The Flash: no va más

Vi The Flash en una privada de prensa, sí, otra más en lo que va del año. Esta vez, además de firmar un embargo, también hubo café quemado y medialunas precalentadas. Me falta conseguir los avales y estoy para pedir el ingreso a alguna asociación de cronistas. A favor, debo decir que es muy difícil decirle que no a cualquier cosa que sea gratis. En abstracto, es fácil pretender estar por encima de cualquier ser primitivo dispuesto a manotearse con otro por un poco de comida. Me gustaría pensar que soy mejor que eso, pero no, no lo soy.
El público que rodea a estas funciones no deja de sorprenderme. En esta ocasión había gente enojada porque no la invitaron a eventos de Disney por el estreno de La sirenita o no había recibido vips para la Comic Con.
Hay algo sobre cómo se modificó la experiencia inmersiva en los productos culturales a partir del uso de las redes sociales que no deja de sorprenderme: pareciera que cada vez es más corta la brecha entre quien hace y quien opina de lo que hacen los demás. De hecho, ambas cosas (generar una obra y tener una opinión sobre ella) se estarían ubicando en un mismo nivel. Así, quienes asisten a estas funciones lo hacen con cierta impronta, como si eso que están haciendo un día de semana por la mañana antes que la mayoría de verdad fuese relevante.

Una vez escuché una entrevista a Matías Alé. Él decía que en aquellos momentos en los que estaba muy triste salía a caminar por un shopping que tenía cerca de su casa. Ahí se encontraba con personas que lo reconocían, lo saludaban y le pedían fotos. Eso lo ayudaba a estar mejor. Algo parecido pasa con los usuarios de redes sociales y blogueros que escriben sobre cine. Solo me nace decir lo siguiente: no importa lo que hacen, no importa esto que estoy haciendo, no importa demasiado lo que escribamos. No hay trascendencia, no existe ese mundo de prestigio. Para lo único que sirve esto es para intentar generar alguna que otra reflexión que, con mucha, mucha suerte, permita entender mejor algo que está pasando. Bajo ningún punto de vista son/somos parte de un medio o de algo más grande.
Ahora sí, The Flash.
Me cuesta mucho escribir esto. Leo cómics desde que tengo uso de razón y disfruto de los superhéroes desde siempre. Durante años intenté argumentar que estaban equivocados quienes me decían que la temática era infantil. En las historietas, lejos de lo que se puede pensar, existen problemáticas complejas, humanas, muchas veces inimaginables para nuestra diégesis. Uno de los primeros cómics que leí fue Crepúsculo esmeralda. La trama narra cómo Hal Jordan, el mejor Linterna Verde del universo, debía lidiar con la desaparición de toda su ciudad (Coast City). El pueblo y todos sus habitantes habían sido exterminados por un alienígena que quiso colonizar el planeta en los sucesos que ocurrieron durante el arco llamado La muerte de Superman. Hal Jordan, desesperado, usaba su anillo que le permitía crear cualquier cosa solo con su fuerza de voluntad para recrear al pueblo y a sus vecinos. Los Guardianes, unos seres mitológicos con la misión de poner orden en todo el universo, les tenían prohibido a los Linternas Verdes usar sus anillos para asuntos personales. Al hacer lo que hizo, Jordan pasaba a ser un paria, perseguido por sus propios colegas. La ira se apoderó de él y recorrió todo el universo, asesinando a todos aquellos que se pusieran en su camino, incluso a los propios Guardianes y a Sinestro, su némesis, a quien le rompió el cuello.

Tenía más o menos 8 años cuando leí esto. Creo que el nivel de complejidad de lo que le pasa al personaje y cómo se resuelve el conflicto escapa incluso a los niveles que puedo entender hoy, con casi 33.
Cuando el cine de superhéroes empezó a volverse popular, algo de todo ese mundo estaba presente: el Spider-Man de Sam Raimi, las primeras X-Men, la trilogía del Batman de Nolan o, incluso, las primeras películas de Marvel daban cuenta de alguna manera de esta complejidad y expresaban relatos que tenían como diferencial la presencia de protagonistas con habilidades especiales que debían lidiar con eso en una sociedad que no estaba preparada para ellos.

Los años que siguieron, en especial gracias al apego a la nostalgia (incluso de aquellas cosas no vividas), convirtieron a la mayoría de la producción pensada para adultos en una remembranza de las cosas que los habían maravillado cuando niños. Esto provocó un cambio rotundo en todas las narrativas: el consumidor ya no debe preocuparse, ya no debe pensar en problemáticas complejas, tampoco quiere amargarse, solo quiere reír.
No lo tengo demasiado elaborado y tampoco creo tener las herramientas conceptuales para poder argumentar con precisión, pero me cuesta pensar que no haya una relación directa entre el fenómeno de la aceleración del capitalismo y esta transformación infantil de los productos y consumos culturales.
Lo cierto es que, volviendo al mundo de los superhéroes, todo lo que podía ser profundo o relevante en términos dramáticos se volvió inocuo, banal y superficial. Un chiste que necesita todo el tiempo recordar que esto no es verdad, que no puede estar pasando y que no saque al espectador de su zona de confort. Con todos sus problemas, Zack Snyder fue la última persona que intentó hacer algo diferente con el tema. En sus películas, las muertes eran muertes y les pesaban a los personajes. Lo que ocurría, como mínimo, tenía consecuencias con cierto relieve de humanidad.

The Flash, la película que viene a cerrar una etapa del Universo Extendido DC y abrir otra, lamentablemente, no logra escapar a los vicios de un género agotado, que ya ni siquiera puede ser defendido o respaldado por quienes amamos este tipo de historias.
La película de Andy Muschietti amaga muchas veces con intentar hacer otra cosa o construir algo diferente, pero siempre vuelve al estadio general del tópico: un héroe estúpido, que todo el tiempo se autofabrica los conflictos y cuyas acciones son terribles, pero sus consecuencias son risueñas. Solo para dejarlo asentado: ¡la escena de los bebés!, creo que hace años que no veo algo tan abyecto en una película.
A su vez, Ezra Miller nunca encarnó a Barry Allen, y esta no es la excepción.

Más allá de esto que comento, en la película encontrarán todos los lugares comunes, confortables y disfrutables, incluso aquellos que ahora se han vuelto una parada obligatoria con la inclusión del multiverso como concepto instalado. Hay cameos, fanservice y reseteos. A eso habría que sumarle algunas escenas de acción bien logradas gracias a la presencia y carisma de Affleck y Keaton como Bruce Wayne/Batman. No mucho más.
Para alguien que creció con este tipo de historias y que siempre adoró a este tipo de personajes, siento mucha tristeza por la oportunidad desperdiciada. Lo mejor es que dejen, no hace falta seguir insistiendo, quedémonos con los cómics. No va más.



