Monolith, un podcast y un ladrillo de misterios

Lilly Sullivan viene de ser la “Tía Beth” en Evil Dead Rise (2023), una final girl que se salva cargándose a toda su familia endemoniada. Matt Vesely la convocó ese mismo año en Monolith, su ópera prima, a un personaje que ya no necesita casi vínculos: todo se juega y resuelve en la distancia con los hechos, las personas y la verdad. Una periodista que cae de un medio tradicional por adulterar información, de esos que reputan seriedad, a manejar su propia cueva de información en formato de podcast.

El director se basa en el poder evocador de las historias de misterios en estos medios de internet. Como esas películas que muestran una curiosidad por historias ajenas que se vuelven propias, la protagonista va a encontrar su historia personal en la de los otros. Una premisa similar toma Tusk (Kevin Smith, 2014), una comedia negra con un conductor de podcast que se vuelve un capítulo más de la historia delirante que fue a buscar a Canadá. En esta película que MAX tradujo como El podcast,la periodista recopila y manipula entrevistas desde su estudio sin nadie más, y el peligro está ahí; busca el impacto con los relatos que intenta armar para su audiencia y termina imponiéndose sobre ella un misterio revelador que la pone en el centro de su investigación.

Así, la película funciona con pocos recursos y un presupuesto bajo bien explotado. Una actriz sola en una locación que parece una casa de country, pero ubicada en medio de un bosque, sin vecinos, con todos sus equipos, comodidad, tecnología y distanciamiento social para llevar al espectador lo más cerca de la experiencia cotidiana de hacer todo sin salir de casa.

A diferencia de otras películas que hacen de internet una fuente de terror como Smiley (2012) o Host (2020)con guiones más de género sobre asesinatos y espíritus, aquí solo se muestra a la protagonista que interactúa con la tecnología y cómo esta altera su vida. En verdad, Monolith es una película sobre internet que construye una monomanía: la obsesión de una mujer con un relato, luego se fija en un duro ladrillo de la realidad y, al final, una necesidad de purgar eso de su interior como un trauma.

Si las historias son sobre lo desconocido, esta sensación se incrementa por la ausencia de las personas. Es verdad que entre tantos cortes de audios están los de familiares y personas cercanas con las que habla por teléfono, pero no dejan de ser voces, aunque la interpelen de una forma diferente a esa voz punzante de narradores y víctimas que recién encuentra en internet. Estos diálogos en ausencia no funcionarían del todo sin los planos de una actriz que vive lo que escucha. Compenetrada con las emociones, se sumerge en las historias y se va a dar cuenta de que está capturada por estas. Desde que decide pasar un límite queda poco tiempo para que el ladrillo toque el timbre de su casa.

A la manera de un creepypasta va avanzando la película sumando aspectos cada vez más misteriosos en pos de intensificar el efecto. Lo logra, aunque la profundidad de la historia sea un regodeo en lo superficial, en las formas. Si hay más recursos del thriller y el terror, también lo acompaña la intriga de ciencia ficción: ¿hay una conspiración ovni o un tipo de manipulación psicosocial que se conecta con este ladrillo? Esta suposición flota por los aires con algún comentario y plano del monolito gigante sobre el cielo de la casa, sin ser muy firme, porque lo contundente en la película está en el poder de la tecnología. Ampliando la frase de Marshall McLuhan, el tan citado teórico de los medios, de que el medio es el mensaje:

“…porque es el medio el que modela y controla la escala y forma de las asociaciones y trabajo humanos. Los contenidos o usos de estos medios son tan variados como incapaces de modelar las formas de asociación humana. En realidad, lo más típico es que los «contenidos» de cualquier medio nos impidan ver su carácter”.

Forma y contenido parecen estar tan imbricados con el medio que se pierde qué es lo verdadero, quién es real y está detrás de la trama. La tecnología como un misterio habla por sí sola, mientras todos parecen estar conectados. El padre de ella está tan implicado en el conocimiento del ladrillo como el coleccionista de arte que interroga. Si la hipótesis más fuerte al final de la película es la de una fuerza de control, el velo está puesto sobre la tecnología de la que no podemos separarnos y condiciona más que el mensaje, la vida interior y exterior de las personas, al punto no solo de determinar la realidad sino la identidad propia.

Monolith recurre a un objeto de un mundo primitivo con poderes mágicos y signos indescifrables para hablar más de la actualidad. Lo fusiona con los dispositivos con los que creemos manipular la realidad, a la manera del podcast, cuando en verdad sucede al revés ¿Alguien puede pensar en la IA? Algo que manejamos pero nos puede manejar, o ya lo hace y no lo notamos. En el vómito y el doble hay algo de eso profundo que sale y se logra reconocer. Con estas insinuaciones la película deja todo servido para una segunda parte donde ella cuenta su verdad a la luz de este monolito. O tal vez sea el gancho de un programa más de podcast para dejarnos manija con el siguiente.