande. La moral en Trainspotting no es jamás un impedimento para nada, incluso para este final que claramente no se muestra como algo feliz sino como desconcertante. La película puede mostrar las peores aberraciones que uno se pueda imaginar (incluyendo a Renton nadando en un inodoro lleno de heces, o a un bebé que muere intoxicado) sin establecer un juicio ético taxativo sobre aquellas situaciones. Es por esto por lo que el final no es lo que, dentro de los cánones clásicos del cine, se puede considerar feliz. Un personaje con contradicciones como Renton no concluye en una salida mejor o peor, sino en una salida y ya. Porque sí, dejó la heroína y la mala compañía, pero en pos de servir a un sistema que él mismo odia al principio del film.

La subjetividad de los acontecimientos no solo encuentra un eco en la puesta en escena, sino que también se traduce en un film que no juzga ni glorifica. Por el contrario, deja al espectador llegar a conclusiones e ideas propias. Ningún personaje de la película es unidimensional; nadie tiene blancos o negros absolutos, sino grises que se asemejan más a la realidad en la que vivimos que al mundo perfecto que el sistema consumista quiere mostrar.