Iosi, el espía arrepentido

Este artículo viene con spoilers y completito, ya que me tomé el trabajo de leer el libro de investigación periodística en el que está basado, que lleva el mismo nombre y fue escrito por los periodistas Miriam Lewin y Horacio Lutzky (Iosi, el espía arrepentido – Miriam Lewin / Horacio Lutzky – 2015. Editorial Planeta).

El topo

Iosi, el espía arrepentido (Daniel Burman – 2022 – 2 temporadas) narra una historia que, si fuera producto de la mente afiebrada de un guionista, sería considerada inverosímil. Para ello se basa en el mencionado libro, que cuenta en primera persona la experiencia del agente de inteligencia de la Policía Federal José Pérez, en la serie interpretado por Gustavo Bassani, infiltrado durante más de una década en la comunidad judía de Buenos Aires, con el nombre de Iosi Peres.

El agente Pérez es entrerriano y su reclutamiento como “filtro”, como les dicen a los infiltrados en la jerga, se realiza directamente en el centro de formación; esto es un motivo común en los relatos de este tipo; ver Los infiltrados (The Departed – Martin Scorsese – 2006), en la que se reproduce el mecanismo.

En las pequeñas pruebas a las que someten a los aspirantes, Pérez se muestra inteligente y resolutivo. Las mismas tienen lugar en el año 1986, pero son una rémora de la dictadura militar. Sus cualidades son detectadas por un jefe de inteligencia llamado Castaño (Cesar Troncoso); el padre de Iosi falleció hace unos años y, estudiando su legajo, descubre que la nueva pareja de su madre es un médico judío. Pronto Iosi es puesto bajo el mando de Claudia (Natalia Oreiro), que será su “manejadora”; único vínculo autorizado del espía con la fuerza. Más allá de que la manejadora real de Iosi fuera una mujer apodada “la colorada”, el personaje es otro motivo conocido de los relatos de espías. Cabe recordar aquí la serie The Americans (Joseph Weisberg – 2013 – 5 temporadas) en la que Margo Martindale interpreta a una tal Claudia, que pasaba por una inofensiva señora de los suburbios y era la manejadora de los espías soviéticos infiltrados en EE. UU.

La misión de Iosi es infiltrarse en la comunidad judía de Buenos Aires e investigar los pormenores del supuesto “Plan Andinia”, mediante el cual, supuestamente, se fundaría una segunda Israel en la Patagonia argentina con una estrategia de invasión silenciosa. Esto sonaba ridículo ayer, hoy y siempre, pero en los niveles más profundos de los organismos de seguridad y defensa de nuestro país, en los que siempre hubo nazis declarados y jamás se condenó al antisemitismo, era una inquietud que servía para mantener estructuras, posiciones y ejecución de presupuesto.

El contexto no contado

Cabe recordar que el ala del radicalismo gobernante en esos tiempos, en la presidencia de Ricardo Alfonsín, era llamada “la coordinadora”, pero entre sus detractores se la llamaba despectivamente “la sinagoga radical”, ya que en el gabinete y entorno cercano había miembros judíos como Bernardo Grinspun, Mario Brodersohn, Marcelo Stubrin, Adolfo Gass o César Jaroslavsky.

Ni en la serie ni en el libro se da cuenta realmente del contexto de finales de los años ochenta en Argentina. En 1987, los “carapintadas”, grupo militar de mandos medios, comandados por el entonces teniente coronel Aldo Rico, se habían sublevado, exigiendo al gobierno que no prosiguiera con los juicios de lesa humanidad, luego de la condena de los comandantes en jefe, que se había realizado en 1985. Exigían que los delitos que fueron cometidos por los integrantes de las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar, que revistan por debajo del grado de coronel, no eran punibles, por haber actuado en virtud de la llamada “obediencia debida”, doctrina militar según la cual los subordinados se limitan a obedecer las órdenes emanadas de sus superiores.

Los jefes carapintadas eran, por un lado, el teniente coronel Aldo Rico, que luego de sofocada la insurrección inició contactos con la rama del Peronismo Revolucionario, particularmente con Rodolfo Galimberti, excapitán de la guerrilla Montoneros que proponía desde la Revista Jotapé, a la que dirigía, una alianza y reconciliación con el ala nacionalista de las Fuerzas Armadas, para formar un gobierno peronista y nacionalista auténtico, que luchara contra el imperialismo. Por supuesto, a los pocos meses, Galimberti terminó pactando con Jorge Born.

Como es sabido, la semilla histórica de montoneros está en el Grupo Tacuara, abiertamente neonazi. Rico, luego de fundar el partido MODIN (Movimiento por la dignidad e independencia), pactó con el duhaldismo en la provincia de Buenos Aires, y años después terminó en las filas del Partido Justicialista, llegando a ser ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, durante el gobierno de Carlos Ruckauf.

Por otro lado, el otro jefe carapintada fue el coronel Mohamed Alí Seineldín, nacionalista ultra católico, al que se le atribuye (aunque luego la desmintió) la frase “Es más fácil encontrar un caballo verde que un judío honesto”. Hoy en día, no existe grupo filonazi en la Argentina que no reivindique la figura de Seineldín, y entre los miembros más prominentes, siempre se encontrará a un exmilitar que formó parte del MODIN.

En ese contexto histórico, no es tan extravagante pensar que existiera un grupo de inteligencia dedicado a estos menesteres. Gran parte de los cenáculos del poder argentinos son antisemitas. Y no hay nada que tiente más a las fuerzas de seguridad que la ejecución de partidas presupuestarias, fondos reservados, rendiciones de tickets. Si hay movimiento, hay mordida.

El ascenso

Daniel Burman, el creador de la serie, toma desde el inicio una decisión inteligente, que es reinventar la inserción de Iosi en la comunidad. La versión que cuenta José Pérez en el libro solo se puede sostener en base al factor tiempo. Lo logró porque se quedó durante años y nadie podía sospechar que el tipo que venía hace tanto tiempo a las reuniones más soporíferas de militancia política de la historia, como debían de ser las de las representaciones mínimas de las facciones de derecha e izquierda de Israel en el barrio de Once, pudiera ser un espía de la Federal.

En la serie, Iosi se asocia al club de la comunidad judía “Albert Einstein”, concurre a la biblioteca y al coro. Mientras tanto, trabaja en una casa textil del Once, regenteada por Zuni (Mirella Pascual) que lo adopta como a un sobrino. Allí conoce al rabino Marcelo (Damián Dreizik) que junto a su pareja Oscar (Jorge Temponi) regentean un comedor comunitario en la sinagoga

Se relaciona con otros jóvenes de su edad como Víctor Kesselman (Matías Mayer), dirigente de MOPAM (centro izquierdo entre el espectro político israelita) y su novia Eli (Carla Quevedo), bibliotecaria del club y empleada de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina). Mediante ellos, conoce y seduce a Dafne Menajem (Minerva Casero), hija del pope de la comunidad judía Saúl Menajem (Alejandro Awada). Esa relación es su puerta de entrada y vehículo para el ascenso meteórico.

A posteriori en la serie, que consta de dos temporadas pero que en realidad es un solo arco narrativo, Iosi se enamorará de Eli, con quien tendrá un hijo llamado Jonás. Esto es parcialmente verdad. Según su relato autobiográfico, Iosi se casó con Eli, pero no tuvieron hijos. Iosi, en ambos casos, le confesó a Eli su verdadera identidad, y ella es el catalizador para su conversión real al judaísmo y su arrepentimiento. Además, habiendo conocido a Zuni, al rabino Marcelo y a la gente en la sinagoga, sus dudas se vuelven legítimas. Esta gente no es un peligro para la seguridad nacional. De hecho, hacen sentir querido y en familia, a alguien que proviene de un hogar roto.

En el libro, apenas se menciona a Dafne, y Eli es una protagonista central, pero los demás personajes son una creación absolutamente necesaria para la serie, lo mismo que el “padrastro judío” Abraham Glusberg (Juan Leyrado).

Burman soluciona el verosímil de Iosi, y lo vuelve interesante. Lo adapta y enriquece. Vinculado con Saúl Menajem, banquero y a la sazón, traficante de armas, logra contar lo que se sabe y está documentado, pero que no se vería desde el punto de vista de Iosi, en ese momento ocupado en formar parte de la Organización Sionista Argentina. Esto es la relación con quienes accederán al poder en 1989: Carlos Saul Me%em y su troupe siria.

Menajem es un personaje totalmente ficticio pero multifacético. Puede sospecharse que se trata de una mixtura entre Raúl Beraja, exdirigente de la DAIA y dueño del Banco Mayo, con otro costado que será útil a la trama, ya que además Menajem es traficante de armas, veterano de la Guerra de los Seis Días, con vínculos con el mundo árabe, el Mossad y conocimiento de los manejos de poder en la Argentina. Inteligencia sospecha que Menajem es la clave para el ingreso de las armas que se usarán para invadir la Patagonia. Mientras tanto, en realidad, Menajem es el intermediario que se dedica a vender armas argentinas que desaparecen de los arsenales del Ejército. Básicamente, todo al revés.

Apadrinando a Iosi, será Menajem el que le abra los ojos al espía sobre la estupidez que significa creer que el Plan Andinia es real, y sobre la realidad de los servicios de inteligencia en Argentina: el ochenta por ciento vive de cagarse entre ellos, un diez por ciento de hacer trabajos sucios carpeteando para los políticos, y el otro diez haciendo plata con extorsiones.

En el ínterin, Iosi se vincula con su excompañero del curso de inteligencia Luis Garrido (Marco Antonio Caponi), quien es uno de los agentes descriptos por Menajem. Garrido, al servicio de Castaño, inspirado en el comisario que fue jefe de Protección del Orden Constitucional Carlos Castañeda, extorsiona y carpetea. Trata de hacer plata. Es útil a Iosi, realizando ataques antisemitas al cementerio israelí, así como otras salvajadas. Garrido parece estar inspirado en la figura del comisario Jorge “Fino” Palacios.

A su vez, el agente de seguridad del Mossad en Buenos Aires, Aaron Ram (Daniel Kuzniecka), será quien sospeche de Iosi, y evaluará su pasado. Cabe aclarar que, según el relato de Iosi, esto no ocurrió jamás. Las medidas de seguridad antes de los atentados eran muy laxas y después de los atentados, Iosi ya estaba totalmente establecido como miembro prominente de la comunidad judía. Por eso, en la serie se incluye al personaje del padrastro de Iosi, su coartada para percibirse judío. Burman soluciona los miedos del Iosi real, que sabía que, si investigaban su pasado, estaba frito, y así lo menciona varias veces en el libro.

Allahu Akbar

Saúl Menajem se ilusiona con la llegada de Me%em al poder. Hay vientos nuevos para los negocios. Lo que no calcula es que en la Casa Rosada se instalará su contracara, un árabe llamado Kadar (Carlos Belloso), colega de Menajem en el tráfico de armas. Kadar, como Menajem, es una creación para la serie. Se puede presumir que es una mixtura entre varios personajes sirios que pulularon por la Casa Rosada por esos años, particularmente Monzer Al Kassar, apodado “el príncipe”, un conocido traficante de armas sirio acusado de oficiar de nexo para la venta de armas argentinas a Croacia, que mantuvo una relación sentimental con Amira Yoma, cuñada y secretaria de Carlos Saúl Me%em.

Al Kassar fue detenido con un pasaporte otorgado por el gobierno argentino, y desde 2009 cumple una condena de 30 años en EE. UU. por terrorismo. Otra pata de esta inspiración, aunque no directa, es Antonio Kanoore Edul, miembro de la Cámara de Comercio árabe-argentina, amigo de la familia Me%em, personaje central de la llamada “pista siria” del atentado a la AMIA, ya que presuntamente de un terreno suyo en la calle Constitución en la ciudad de Buenos Aires, habría salido un misterioso volquete, que se colocó en la puerta de la AMIA el día del atentado.

La serie es opaca en este sentido. Cuenta claramente que la policía debía o haber participado o, como mínimo, saber de los atentados. Iosi se salva de casualidad en la voladura de la embajada de Israel en 1992, ya que estaba citado a una reunión allí que a último momento se cambió de lugar, pero descubre que la consigna policial de custodia se había retirado de la zona. Entiende que él, en cambio, es sacrificable. Además, en la serie se da cuenta de que el personaje de Garrido, bajo órdenes de Castaño, adultera las pruebas del caso AMIA. Planta una pieza (el block del motor de la trafic de Telleldín) y se lleva las escuchas telefónicas, que serían las que presuntamente ordenó el juez Galeano contra Kanoore Edul. De esto estaban acusados Castañeda y Palacios, pero no queda claro para el espectador que no está del todo imbuido en el tema.

Por su parte, Menajem comienza a ser perseguido por sus deslices financieros en el banco. El gabinete, infiltrado por los sirios, lo está sacando del juego, o forzando a una comisión mayor. Trata primero con el ministro Aquino (Roly Serrano) y luego con el ministro Florentín (Enrique Piñeyro). Nuevamente, solo se puede elucubrar, pero Aquino parece ser Antonio Erman González, que fue ministro de Defensa entre 1991 y 1993, hombre de confianza del presidente Me%em desde sus tiempos como gobernador de La Rioja. Por su parte, Florentín parece ser una transposición de Oscar Camilión, miembro conspicuo del establishment, ostentando cargos públicos desde la presidencia de Frondizi. Camilión terminaría condenado en 2014 como coautor del delito de contrabando agravado por armas.

Menajem acepta una condena leve por su participación en los delitos financieros, y termina preso. Algo parecido ocurrió con Beraja, que terminó detenido por lavado de dinero y por comandar una asociación ilícita para defraudar a los ahorristas de su banco. Su prisión era bastante acomodada: la unidad antiterrorista de la Policía Federal en Palermo.

Cóndor

Se reitera, a pesar de estar dividida en dos temporadas, es más atinado pensar esta serie como una sola miniserie de 16 capítulos. Por la mitad, hay un cambio, que es la aparición clara del Mossad. La narración, entrando en el terreno de la ficción pura, se concentra en el tráfico de armas, algo que apenas está esbozado en un párrafo del libro original.

En su relato biográfico, Iosi por sus propias aptitudes y entrenamiento se acomoda en los aparatos de seguridad de las instituciones judías de Buenos Aires, en alerta máxima luego del atentado a la embajada. Estos aparatos de seguridad, muy parecida a una seguridad privada, reciben el nombre de bitajon. En un momento, reciben adiestramiento especial del Mossad.

En la serie, en cambio, lo hacen ingresar primero como informante, y luego como un agente, con la misión específica de rastrear al mítico misil Cóndor, presunto logro de la industria armamentística argentina, desmantelado a pedido de EE. UU. durante el período de las “relaciones carnales”.

El misil Cóndor, siempre en el terreno de la ficción, constituye un peligro para la seguridad israelí, ya que tiene un alcance de 1200 kilómetros, y podría ser usado por sus enemigos. Iosi, reconvertido en doble agente de la Federal y el Mossad, lo rastrea para ellos. Establecido por un corto tiempo en Israel recibe adiestramiento especial. Trabaja para otra “manejadora”, la israelí Rina (Moran Rosenblatt). Adquiere habilidades especiales, que lo hacen mucho más letal que sus contrincantes de la Policía Federal.

El camino no transitado

Con la búsqueda del misil Cóndor, y el trabajo como doble agente del Mossad y de la Policía, Iosi (la serie) adquiere un sabor internacional. Garrido se instala como némesis de Iosi, con una pulsión amor-odio, motorizada por la presunta homosexualidad de rústico policía. A su vez, Claudia cae en el juego de Iosi y espía para él, descubriendo los secretos militares “mejor guardados” de nuestro país. En esto se basan gran parte de los capítulos. Toda esta subtrama, que tiene como eje a un oficial de la Fuerza Aérea Argentina preso, culmina en un episodio en paralelo con la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero. Aquí la serie sugiere tanto que no termina sugiriendo nada.

Llama la atención porque el relato del libro es absolutamente diferente. A partir de su vinculación con los periodistas, en la serie Mónica Raposo (Mercedes Morán) y en la realidad Miriam Lewin y Horacio Lutzky, Iosi accede a Nilda Garré, e incluso su existencia llega a oídos de Cristina Fernández de Kirchner. Corre la primera década de los años 2000, y el kirchnerismo había adoptado a Jaime Stiuso como referente de Inteligencia. De hecho, Gustavo Beliz, primero, ministro de Justicia del kirchnerismo, lo había denunciado en el programa Hora Clave, de Mariano Grondona, divulgando un retrato del jefe espía, algo penado por la ley. El resultado fue que Beliz se refugió en Estados Unidos, y Stiuso prosiguió su carrera, y durante un lustro más, fue el hombre de confianza del kirchnerismo en Inteligencia.

En la serie, Mónica Raposo (Mercedes Morán) trabaja en la investigación junto a Leonardo Forrester (Rafael Spregelburd). En teoría, debería ser Forrester quien pusiera la cara en el informe televisivo que haría saltar todo por los aires. José Pérez, un agente de inteligencia de la Policía Federal, denuncia al propio aparato de inteligencia argentino por haber colaborado en las voladuras de la embajada de Israel y de la AMIA. Se basa en que los atentados se planificaron con información sobre esos lugares (planos, dispositivos de seguridad) aportada por él. Además, sabe que en ambas ocasiones la guardia policial fue retirada. Por supuesto, la desaparición de las escuchas telefónicas desde la misma sede de Inteligencia de la policía debería ser un indicio. Finalmente, por su entrenamiento, sabe que la hipótesis de la camioneta bomba es trucha, y lo que no se encuentra en las primeras 48 horas, se plantó.

Pero, Forrester, el periodista que iba a publicar el informe, recibe un apriete de Garrido, que cambia la dirección de la noticia, que consistirá ahora en denunciar que un tal Iosi Peres es en realidad José Pérez, un agente de inteligencia infiltrado en la comunidad judía.

Algo parecido se cuenta en el libro, con matices. Miriam Lewin y Horacio Lutzky confían en el periodista Gabriel Levinas, y este los traiciona y pone al espía en peligro. Además, usa el caso para atribuirle responsabilidad al gobierno kirchnerista sobre el tema, sin tener en cuenta que los hechos que revelados por Iosi habían tenido lugar desde los años ochenta hasta apenas inicios de los 2000, y a pesar de que Iosi ponderó siempre la protección que le dio Nilda Garré, poniéndolo entre sus colaboradores más cercanos en su época de ministra. Levinas desfiló por radios y programas de TV. En una nota en el diario Perfil, pone una captura de la imagen del video para que no queden dudas de la cara de Iosi.

Esto provoca que, de apuro, el espía tenga que presentarse ante la Fiscalía especial encabezada por Alberto Nisman, que le toma declaración, y lo mete en el programa de Protección de Testigos. A pesar de ello, con la declaración de Iosi, no se hizo nada.

Este camino, el de los tiempos de Iosi con Nilda Garré, no fue transitado. La serie se cuida de tocar la política en los gobiernos de Raúl Alfonsín y de Néstor y Cristina Kirchner, y concentra su fuego en la presidencia de Carlos Saúl Me%em, época en la que sucedieron los atentados. Tampoco figuran el juez Galeano, ni Carlos Telleldín, aunque hay un fiscal, ante el que Iosi declara por el tema del tráfico de armas. No queda claro cuánto tiene que ver un tema con otro.

Patria

El policial propiamente dicho, con representantes de la ley cumpliendo su trabajo, es imposible en Argentina. El desprestigio absoluto de todo el aparato de seguridad y de justicia parece irreversible. La única serie policial posible en este país ya se hizo en EE. UU. Se llama The Shield (Shawn Ryan – 2002 – 7 temporadas), y cuenta la historia de una brigada en una comisaría de Los Ángeles, que se la pasa delinquiendo, y tiene tratos con narcos, pandilleros y asesinos.

En ese mismo sentido, tampoco es imaginable una historia de espías clásica, con agentes de inteligencia que defiendan la seguridad e intereses nacionales, principalmente porque no existen. No hay intereses nacionales y, sobre todo, falta un componente clave, que es la idea de patria. Rápidamente, los sectores más nacionalistas la reclaman como propia, y al mismo tiempo, o poco después, terminan actuando como agentes de intereses extranjeros, que no son otras cosas que ideas de patria más poderosas y arraigadas. No se puede defender lo que se desprecia, y nacionalistas, liberales y gran parte de la izquierda desprecian a su propia patria, aunque más no sea por la idea de compartirla con el “otro”, el que está enfrente. Lo más cerca que se estuvo de un sentimiento fundante, luego de los próceres, fue en la primera etapa del peronismo, pero es sabido cómo terminó esa historia.

En los relatos de espías, que siempre tienen como eje temático la traición, todo se basa finalmente en un intangible, que es el concepto de lealtad. En el corazón de las mejores historias de espionaje, alguien traiciona, y alguien es leal. Usualmente, la lealtad es a la idea de patria. A ese vínculo inexplicable con el suelo, la cultura y las personas del lugar en el que nació y se crio. En ocasiones, cuando la idea de patria no se manifiesta genuinamente por vinculación con esos valores, puede aparecer frente a la idea de un enemigo común, como ocurrió con gran parte de nuestro país en la guerra de Malvinas, o cuando se juega un mundial de fútbol.

Para llevarlo al público, los autores, por lo general, encarnan la idea de patria en uno o varios personajes. En Homeland (Howard Gordon, Chip Johannessen, Alex Gansa – 2011 – 8 temporadas), la idea de patria está encarnada en el dúo Saul Berenson / Dar Adal. Dos hijos de inmigrantes. Uno cerebral, más o menos respetuoso de la institucionalidad, preocupado por la defensa nacional. Otro más oscuro y violento, convencido de que su nación debe predominar sobre las otras para garantizar su rol utilizando cualquier medio y pagando cualquier costo. Cuando se enfrentan, es porque no coinciden en, justamente, cuál de los dos defiende la idea de patria. ¿Es quien defiende la institucionalidad, aunque la sabe fallida? ¿Es quien atenta contra el orden constitucional al que considera pervertido por un personaje antiamericano?

En la trilogía de Smiley, novelas, miniseries y films basados en El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley, del autor inglés John Le Carré, el maestro de espías George Smiley, es quien representa el sentir patriótico. Es un héroe de guerra, que sabe que el imperio está en declive y en peligro por la Guerra Fría. Entiende que, frente a las potencias en pugna, aún aliado a una de ellas, es apenas un jugador menor y sacrificable. Por eso, con recursos limitados, piensa y ejecuta maniobras de inteligencia que dañen al enemigo y lo pongan por arriba de su aliado. No va a ser un convidado de piedra en el nuevo escenario, porque sabe que esa es la única clave para la subsistencia del país que defendió toda su vida.

En Caballos lentos (Slow Horses), serie de novelas del autor británico Mick Herron, llevadas a la pantalla por el Apple TV, Jackson Lamb es quien representa esa idea de patria, que, en este caso, es un paraíso perdido: “quisimos y no pudimos”. Los ganadores son los tecnócratas traidores, que convirtieron el servicio de inteligencia en un negociado. Pero en una pequeña sección, un viejo espía resiste. Su idea de patria es lealtad para los que sirvieron y se quedaron fuera de las estructuras y planes de los políticos y espías oportunistas.

En Iosi, el espía arrepentido, la idea de patria la encarna Garrido, y por supuesto, es imposible empatizar con ella. Garrido es la Argentina en la visión de los autores de la serie. No puede servir al interés nacional, porque no lo tiene. Solo está preocupado por el propio. Quiere hacer plata y ascender. Realiza secuestros extorsivos para sus jefes, y hasta se supone, trabajos propios. Lo mandan a torturar y a matar y no le preocupa en lo más mínimo ni la tarea ni las razones para llevarla a cabo. El objetivo, el Plan Andinia o lo que fuese, lo tiene sin cuidado. Su horizonte es cumplir con la misión, sacar tajada y escalar en la cadena de mando. Tener un grupo de tareas a cargo, recursos, vales para nafta, plata para el trago y para la cita ocasional con la travesti que se le aparezca. Cuando lo traicionan, profundiza su comportamiento. Lo mandan al tercer cordón del conurbano a espiar comedores comunales. Cuando ve la oportunidad, se somete a los que lo cagaron para lograr una vuelta. Se arrastra. No tiene problemas. Es un hombre vacío. Es el ser nacional.

Las máscaras y final

La serie funciona, en principio, por la soberbia actuación de Gustavo Bassani. Logra habitar todas las pieles de Iosi. Es el gringo entrerriano, y es el agente de la Federal, y luego el judío del Once, el yuppie de los ochenta, y el espía del Mossad. Marco Antonio Caponi, como Garrido, no se queda atrás, lo mismo que Cesar Troncoso, como el oscuro Castaño. Todos parecen entender cómo son y hablan estos sujetos. Son máscaras creíbles. Natalia Oreiro, una actriz de probadas dotes, no parece sentirse cómoda como Claudia. Reitera una y otra vez manierismos y mohines (¡pichón!) de los que se podría haber prescindido. Pero el problema no es ella. La serie es compacta en gran parte de su recorrido, pero por breves instantes pierde la identidad, y es cuando adopta modelos extranjeros, ya sea con Claudia, que ni siquiera se viste como los demás personajes, o con esa obsesión medio gringa de tener botellas de whisky en todos lados, ya sean despachos u oficinas, que parece más de Mad Men (Matthew Weiner – 2007 – 7 temporadas) o de los gringos en general, que de lo que se pueda ver o haber visto en nuestro país, así como la trama del Cóndor, como arma letal ultrasecreta made in Argentina. Alejandro Awada está desparejo, alternando buenos momentos, con otros con los que parece luchar con el texto. Mercedes Morán, ya habituada a encarnar periodistas, está natural como siempre.

Iosi, el espía arrepentido adopta la ficción para contarnos cuestiones gravísimas que son una verdadera afrenta a nuestra patria, si esta existiese. Ni el libro ni la serie lograron permear la piel de elefante que se nos ha formado como una costra. Nada realmente importa, ni siquiera los muertos. Nada es un escándalo. Pocos terminan presos. Casi todos exonerados, excarcelados y exculpados. Nuestro país, como canta León Gieco, es un país esponja, que se chupa todo lo que pasó.